martes, 9 de diciembre de 2014

Don Emiliano


Tendría yo entonces seis o siete años y esa estúpida sensación infantil de que lo sabes todo. Don Emiliano, el cura, el hijo de la Kika, vecinos de toda la vida, sacó una cámara de fotos que le habían regalado sus fieles de la parroquia y propuso hacernos unas fotos a mis amigos y a mí. Yo posaba sacando pecho y mirando de frente, apoyando el pie en el balón, como mis héroes del Barcelona de los cromos de la Liga.

El, con un evidente gesto y guiñándome un ojo, me dio a entender que aquella cámara no tenía carrete. Las fotos serían un fiasco, una broma. Y mis amigos, unos bobos, que no se estaban enterando de nada, posando ahí tan chulitos, creyéndoselo todo.

Al cabo de unos días, Don Emiliano llegó con las fotos reveladas, unos rectángulos de cartoné, con los bordes recortados en pequeñas ondas, nuestras imágenes en blanco y negro. Me sentí tan burlado y estúpido que dejé de creer en Don Emiliano y, por extensión, en todos los curas.

Aún conservo la foto y mi cara refleja un cierto aire de prepotencia. Me pintó bien.

Pasaron unos cuantos años y don Emiliano colgó los hábitos, en una valiente decisión para aquella época. Había dejado embarazada a una enfermera de la residencia de niños de la cual era capellán.

Todo un revuelo en el barrio. Para entonces, yo ya comprendía y hasta justificaba plenamente su decisión. Volví a creer en aquel cura.

Ayer me enteré de que había muerto. Un cáncer se lo llevó en pocos meses. Se labró un gran prestigio como profesor de Historia en un Instituto de Valencia, donde se trasladó tras el escándalo. Tuvo, con la enfermera, dos hijos más, todos con sus carreras terminadas y un puesto de trabajo ganado.

Saqué de nuevo aquella imagen del álbum, ahora amarillenta y mi expresión había cambiado. Aquel niño que fui, lloraba.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario