La salida de la cueva
quedaba lejos aún y sus reservas de aire llegaban al nivel de alarma. Corrían
como ratas y eso hacía que se agotara con más rapidez. Tras ellos,
persiguiéndoles, una gran masa incolora, de ardiente consistencia gelatinosa,
se desplazaba a una velocidad superior a la suya, amenazándoles con engullirles,
como hiciera metros atrás con sus tres camaradas. De nada les sirvieron sus
trajes estancos a prueba de ataques, ni el uso de sus armas destructoras; todo
resultaba inútil contra el ente que, por el contrario, aumentaba su volumen y energía
con los proyectiles que impactaban en su cuerpo.
El capitán Stamper y la teniente Russo vislumbraban ya cercana la
tenue luz del exterior, mientras sentían como aumentaba, de forma alarmante, la presión que esa especie de tsunami de lava
perseguidora ejercía sobre sus cuerpos. Tanto, que ambos resultaron despedidos
hacia el exterior, como en un estornudo brutal surgido de las profundidades. No
les dio tiempo a llegar al módulo explorador, ni mucho menos ponerse en
contacto con la nave nodriza. Ellos también resultaron engullidos por la oleada
de magma de vida incandescente.
Exhaustos todos, se
despojaron de sus trajes de combate, sabiendo que perdida su tercera oportunidad, deberían, los
cinco componentes de la patrulla, repetir su instrucción, iniciándola desde el
fondo de la gruta. Y esta vez sin reserva de aire.