Buenas tardes.
Soy alcohólico. Llevo diez años sin tomar una gota. Me mantengo
sobrio desde entonces.
Dirán ustedes que por qué les cuento esto. Estamos aquí para
homenajear a un genio de la literatura, que sufrió el alcoholismo como una
verdadera tragedia. Como todos los alcohólicos. Esta es la primera razón. Yo no
soy escritor, pero si entiendo lo que pudo sufrir Allan Poe.
Días antes de empezar a dejar de beber sucedió algo que, quizá,
fue lo que me llevó a tomar esa decisión. Sobre la mesa de mi habitación
encontré, metido en un sobre marrón unos cuantos papeles inmundos, arrugados,
escritos en inglés y con una grafía ilegible.
Como pude, los traduje y aquí les traigo lo que buenamente pude
rescatar. Dado el estado en el que yo estaba entonces no garantizo que pueda
ser lo que realmente decía el texto. El original desapareció en aquel tiempo en
el que, entre los delirios por la abstinencia, la ansiedad y la agitación a la
que estaba sometido, yo no era persona.
Como saben, se barajan hasta doce hipótesis diferentes sobre el
fallecimiento del grandísimo poeta, pero en realidad su muerte, según este
documento, fue fruto de una sola cosa. El manuscrito del que les hablo, que,
como supe después, me llegó a través de fuentes que no puedo desvelar, llevaba
una pequeña tarjeta en la que decía que fue hallado en un bolsillo de la
verdadera levita de Poe. La llevaba puesta un homeless, un vagabundo
alcoholizado, del que encontraron su cadáver al día siguiente de la muerte del
poeta, en otra de aquellas calles de Baltimore, poco recomendable. Se supone que fue la última persona que
estuvo con Poe, aquella fría noche del 3 de octubre de 1849. Dada la forma de
escribir, es posible que también pudiera haber sido uno de esos escritores
malditos, del que no se sabe nada.
Esto es una obligada cita, por su
contenido específico, tomada del prólogo de
Rubén Darío en una edición de la narrativa completa de E.A. Poe.
“”Otra dama recuerda la extraña impresión de sus ojos: «Los ojos
de Poe, en verdad, eran el rasgo que más impresionaba, y era a ellos a los que
su cara debía su atractivo peculiar. Jamás he visto otros ojos que en algo se le
parecieran. Eran grandes, con pestañas largas y un negro de azabache: el iris
acero gris, poseía una cristalina claridad y transparencia, a través de la cual
la pupila negra azabache se veía expandirse y contraerse, con toda sombra de
pensamiento o de emoción. Observé que los párpados jamás se contraían, como es
tan usual en la mayor parte de las personas, principalmente cuando hablan; pero
su mirada siempre era llena, abierta y sin encogimiento ni emoción. Su
expresión habitual era soñadora y triste: algunas veces tenía un modo de
dirigir una mirada ligera, de soslayo, sobre alguna persona que no le observaba
a él, y, con una mirada tranquila y fija, parecía que mentalmente estaba
midiendo el calibre de la persona que estaba ajena de ello.—¡Qué ojos tan
tremendos tiene el señor Poe!—me dijo una señora. Me hace helar la sangre el
verle darse vuelta lentamente y fijarlos sobre mí cuando estoy hablando»”
El texto del escritor anónimo dice así:
“Tiene la desgracia de
tener que llevar siempre puestos sus bellos ojos negros. Él renunciaría a
soportarlos abiertos, para evitarse la cercana visión del mal, la horrible
presencia de la fealdad, la certeza de la enfermedad y la muerte, el disparate
de la violencia, la podredumbre de la pobreza, la envidia, los pecados, la
ausencia de amor,… Pero no puede. La belleza de sus ojos ejerce un efecto tan
potente en los ojos de los demás, que ha de servirse de ellos para proveer del
sentido de lo bello a los otros.
No consigue, por amor a todos los seres vivos, prescindir de sus
ojos. Y la vida se le va, entre el dolor de ver y el valor de dar paso a la
visión de la belleza.
Es esa hermosa concepción, a la que los otros tienen acceso, pero solo
a través de los ojos de Edgar.
De sus ojos a la palabra y de esta a los ojos de los demás. Surge así
la sensación que el cerebro otorga a los seres que se sirven de él y obtienen
la visión de lo bello y pueden ser felices.
Sin embargo, Poe no puede tener acceso a lo que los demás
disfrutan y vive buscando siempre la historia perfecta, el relato sublime, la
descripción redonda, el alma de lo bello en su literatura.
Se sirve de sus ojos y de su prodigioso cerebro, dotado para que
las palabras se entrelacen y construyan frases, oraciones, versos, poemas,
narraciones, cuentos, relatos, novelas, ejemplos todos ellos de la perfección y
la gloria. La que le hemos negado aquí.
Pero también ese cerebro, le exige que aporte a su ser, hipnosis y
perfección, alcohol y elixires, hambre y miseria, drogas y decadencia, asco y
vergüenza, dolor y rabia, escándalo y reputación, enfermedad y amargura, muerte
y obsesiones, amor y desesperanza.
Todo sucumbió con él, ayer, en esta calle de mierda. Dijo que tenía
cuarenta años. Yo estaba allí y vi como agonizaba ahogado en su propia
sensibilidad. Nadie me creerá, porque yo también soy un alcohólico y busco la
belleza en este mundo oscuro y podrido.
Muchas gracias.