Él se da a la bebida. He
comprobado que a la más mínima desviación de la recta que supone que tiene que
ser su vida, bebe. Y mucho. De forma compulsiva, desordenada, caótica, de todo
lo que pilla. En su estado más delirante ha llegado a beber colonia,
alcohol para las heridas, orujo gallego o lo último, gasolina. Sabe que este
tipo de comportamiento va a acabar con él más pronto que tarde, pero nada, que
no reacciona. Ni siquiera cuando ve como su mujer –que es la mujer más hermosa
del mundo, las más buena, la más comprensiva, todo, todo- llora, se desespera y
le pone en la tesitura de la separación. Ni siquiera en ese caso, valora todo
lo que perdería de continuar con ese absurdo vicio suicida.
Todo empezó con mi operación de
tiroides. Tras un análisis minucioso de la situación y después de llegar a este
nivel de conocimiento submolecular que tengo ahora, el cual me permite acceder
a una visión de la realidad en extremo inconcebible para el común de los
mortales, puedo asegurar que este individuo, o lo que fuera entonces, estaba
allí, en el quirófano, esperando a que el cirujano me abriera el cuello de lado
a lado, para extraerme el maldito tumor maligno, que me tenía el tiroides como
una cesta de nueces a punto de estallar y repartir toda la pandilla de
cangrejos por el resto del cuerpo y llevarme pateta, como decía mi abuela. No
pasó, porque me salvó el buen hacer del equipo médico, pero a cambio…
A cambio, todo cambió. Todo se
volvió del revés, raro en un principio. Toda mi experiencia vital cruzó la
frontera del universo conocido y accedió a otros universos paralelos en los que
ahora habito. Me fui, o mejor dicho, él me desplazó de mi cuerpo al otro lado
del espejo, o a través del espejo, como diría mi buen amigo Charles Lutwidge
Dodgson, más conocido como Lewis Carroll, un tipo muy inteligente y simpático a
pesar de lo que opinen algunos y algunas. Pero volvamos a lo mío, que me desvío
del asunto principal.
En el momento que yo estaba más inerme,
sumido en la penumbra más absoluta, con ausencia total de sensaciones, debido
al efecto de la anestesia, con el cuello abierto con una tremenda herida en la
que el cirujano hurgaba para cortar de raíz el desmedido bulto que estaba a
punto de estallar; el susodicho, o sea, este maldito borracho con el que tengo
que lidiar, aprovechó para colarse en las entretelas de mi piel, se adueñó de
mi estado físico y me hundió hasta el infinito, en el estado de conciencia que
llamamos por aquí, Ciclarck, una palabra aún desconocida en el mundo de los
vivos de la realidad 1.
Para que nos entendamos y por si
alguno de ustedes aún no se ha enterado, eso que llamo realidad 1 es, por
decirlo suavemente, una mierdecilla comparado con lo que realmente y digo realmente
en el sentido que le dan habitualmente cuando hablamos entre humanos realidad
1. Lo otro, lo que no vemos, de lo que no sabemos nada, eso que los científicos
más avanzados intentan vislumbrar con sus complicadas ecuaciones, eso que, al final, es mucho más simple de lo
que imaginan, es de donde les hablo. Sin palabras, claro. Para resumir y en un lenguaje
que puedan entender, soy o estoy o pervivo, eso da igual aquí, en un estado de
onda en permanente cambio de ciclo, repitiendo un fractal simétrico que se
asocia a singularidades infinitas desdobladas las potencias coincidentes y las
que emulan en sus estrictos órdenes de Ciclark, que simultáneamente son multicéfalos
en la acepción más heterogénea del término. O sea, no se para que se lo comento,
porque ni siquiera el doctor Higgins se está enterando de la misa la media. El
pobre todavía anda pavoneándose con sus bosones y esas cosas de preescolar.
Se creen que me estaba olvidando
de mi operación. No, no, ni mucho menos, porque como les decía, ahí empezó
todo. El borracho que ahora se acuesta con mi mujer, probablemente estaba en la
realidad 2, estado en el que los cuerpos de la realidad 1 que mueren, se van
acomodando, mientras las partículas subatómicas de su estado de conciencia 1
pasan al estado de conciencia 2 y devienen en seres que pueden transitar,
provisionalmente de la r1 a la r2 con c1 y c2 o viceversa. ¿Me siguen? Da
igual, tampoco es importante. Ya lo sabrán cuando suceda, si es que sucede,
pues también esto tiene carácter aleatorio y caótico, pendiente de un estado
magmático y fundente donde el todo se transmuta permanentemente en otro todo, r
n elevado a n, con c n elevado a nc. Vale, basta de letras, que aunque a los
matemáticos les encantan y eso que son de ciencias, a un lector de este tipo de
relatos, las letras, como símbolos matemáticos, les ponen de los nervios.
Termino ya. Siempre, y digo
siempre con el carácter relativo que esta palabra tiene, donde el todo
transmuta en tiempos superpuestos y espacios interrelacionados en interdimensionalidades
conmutativas de Ciclark, siempre, que es nunca en cuanto te descuidas, la r1 es
manipulable desde el control de rn, por ser entre otras cosas una realidad
simplificada, útil para que los seres que la habitan puedan moverse en ella con
cierta dosis de cordura y sentido común, poco, pero bueno, dejémoslo ahí. Así
que, a pesar de mi estado plasmático, aun así, los celos me pueden, a mí, un rn
elevado a n con restos emocionales del estado r1. Y esto, que desde ahí, amados
lectores, puede resultar primitivo, aquí, no es más que una posibilidad para
cambiar el estado de cosas de la r1c1.
Ese que me transformó en su
huésped, invadiendo mi cuerpo, ese que ahora es mi esclavo, se está matando a
base de alcoholes, fenoles y drogoles. Y eso es lo que pretendo. Así, mi mujer,
mi viuda de la r1, se liberará de semejante cenutrio, enviudando por segunda
vez. Él retornará al caos y yo, seguiré volviéndome cada día más loco, por las
ganas que tengo de acostarme con ella. Daría parte de mi estado Ciclark por volver
a r1c1, aunque solo fuera por una noche.