viernes, 29 de abril de 2016

La llamada


Hay momentos en la vida en los que una llamada te la salva, o te la quita. La darías entera para que llegara pronto y te dejara tranquilo, eliminando ese estado de inquietud que provoca el silencio del teléfono. O no desearías que nunca se hubiera producido.
Así estaba C.  aquel día, con esa inquietud. A pesar de que permanecía tumbado en su hamaca, tendido al sol tórrido en la playa de sus sueños, dejándose llevar por el rumor de las olas del océano más pacífico del mundo.  Aparentemente, así de tranquilo y feliz, disfrutando de un merecido retiro, con un daiquiri muy frío a su disposición, en el brazo del sillón playero.
Casi, si no fuera porque en su fuero interno, latía una maquinita que le torturaba y le hacía perder la laxitud que le provocaba el lugar, el calor, el mar, la bebida, la soledad. Esperaba una llamada.
Un relojito en su cerebro iba marcando con fiera exactitud el tiempo. La desasosegante inquietud se la producía la tardanza en recibir esa llamada. No podía relajarse completamente. Su pensamiento era un sinvivir con emociones y recuerdos dispersos y mezclados.
Todo ello le impedía disfrutar plenamente de ese  momento dulce, que las circunstancias presentes ponían a su disposición.
¡Qué lástima, se decía a mí mismo! Después de tanto tiempo luchando por tener un momento como este, con todo a mi favor. Un paraíso a mi disposición, para hacer posible este total abandono placentero.
Tantos desvelos por la empresa, tantas responsabilidades asumidas. Tantos días y noches luchando por sacar adelante el proyecto de mis sueños y dejar un futuro resuelto a los que me rodean.
Y, ahora que, ayudado por todos, consigo tener lo más ansiado, llega esto. Siempre he sido fuerte y he hecho lo que había que hacer. Sin concesiones. Y ahora, también. 
El móvil que debía sonar se lo habían dado al llegar al hotel, como un regalo de bienvenida, junto a las llaves de su exclusiva habitación. Era lo que había concertado con su socio más cercano, su mano derecha, en el aeropuerto, poco antes de embarcar en su jet privado. Solo ese terminal sería su conexión. Solo él le uniría al resto del mundo, desde su merecido retiro.
-Tranquilo, C. -le advirtió M. en el último abrazo antes de partir- solo una llamada, tres tonos y se resolverá, según has dispuesto.
Las gafas de sol polarizadas y el sombrero de paja, le aislaban un poco de la fuerza de la luz del sol, que se derramaba sobre él, como un monstruo de fuego. Y la llamada sin llegar. Y él cada vez más quemado, también por la incertidumbre.
Se había informado sobre la cobertura, en la recepción de su paradisíaco hotel, y le informaron de que disponían de conexión satélite  y era muy segura. Estaba comprobado con otros móviles y con las Tablets y funcionaba sin cortes. Sin embargo, en el suyo, parecía que no. Le hubieran  podido prestar terminales del hotel, pero sabía que no debía hacer uso de ningún otro teléfono, porque eso daría posibilidades para hacer un seguimiento indeseado, que no debía permitirse.
Se había embadurnado el cuerpo entero con crema de protección solar de alta gama, para evitar quemaduras en la piel. Es más, se había colocado en la zona de sombra e incluso ahí, los rayos del sol quemaban como llamaradas del diablo.
Llevaba un bañador mínimo, pero se lo quitó al llegar a la playa. Sin embargo,  su desnudez, mostrando la extrema delgadez de su cuerpo, le estaba resultando incómoda. Sentía un pudor que nunca había tenido. Empezaba a comprobar que su piel adquiría un tono demasiado moreno y no le gustaba. Es más, comenzaba a alarmarse por ello. Se refugió aún más en la sombra de las palmeras, arrastrando su sillón hasta la zona más oscura. Ni así. El calor era sofocante. Un sudor frío e inesperado le recorría el cuerpo, dejándolo húmedo, pegajoso  y salobre. Y la llamada sin llegar.
Muy inquieto, entre el extremo calor y el silencio del móvil, pensó en volver al hotel, ducharse y tumbarse en la ventilada habitación, en la hamaca situada en la zona más fresca de la estancia. Y esperar, esperar y esperar. Aumentó su estado de alerta y su angustia, mortificándolo aún más. Podría haber elegido otro modo de retirarse, más acorde con su posición y condición económica, pero ahora todo estaba dispuesto y no había nada que rectificar.
Entonces, se dio cuenta de que, entre las pocas pertenencias que tenía a su alrededor, el bañador, el sillón, las gafas, el sombrero, la bebida, no estaba el móvil. Pensó que debía habérsele caído, en el traslado de la tumbona a la zona de umbría. Y lamentó haber hecho ese ridículo viaje.
-Total que más da,  carbonizarme o no, a estas alturas –pensó.
Y en ese momento, a cinco metros de donde estaba él, empezó a manifestarse un ligero movimiento bajo la arena. Dos segundos después, un tono polifónico se hizo audible. Por fin, ¡la llamada! ¡Donde había ido a parar el dichoso móvil! Era su hora. Salió del espacio de sombra con la intención de atender la anhelada llamada. Inició una ligera carrera y antes de llegar, un extremo golpe de sol, junto a la exagerada debilidad de su corazón canceroso, dejaron su cadáver tendido en la ardiente playa.
Al poco, una explosión lanzó al aire una violenta erupción de arena y dejó en la orilla del océano Pacífico un pequeño cráter.
C. no había llegado a tiempo para atender su última llamada.


jueves, 28 de abril de 2016

Fusión


Cuando Laenart salió de su estancia incolora, sabía que le esperaba un largo camino, lleno de dificultades y peligros. Después de haberlo pensado detenidamente, había decidido que, como líder virtual de su pueblo, tenía que tomar la iniciativa para salvarlo. La situación había llegado a un punto sin retorno, en el que se debería actuar con celeridad, si no querían quedarse sin futuro, para él y para los suyos. 
Fusión, el colectivo al que pertenecía, por  su condición de conjunto de seres incorpóreos, variaban de forma y tamaño según las circunstancias. En aquel tiempo, sus virulentos enemigos, procedentes del fondo de Ser, que hasta ahora habían tenido controlados, estaban  sufriendo cambios imprevistos y dañaban seriamente la tranquila existencia de Fusión.  De forma lenta, pero inexorable, las modificaciones sufridas por su medio ambiente, les iban afectando de diferentes formas. Las alteraciones en la temperatura, las variaciones en la luz, los trastornos en su atmósfera, las perturbaciones de los otros seres con los que interactuaban, les afectaban y ponían en serio riesgo su existencia. Se iban solidificando, cambiaban de color y de forma,  se dañaban unos a otros, sentían como se debilitaban los lazos energéticos, que los mantenían vivos y unidos. En definitiva, su sentido como especie estaba llegando a su fin.
Laenart se puso en camino, no sin antes consultar con  Conciencia Global que, hasta el presente, había velado por el bien del colectivo. Ella, a sabiendas de las dificultades que iba a tener que arrostrar, le dio las herramientas imprescindibles  para llegar hasta Perla, el paraíso de la Observación Consciente, recoger la luz de los espejos y volver antes de que fuera demasiado tarde. El tiempo, como forma de energía, también se le estaba agotando y Conciencia Global recargó el cuenco mental de Laenart, para que tuviera suficiente en la ida y en la vuelta.   
Tres eran los retos que tenía que superar en el viaje que iniciaba.
Atravesar el Bosque de las Incógnitas requería paciencia y razón universal, para lo cual Conciencia Global le dotó de conectores extras. Su uso iba a ser imprescindible, para superar las trampas puestas por  los enanos raíces.
El Desierto de la Ignorancia era aún más difícil, puesto que requería conocer las respuestas, a todas las dudas que plantearían las ingrávidas arenas virtuales. Una sola respuesta equivocada y se comerían todo el tiempo que le restara a Laenart, dejándolo convertido en polvo de arenisca. Conciencia Global le concedió  el Conocimiento Infinito, pequeño sol térmico, que almacenó en su interior, para usarlo en el momento de la travesía.
El último escollo para llegar vivo hasta Perla, era el mar de los dilemas. La fuente de todos los conflictos de la Unidad Universal, el lugar donde navegaban y naufragaban todas las formas de energía del Ser.  Salir de él vivo y consciente requería valentía y pasión, además de clara resolución para aplicar la Mecánica Vital, que le transmitía Conciencia Global. Cruzarlo y salir indemne era el reto.
Sería muy largo el relato de como Laenart hizo su exitoso viaje de ida y vuelta a Fusión, como fue superando todas las pruebas gracias a su motivación y a las herramientas de Conciencia Global. Sería una historia inmensa contar su encuentro con Perla, y como esta, le construyó su nave de energía transformadora, para que con ella volviera a Fusión y la derramara sobre el colectivo. Perla, sabedora de todo el sufrimiento, esperaba ansiosa el regreso de Laenart, para conocer como aquella parte de Ser seguía viva.
Al fin, llegó. Fusión estaba deshilachándose, como algodón perdiendo su consistencia. Sus enemigos se estaban haciendo fuertes y superaban en número y capacidad a los pocos que quedaban. Entonces Laenart, poseedor de toda la luz de los espejos, la esparció sobre ellos y estos, mirándose a sí mismos en silencio, recogieron el aroma que exhalaba su interior y, en una especie de catarsis colectiva, reaccionaron y se llenaron de fuerza renovadora.

Salvaron su existencia y con ello una de las partes más importantes de Ser. Los enemigos, que siempre coexistirían ahí, esperando sus momentos de debilidad, volvieron a estar controlados. Y Fusión, miembro imprescindible de Ser, salvó uno de los momentos más difíciles de su existencia. Laenart se fusionó de nuevo en el colectivo y entró a formar parte, para siempre, de Conciencia Global. 

domingo, 17 de abril de 2016

El robo mayúsculo


El robo mayúsculo

¿Robo o hurto? Qué más da. Me planteo muy seriamente la posibilidad de ejercitarme en el secular arte de despojar a alguien de algo. Estoy  harta de tener que trabajar, para que todo el mundo se lucre con el  fruto de mi trabajo. Es decir, me siento empachada de que todo dios me robe o me hurte. En definitiva, de que me quiten mi dinero, me desvalijen sin control, me sustraigan todo cuanto está a su alcance, sin que sea  considerado delito.

Variantes todas: cualquier empresa que pone un contador en mi casa, me hurta, cobrándome cantidades abusivas por el producto y el alquiler, haciendo que la medida sea incorrecta, variando las condiciones del servicio cuando les da la gana, en fin, todas las tropelías que el gobierno aprueba, ya que, los presidentes de las compañías han sido anteriormente presidentes del gobierno. Es decir, el robo legalizado, el desfalco consentido por el sistema legal, o sea, el paga y calla.

Para qué seguir con la descripción general o en detalle de todos cuantos me roban: mi empresa, mis hijos, el carnicero, mi expareja, los guardias de tráfico con sus multas, hacienda y el pago de impuestos, con los recibos más variopintos, en los productos de alimentación, y así hasta el infinito.

En realidad, todo el mundo sabe que el robo, que  siempre es con fuerza o con violencia en las cosas o en las personas, es la única manera de llegar a ser rico, poderoso, millonario, tener una vida de lujo, o sea, lo que todos deseamos.

Pero no toda la gente puede o sabe o quiere robar. Algunos lo intentan y fracasan y los que más roban lo llevan a la cárcel, para que otros que cometieron delitos, le roben también. Un infierno. Así que, los pobrecitos a los que todo el mundo roba, hacen lo que pueden por sobrevivir. Sisan pequeñas cosas, como bolis o el periódico, y así, se sienten menos desvalijados. No se organizan para acabar con los que tienen la malversación como modo de vida. No. Alguna vez lo hicieron y comprobaron cómo sus líderes acabaron por saquearles también.

Y un poco hasta el  pelucón de todo, me he puesto las pilas y he decidido eliminar todo esto de raíz. Seré  la única que, a partir de ahora, tendrá  el control de esta  cueva  de ladrones, que se lucran con nuestro esfuerzo y nos dejan arrasados hasta el brote de los cabellos.

Mi idea es sencilla y, gracias a mis conocimientos científicos, haré que todos pasen por caja, si quieren seguir vivos.

Voy a robar el aire. Así de claro. Me explico mejor. No es que saque el aire de la atmósfera y lo guarde en un almacén. No. No soy tan estúpida. Sencillamente voy a robar la capacidad de respirar. El que quiera respirar, que pague. Yo seré la dueña del aire. Y así todos tendrán que pasar por caja. Ricos y pobres respiran. Pues que paguen. La mayor ladrona de todos los tiempos hará que el mundo se asfixie, si no paga antes.

No voy a ser una nueva Robin Hood. Robar a los ricos para dárselo a los pobres. No, nada de eso. Yo voy a robar al mundo entero, para quedarme con todo. Y cuando lo tenga todo, no habrá más robos. Sencillamente, ya no habrá nada más que robar. Yo acapararé la totalidad, el absoluto.

Harta de que mi vida haya sido siempre un continuo desfalco. Eso es lo que pasa. Lo cual  conduce a esta determinación.

Lo tengo todo. El proyecto, los esquemas técnicos, el diseño del programa, la solución a todas las posibles coyunturas adversas. Estoy lista. Y lo mejor, es que nadie se está dando cuenta de mi trabajo. En mi empresa están ajenos a mi propósito. Ni mi pareja actual sabe nada. Solo yo controlo todo el plan. No hay documentos de ningún tipo. En mi cabeza cabe el inmenso dossier.

Pero, eso sí, hasta que no lo ponga en práctica, no va a haber ni un solo comunicado, ni una sola amenaza, ni un solo dato. Nada. No vaya a ser que venga algún cabrón y me lo robe. ¡Os vais a enterar!.


domingo, 10 de abril de 2016

En el escenario.



¿Cómo voy a salir a escena?, se preguntó Asunción aquella tarde en la que, ante el espejo, decoraba su rostro.

Sabía que elegir una buena  base de maquillaje, era crucial para disimular las huellas que en su rostro había dejado la última representación.  Siempre del mismo color tostado que su piel. Se la aplicó con una brocha amplia y suave que le había regalado su novio. Los ojos, con un tono chocolate, que le daba a su mirada ese toque sofisticado y elegante, que exigía su papel en la obra. Para dar luminosidad a su mirada, usó una sombra clara bajo el arco de sus bien perfiladas cejas. Pintó éstas de su mismo negror, alargando sus extremos y curvando aún más su forma natural. La máscara de pestañas otorgó a su mirada más profundidad, acorde con el perfil de su personaje. Un toque de colorete para animar el rostro y, por fin, sus hermosos  labios, los cargó de sensualidad  con un rojo Moscú, que abrillantó con deleite.

Durante todo el tiempo dedicado al maquillaje de su rostro, había intentado mantenerse atenta y relajada. A pesar de la agitación emocional por la que estaba pasando, su pulso no le fallaba. Mantenía su mano alzada y trazaba líneas o cubría superficies, con un oficio digno de una maquilladora profesional. Le había enseñado su madre, que en sus años jóvenes, como ella ahora, se había dedicado al teatro de aficionados. Aquella mujer había recorrido pueblos y aldeas de la provincia, para llevar a sus habitantes, un toque de cultura clásica y poner un pálpito de humor en sus vidas. Una bronquitis mal curada acabó con su vida. Murió en la cama de una pensión de pueblo. 

Asunción, cuando estaba ante el espejo, tenía siempre presente a su madre. La veía tras de sí, dándole los últimos consejos. Una presencia tan viva, como su recuerdo, admirándola  ataviada para sus tragedias, tan bella y elegante. La sentía muy cerca. A veces,  intentaba imitarla, haciendo de Medea, Celestina, Julieta, doña Inés, Nora… En realidad, al contrario que su madre, nunca encarnó a los grandes personajes femeninos de la historia del teatro.  Sus protagonistas, se ceñían a  lo que marcaba la pluma y la dirección de su novio, su querido Ernesto, infatigable en su trabajo, autor y director de sus propias obras.

Con él y otros cuantos amigos que creían en su genio, ofertaban su programa de dramas sociales a colegios, institutos, centros de la tercera edad, casas de la cultura y cualquier otra institución que quisiera acogerles  en sus instalaciones. Daba igual el tipo de local. Lo mismo servía si tenía patio de butacas o sillas de tijera, si disponía de camerinos o había que cambiarse en el cuarto de las calderas. El caso era actuar, llevar el teatro que sentían correr por sus venas, a toda clase de público. Hacer vivir a los espectadores, a través de ellos, la experiencia de la vida de ficción, la aventura de la existencia. Que llegaran claras a sus mentes,  las ideas de justicia y solidaridad entre los pueblos de la tierra. El mensaje de lucha social por la paz y la libertad.

-Hola, mi amor, ¿Cómo estás? ¿Ya has terminado?

-No me agobies Ernesto, cariño, que ya bastante tengo con lo mío. He acabado de maquillarme, pero no consigo disimular las cicatrices. Siguen ahí, asomando bajo la pintura.

-Pero, qué dices, corazón, no se nota nada. Además, a la distancia que está el público no se ve ningún tipo de marca.

-Ya. No trates de edulcorar la situación, porque esto no tiene arreglo. No me gusta mi cara. Después de tres operaciones, mira como he quedado.

-Muy bien, mi amor. Y mejorará aún más. Pero ahora lo que realmente importa, es que sigues siendo la maravillosa actriz de siempre. Y que la gente espera impaciente, para verte actuar. Y que estamos en el mejor teatro de la provincia, mi reina. Y que…

Cuando Asunción rememoraba lo ocurrido hace meses, vuelve a sentir el penetrante olor a humo en su nariz, la quemazón en su garganta, el picor insoportable en los ojos, la cercanía de la asfixia y el desvanecimiento. No recuerda nada más. Después, el hospital. La desesperación. Las intervenciones de cirugía estética. La desazón, la ansiedad.

El incendio acaecido durante la representación, había partido de una chimenea simulada, que fue encendida de forma real. La pequeña hoguera inicial se descontroló y, en muy poco tiempo, acabó afectando al resto del decorado, destruyendo la estructura de madera y afectando a los actores. Los espectadores, en un principio, pensaron que podría ser parte de la trama, pero pronto comprendieron que no era así. Hubo una decena de heridos de distinta gravedad entre los actores y el equipo. La sala fue desalojada, sin más consecuencias, que el tremendo susto. El fuego pudo ser extinguido con los medios del propio local. Llegaron los bomberos y los equipos sanitarios, que hicieron su trabajo sin mayores consecuencias.  Al día siguiente, el diario local dio cuenta de los acontecimientos, ya que su crítico teatral, se encontraba en ese momento asistiendo a la representación.

La peor parte se la llevó Asunción que, bien por ser la más cercana a las llamas o bien por mala suerte,  sufrió algunas quemaduras en su rostro. Y hoy, vuelve al trabajo que le enseñó su madre y por el que casi perdió la vida.

-Vale cariño, queda un minuto para el comienzo. Un beso. Y ¡mucha mierda!

Asunción se levantó, se miró por última vez al espejo y salió de su camerino con dirección a la escena. Iba muy nerviosa.

Su madre marchó tras ella. Un espectro envuelto en la capa de seda blanca de Fedra. La que le sirvió de sudario. Esta vez, a su hija, no le ocurriría ninguna desgracia. Estaría ella para protegerla de cualquier mal. En el escenario.

Tela de araña




Se vende tela de araña en perfecto estado y funcionamiento comprobado. 890.098.890 Preguntar por Spiderman.                                    Nagore Cerrato. 2º de la ESO.



El no haber conocido a mis padres marcó mi existencia y dejó una huella indeleble de soledad y melancolía, que no he podido superar, a pesar de mis extraordinarios poderes en otros aspectos de mi persona. Mi infancia y mi juventud las pasé con mis tíos Ben y May, y fueron muchas las veces que tuve que ayudarles en su desgraciada vida de pobres obreros, en un país sumido en la depresión posbélica. También ellos hicieron todo lo que pudieron por ayudar a un ser que se sabía distinto, que le costaba  mucho adaptarse a una sociedad que no comprendía el talento que atesoraba y que sufría insultos y humillaciones de sus compañeros de instituto. Por ello nunca les estaré lo suficientemente agradecido. No olvidaré lo que el pobre Ben me dijo poco antes de ser asesinado: «un gran poder, conlleva una gran responsabilidad».[

Fue duro el camino durante el aprendizaje por el control de las fuerzas que la naturaleza había puesto a mi disposición. Mucha la inteligencia desplegada e incontable la energía consumida en todo ese tiempo, hasta dar con la fórmula perfecta, con el estilo de actuación que mejor fuera con mi personalidad. En algunos momentos, la suerte me acompañó, conseguí sacar adelante muchas misiones, casi imposibles, a fuerza de voluntad, destreza y agilidad en los movimientos. En otras, fue tal el fracaso, que tuve que esconderme durante un tiempo, no fuera a ser que la gente pensara que estaba acabado, o peor aún, que había algo de malsana intencionalidad en los errores que había cometido.

Siempre me movió la buena fe y el deseo de ser útil a la sociedad, en los momentos de enfrentamientos con las fuerzas del mal, cuando estas lo único que pretendían era acabar con el orden establecido. Y eso  no debe suceder  nunca, para eso estamos nosotros, los superhéroes. Después de ir comprobando el funcionamiento de la tela y la forma de proyectarla desde el cuenco de mi mano, conseguí mejorar mi técnica de lanzamiento, para que mi adherencia y mis acrobacias fueran cada vez mejores. En fin, llegué a ser un superhéroe supereficaz y muy famoso, por mis increíbles aportaciones a la felicidad de los seres humanos.  

Los medios de comunicación fueron haciéndose eco de mis éxitos y acabaron destacándolos en las primeras páginas de los periódicos o en las emisiones de radio y televisión de más audiencia del país. Incluso los dibujantes de comics y los guionistas de cine, comenzaron a hacer negocio utilizando mis hazañas como base de historietas y películas, que tuvieron mucho éxito entre el público joven y no tan joven.

Pero todo tiene su otra cara. Puedo decir claramente que ellos fueron los culpables de varias de mis desgracias posteriores. La peor de todas fue que, desde la ficción, sus inventados  enemigos llegaron a mi realidad, lanzados por la potente  imaginación de estos tipos con pluma o lapicero. Seres espantosos con poderes inconcebibles, que me hacían mucho daño y me obligaban a estar siempre en forma e investigando nuevas maneras de neutralizar sus extraordinarios poderes, para que no dañaran ni a mí, ni  al sistema. Era tanta la saña que ponían en sus creaciones, tales las armas con las que les dotaban y tales las capacidades infernales con las que  me atacaban que, no me quedó más remedio que dar un giro a mi perseguida vida. Una mañana, trabajando en el taller de mecánica, donde disimulaba mi condición de superhéroe, se me ocurrió una terrible idea para acabar de una vez por todas con la persecución a la que estaba sometido. Tras sopesar pros y contras, decidí llevar a cabo mi plan.

Poco a poco fueron apareciendo en los periódicos los resultados de mis acciones: dibujantes de comics que desaparecían en extrañas circunstancias, aparentes suicidios de guionistas de televisión, muertes sin aclarar de importantes productores de cine y televisión, accidentes de automóvil de redactores de periódicos, escritores envenenados que dejaban huérfanos a sus lectores…

Al tiempo que esto sucedía, los seres que ellos hacían crecer en el imaginario de sus seguidores, iban desapareciendo y yo me iba quedando más tranquilo, sin peleas ni conflagraciones que resolver, sin armas que destruir, con una vida más sencilla y feliz, sin amenazas permanentes que me tuvieran siempre en pie de guerra. Al fin equilibrado y en soledad, pues ese era mi mayor anhelo.

Todo el mundo lamentaba aquella cadena de sucesos, pero nadie era capaz de relacionarlos entre sí, entre otras cosas, porque no tenían ningún elemento en común, salvo que todos pertenecían a la misma industria, esa que,  con sus creaciones supuestamente artísticas o culturales, estaba destruyéndome.  Nadie era capaz de ver la relación, salvo yo, claro está, que estaba cayendo por un precipicio de amargura, desesperación y, lo peor, sentimiento de culpa, por mis execrables acciones que tenían como único objeto terminar de una vez por todas, con ese mundo de superhéroes que me estaba conduciendo a mi propia ruina. Ellos o yo, era el dilema. Mi responsabilidad, como me dijo Ben.

Un día, decidido a acabar con todo de una vez, me dije a mi mismo que esto no podía continuar. Dos últimas decisiones se abrieron paso en mi mente. La primera fue poner un anuncio para vender mi tela, por si pudiera serle útil a alguien. A los dos días, apareció una bella compradora, muy joven, llamada Nagore, que se la llevó gratis. Me cayó tan bien, que también le regalé las gafas protectoras.

Cuando la mujer abandonó mi apartamento, puse en marcha la realización de mi segunda decisión: acabar con las vidas de Stan y Steve, mis creadores, porque a fin de cuentas ellos eran los máximos culpables de, primero, haberme puesto a pelear en este planeta hostil y segundo, no haberse dado cuenta de por qué ellos parecían inmunes ante tanto acontecimiento desgraciado de sus colegas. ¿No eran capaces de verlo?.  Si se hubieran dado cuenta a tiempo, habrían dejado de dibujarme y yo no habría seguido con mi secuencia asesina.

Ya sin el poder de mi tela, me dirigí, ciego de sentimientos oscuros y deseos de venganza, a la casa de mis padres artísticos, para terminar con ellos y, de paso, conmigo mismo.

Cuando me encontraba frente a la puerta, de repente, sentí sobre mis hombros el peso de un cuerpo que me inmovilizaba. Me volví y comprobé sorprendido como Nagore, sujeta por mi tela al tejado de la casa, me miraba tras las gafas y me decía:

-          ¿Qué vas a hacer, colegui?, si les matas, me liquidas a mí también, que he venido a auxiliarte para conseguir la paz en este mundo hostil. A partir de ahora, seremos dos contra el mal. Aquí tienes a la nueva ¡¡spider-woman!!

lunes, 4 de abril de 2016

Pero mereció la pena

Pero mereció la pena
Laura, sentada en el pico de una cama de hospital, en la que su exmarido  Emilio se queja de intensos dolores en el tórax, habla por teléfono. A veces, se pasea nerviosa por la habitación, al tiempo que retira de sus ojos un ramillete de rizos naranja.
-A ver, cariño, escúchame, por favor, que lo que te tengo que contarte es very important, ok? ¿Qué dónde estoy?  Pues hijo, en el hospital con mi ex. ¿Qué te parece? Si te cuento lo que le ha pasado, no te lo vas a creer. Desde luego que bien hice en separarme de este tonto. (Perdona cariño pero es afectuoso, tú sabes que aún te quiero, por algo eres el padre de mis hijas.) No, no esto no va por ti, rey, se lo digo a él que está aquí quejándose como un condenado. Vale, vale, sigo. Bueno, resumiendo, pues nada más y nada menos que el pobre tiene dos o tres costillas rotas o fisuradas, de esas que llaman flotantes. Y todo por sus hijas. Desde luego, que papaíto tienen, no se lo merecen. ¿Cómo?, pues, por increíble que parezca, se las ha roto un bestia, un tal Kenny, que no es ni más ni menos que el guardaespaldas de Justin Bierber. Si, que si, que me lo acaban de contar las niñas que están desayunando en la cafetería y también Emilio, que está aquí a base de nolotiles, porque esto es muy doloroso, o eso dicen. ¿Si? ¿A ti también te pasó jugando al futbol? Pues eso, mira, ahí estáis empate. El caso es que, al parecer, todo sucedió en el pasillo que la masa de gente formó en el hotel, donde se hospeda ese guaperas. Pues imagínate, un mogollón de histéricas como mis mellizas, matándose por tocar al ídolo y queriendo todas una firma, un beso, una mirada, yo que sé, lo que pasa con las locas enamoradas de trece años. Y allí estaba el bueno de su padre, en medio de todo el tiberio, con el cuaderno de autógrafos de las niñas, intentando acercarse. Y claro, si se metió más de la cuenta, el orangután, le arreó  tal codazo, que le dejó doblao en el suelo. (¿Qué dices Emilio?), ah! Me dice que por lo menos no soltó el cuaderno, porque si no sus hijas le matan. Lo que faltaba. Bien. Espera, espera, que lo importante viene ahora. Unos segundos y  te dejo  en seguida, rey. Como comprenderás estoy indignada y no quiero que esto se quede así, vale?. Al parecer fue mi Verónica la que llamó al 112, porque el servicio de seguridad del menda y la policía, pasaron de Emilio como de la mierda. Y eso, a pesar de que sea  mi ex, tampoco se le hace a una persona. Lo que quiero decirte, es que he pensado en montar un pollo en las redes y donde haga falta, para que todo el mundo se entere de lo que ha pasado y que ese saltimbanqui pague, coño, que pague. A ver, tú en la radio puedes decirlo, para que lo saquen en las noticias de Madrid y en las nacionales. Si, ya sé que solo eres un conserje de la Ser, pero no me digas que no te conoces a todos los locutores y puedes darle la exclusiva. Eh? Hazlo por mí, mi rey, que luego te compensaré. Yo por mi parte, no me pienso estar quieta. Ahora mismo lo pongo en mi facebook y en mi tuiter, voy a mandar guasaps a todos mis contactos y ya verás cómo en media hora esto peta. Va a ser un trendingtopic , que se va a cagar el niño ese. Tú, además de lo de la radio, haz lo mismo, mueve a tu gente, eh? Ya te iré contando. Te quiero, rey.
-(Bueno, ¿qué me dices Emilio, como lo ves? Esto va a ser la leche. Tú ahí quietecito, que ya verás cómo nos vamos a hacer famosos.)
Transcurrida media hora se presentan en la habitación Verónica y Sonia, las mellizas, las  hijas de  la pareja, llenas de energía tras el desayuno, a base de cocacola y donuts. Con ambas manos se retiran de la cara, sus lisos cabellos amarillo limón. Hablan al unísono.
-Mamá, papá, estamos muy emocionadas, qué nervios, nos va a dar algo, ayyyyy, esta noche es el concierto, jopé nos vamos a morir, a morir, jo como mola, tía. Pero qué pena que no tengamos su firma, eh papá?
-A ver niñas, un poquito de calma que vuestro padre está muy dolorido y ahora no es el momento de andar con gaitas. Escuchadme y hacedme caso. Vais a poner en vuestro Facebook la foto de papá ahí en la cama y vosotras con él, para denunciar el trato que le han dado. Callaos, nadie va a insultar a Justin, ni se va a meter con él, ni vuestras amigas os van a pegar. Solo quiero que hagáis algo por vuestro padre, que mira como está por haber intentado que os firmara en el cuaderno. Ok? Venga un selfie todos. Hasta luego cariño, cuídate. Volvemos enseguida, ya verás.
Madre e hijas salen de la habitación  y al cabo de un buen rato, llegan el traumatólogo -alto, joven, prematuramentre calvo-  y su equipo, para pasar revista al estado de Emilio.
-Bueno, Emilio, te vas a hacer más famoso que Justin Bieber. Acaban de darlo por la radio y está en el 24 horas. Hasta me ha llegado a mi tuiter. Vaya tío, vas a tener las costillas más célebres del planeta, por lo menos hoy. Bien, tienes unas pequeñas fisuras en dos costillas. Poca cosa, afortunadamente. En estos casos no hay vendaje, ni escayola, ni nada. Inmovilidad, paciencia, nolotil y poco más. Así que, en un rato te vas para casa. Te firmamos  la baja laboral y a esperar. En dos semanas vuelves y te hacemos otras pruebas para ver cómo está el tema. Si en medio notas algo, llamas y te damos cita, vale? Venga, suerte, campeón.
Emilio, solo de nuevo,  mira al techo mientras se toca suavemente la zona afectada. Intenta respirar profundamente, pero no puede. La puerta vuelve a abrirse y tras ella entra una mujer de unos cuarenta y tantos, con traje de chaqueta verde y pañuelo de seda anudado al cuello. Lleva el pelo recogido con un moño, pero un mechón rebelde vuelve obstinado a tapar su ojo derecho.
-Emilio, por dios, la que habéis preparado entre todos, joder. Bueno, disculpa, me presento. Soy Ana, la directora de este hospital y estoy de los nervios. Perdona, antes de nada, cómo estás? Bien, no? Vale. Menudo pollo se ha montado. El tal Justin Bieber, viene a verte, ahora, ya, en cosa de poco tiempo. Las redes arden y él no quiere quedar mal por este tema. Tengo a media docena de coches policiales cerrando el paso al hospital, orden de la Delegación de Gobierno. Viene la tele, la radio, media docena de guardaespaldas, los periodistas y para completar el panorama, hasta mi hija y dos amigas suyas. Me va a dar algo. De verdad, me va a dar algo. Te dejo, que tengo mucho que hacer. Tú, no te muevas de la cama. Uf, ya no se ni lo que me digo.
Emilio mira al techo y comienza a hacer un ejercicio de meditación, a la que está muy acostumbrado desde que se divorció. Antes de comenzar a sentirse uno con el universo y entrar en contacto con su yo más profundo, la puerta parece que explota. Irrumpe una tropa de gente que comienza a abarrotar el espacio, tal como en el camarote de los hermanos Marx: seis guardaespaldas malencarados, uno de los cuales se acerca y dice I’m Kenny, sorry my friend,, periodistas con micrófonos, cámaras de fotos y móviles en ristre, cámaras de tv, las mellizas,  Laura y su pareja, la directora, sus hijas, enfermeras… y, tras todos ellos, abriendo pasillo, como un dios empequeñecido, el pelo apretado como un casco, tapándole ambos ojos, disfrazado de sí mismo, aparece, rutilante, con cara de mala leche, dueño de todo,  el mismísimo Justin Bieber. Se aparta el séquito y el ídolo de masas, se dirige a Emilio, al que apenas se le distingue, hundido en su cama, entre tanta gente apretujada. Sin apenas mirarle y como una ametralladora le suelta:
-Hi Emilio, how are you, my friend. I’m sorry. Sorry dude, I really apologize. I’ve brought some presents for you: these t-shirts , a pair of cds and two tickets for the concert tonight, ok? Thank you very much and sorry again. Have a nice day. Bye, bye guy.
Y, tan raudo como entró, salió. Y todo el mundo tras él. Las mellizas,  las últimas, con un explosivo, ¡¡ papá, papá, te queremos, mereció la pena, eh?!!
La habitación quedó en silencio. Pero, de nuevo, la puerta, aburrida de tanto meneo, deja pasar a  una mujer joven vestida con pantalones y chaquetilla blanca, zuecos blancos, el pelo muy corto, enmarcando una linda sonrisa. Lleva unos papeles en las manos.
-Bueno Emilio, se acabó el barullo. Y tú también  te vas. Me llamo Blanca, te traigo tus papeles: el alta hospitalaria, la baja laboral, un par de recetas y la próxima cita con nosotros. ¿Te ayudo a vestirte?
-Si, por favor. Muchas gracias. Y tú, Blanca, ¿está noche estás libre? Tengo dos entradas para el concierto.

Pisando la nieve.

Pisando la nieve.
Apenas he dormido. Un viento huracanado lamentaba su airada vida, destrozándose contra esquinas y tejados. Su voz quejumbrosa no dejó de darme la lata, desde que a las tres de la madrugada comenzó la borrasca de nieve a barrer el aire de mi pueblo.
Sentía en mis oídos los crujidos de las vigas y travesaños de pino, también lastimeros, quizá por el frío y la humedad de mi casa. La pequeña ventana del garaje golpeaba de vez en cuando contra el marco. Nunca cerró bien y en ese momento no me iba a levantar a trancarla.
Tapado hasta las orejas, esperé metido entre mis mantas, en posición fetal, a que pasara esta noche triste, en la que, como en otras ocasiones no he podido evitar las lágrimas.
A las ocho ya estaba en pie, me lavé la cara con un chorro de hielo líquido que salió del grifo del lavabo y al mirarme en el espejo volví a ver las sombras, bajo los ojos, del mismo imbécil de siempre. El que nunca aprende, el que representa mejor que nadie el refrán ese que solo el ser humano tropieza cien veces en la misma piedra.
Volví al dormitorio, subí las persianas y abrí la ventana. Una ráfaga de viento helado entró y limpió el aire enrarecido de la estancia. El paisaje estaba precioso, con ese manto blanco, como dicen los poetas, que deja como recuerdo una buena nevada. La casa de mi vecino Paco tenía el tejado convertido en un grueso tablero de poliespan, los dos coches que pernoctaron en la calle cargaban con una capa de algodón en rama que les hacía invisibles y etéreos al mismo tiempo. En la calle, una franja negra dejaba claro que el  camión quitanieves ya había hecho su trabajo. La borrasca había pasado, pero aún quedaba una niebla alta, que tamizando una luz espectral, dejaba entrever un sol que luchaba por abrirse paso.
Sin pensármelo dos veces, me puse la ropa invernal  y me fui al monte a deleitarme con la nieve, a sentir bajo mis pies su mágico crujido, a volver a disfrutar de la alegría infantil de ser el primero en pisar la nívea superficie, intacta y delicada.
Cogí un plátano y un zumo, la navaja y mi ligero bastón de caminante. Me propuse ir a desayunar al pueblo que queda del otro lado del monte, una distancia muy asequible para mi estado de forma y que me serviría para refrescar mi cabeza, olvidar mis muermos y volver a sentirme otro, de nuevo.
Los senderos del monte con sus alfombras blancas. Las ramas de los pinos encorvadas por la pesada carga de la nieve. El arroyo destilando las últimas lluvias, con sus orillas de sábanas tendidas durante la noche. Los troncos de los pinos encalados por el costado ofrecido a la borrasca. El olor de ese aire tan limpio, como recién estrenado, esa luz, el silencio, la calma…Todo contrastaba con el estado de mi conciencia, alterada por los últimos acontecimientos, que no por repetidos, no dejaban de ser amargos y absurdos, como siempre.
Al poco de iniciar la marcha se cruzaron en mi camino tres corzos, posiblemente una pareja y su cría. Si apenas mirarme, brincaron, ágiles y elegantes, desapareciendo de mi vista tras la tupida columnata del pinar. Su paso me dejó en la retina el contraste del marrón acastañado de su pelaje, contra el blanco telón de fondo del suelo y las laderas. La magia de un hayku estalló ante mis ojos, como una estela de fuegos artificiales. Un maravilloso encuentro que me alegró la mañana. Pelé el plátano y me lo fui comiendo mientras seguía mi camino, sintiendo bajo las botas el crepitar de la nieve aplastada, algunos cuajarones de nieve que se desprendían de las ramas y caían sobre mi abrigo y mi capucha y me hacían reír. Me sentía feliz en contacto con una de las manifestaciones más bellas de la naturaleza.
Paré de súbito mi marcha, embobado como estaba, porque en el camino, a unos quince metros delante de mí, se había apostado un lobo, entre gris y marrón, con su perfil vigoroso y su enorme cola. Volvió su cabeza para mirarme y quedó fijo en el suelo, como estudiando la situación. La luz penetrante de sus ojos me llegó desde la distancia, paralizándome. Mi cuerpo se vio sometido a un derroche de adrenalina, que puso mi corazón a danzar como movido por un grupo de percusión. Mi respiración se aceleró y sentí una especial tensión en los músculos. Despacio, cogí mi bastón a modo de espada, en un absurdo intento de respuesta defensiva ante un ser que si quisiera, me atraparía entre sus mandíbulas, haciendo imposible mi respuesta. Al mismo tiempo, me sentía maravillado por la presencia de tan mítico y temido animal, dado que era la primera vez que yo tenía un encuentro con uno de ellos.
No sé el tiempo que pasó, diez segundos, no más, pero al cabo de ese intervalo apareció un segundo animal, quizá su pareja, que, sin detenerse,  lo sobrepasó por su derecha y, como si le hubiera dado una orden, arrastró a su compañero y ambos desparecieron de mi vista. Puede que siguieran la estela de los corzos.
Caí de rodillas en la nieve y, casi temblando, acabé tumbado en ella, dejando que mi respiración y todo mi cuerpo volviera a la calma inicial. En poco tiempo me había tranquilizado. Me puse en pie y seguí camino del poblado que ya tenía a tiro de piedra.
Al ir acercándome a mi, más que nunca,  ansiado café y sin dejar de pensar en el encuentro que acababa de tener, volvió, nítido a mi memoria, el brillo de esos ojos que ayer dejaron frío y triste mi corazón y mi casa. Una despedida sin palabras, una separación dolorosa, una historia de amor con final inesperado. No pude evitar el paralelismo con esa pareja de lobos: emociones encontradas.
También ella  se fue cuando su nueva pareja llegó a la puerta de mi casa y esperó con su coche en marcha.
Solo me queda seguir pisando la nieve.

El dolor de la noche

El dolor de la noche
El bus traspasa la noche rodando veloz por la autopista. Cercado por coches, motos, camiones, furgonetas, otros autobuses, se hace un hueco con su potencia de cuatrocientos caballos. Transporta en su interior decenas de personas cargadas con sus bolsas, sus derrotas y deseos. Vuelven de esa gran ciudad que empequeñece en el espejo retrovisor. Apenas se miran, se sientan, sacan sus móviles y quedan hechizados por la luz que emana de ellos. Las pantallas iluminan la difusa oscuridad del interior del autobús. El amortiguado ruido del motor amodorra los oídos y prepara a los viajeros para el sueño. Las veloces  luces de los edificios cercanos, de las excesivas farolas, de focos y de frenos, van dejando sus estelas en los ojos que, ajenos al espectáculo, mueven raudos sus pupilas ante los rectángulos multicolores. El sonido de la radio llega indescifrable hasta el pasillo. En él, los distintos perfumes de los viajeros que entran y salen, se mezclan y desaparecen, ventilados por el aire que se cuela al abrirse las puertas.
Eduardo se ha sentado al lado de la ventana y mira absorto el paisaje nocturno de la ruta. Él no ha sacado su móvil. Total para qué, a sabiendas de que en él, no va a encontrar más alegría y más belleza de la que carga en su memoria. Presta atención a la conversación de las dos chicas que van en los asientos de delante. Apenas el murmullo de sus voces le hace pensar que son dos maestras que hablan de sus trabajos, de los alumnos,  de sus respectivas familias. Siente el codo izquierdo de su vecino de asiento, que se le clava en su brazo derecho. Le molesta, pero no puede apartarlo. Es un joven grande, robusto, que apenas cabe en el hueco y no puede evitar ocupar más espacio del que le corresponde. Lleva los auriculares puestos, conectados a su móvil.
Su atención difusa, pasa de las chicas al sonido de la radio, unido al ruido del motor, de fondo al rumor de su propio cerebro que le irradia con dulces pensamientos, con los  pequeños poemas de su amada. Vuelve a imaginar a Mercedes, sentada frente a él en el bar, mientras tomaban café, mientras se miraban, mientras se besaban. La visualiza perfectamente. El óvalo moreno de su rostro, su cutis liso y suave, la pureza de las líneas de sus cejas, sus ojos azabache, el amplio rizo de su  pelo cubriendo media frente, el abanico de sus pestañas donde él airea sus  emociones. Esa mujer, que con su inteligencia e imaginación le transporta a mundos imposibles, le muestra los lados más inesperados de la vida, le hace fluir en el universo que crea, allá donde ella esté.
Su mirada capta  un pico de papel, que sobresale de un pliegue del respaldo del asiento delantero, a la altura de su mano. Le llama la atención y lo saca del lugar en el que alguien lo ha colocado. Igual que en otras ocasiones  puede ser un billete usado, el envoltorio de un chicle o una bola de papel de fumar. Lo extrae. Así ahorra trabajo al servicio de mantenimiento de los autobuses. Está doblado en varias capas. Lo despliega y advierte que contiene un texto escrito a mano. ¡Un mensaje en el asiento del autobús! Extrañado por el hallazgo, mira a su derecha y comprueba que su compañero de viaje tiene los ojos cerrados, concentrado en la escucha de su música. Una minúscula letra femenina, que le resulta familiar, se aprieta de lado a lado de  la pequeña  superficie blanca, apenas una tarjeta de visita  de fino papel.
Lee: “Te vas/ te venís/ y dejas anillos en mi imaginación”. De mi admirada Gioconda Belli, dedicado a ti. Mañana en el  lugar de siempre. Te quiero. Mercedes. (Saluda de mi parte a tu compañero de viaje)”
Eduardo, confuso y asombrado, con esa felicidad redonda que proviene del amor, no tiene tiempo de mirar a la derecha y saludar al hombre del asiento vecino. El autobús, hace chirriar sus frenos, pero no puede evitar el tremendo impacto contra el coche que se ha cruzado en la pista, dando vueltas sobre sí mismo. Pierde su verticalidad y, tras arrastrar consigo a otros vehículos, colisiona contra el muro protector que separa las calzadas. Un cataclismo múltiple se abate sobre el asfalto. La noche se incendia y se torna trágica en treinta segundos.
Mientras, Mercedes en su cuarto, lee: “Es dolor/pero se crece en canto/porque el dolor es fértil como la alegría/riega, se riega por dentro, /enseña cosas insospechadas, enseña rabias/y viene floreciendo en tantas caras/que a punta de dolor/es seguro que pariremos/ un amanecer/para esta noche larga”. Goza de su amor, teniendo entre sus manos el libro El ojo de la mujer*

ENTRE CRISTALES

ENTRE CRISTALES
“Cristales por el suelo, caminando sobre vidrios rotos, ya te olvidé. No guardo las fotos”. AVF
Has dejado escrito en mi brazo este poema de desamor, con uno de esos rotuladores negros permanentes, que usas para dejar tu huella indeleble, allá por donde vas. Podré borrarlo con alcohol, frotar con estropajo y jabón, lavándome con el deseo de limpiar todo lo que me una a ti. Esas palabras irán desvaneciéndose y pasarán a ser unos versos dañinos, sin huella en mi piel, de alguien a quien debo olvidar desde este mismo momento.
Palabras, herramientas que, como escritor, utilizas como quieres: para enamorar o para destrozar, para acariciar o para rasgar el alma, para hacer amigos o para destruir a las personas. Palabras tuyas, como estrellas que me hicieron creer que contigo nacería en mí un mundo nuevo. Palabras que fueron como planos y proyectos para construir el futuro. Palabras para amar, escritas en el vaho del espejo del baño, en la arena de la playa o en el polvo acumulado de los coches. Palabras como alimento cotidiano, imprescindibles, palabras como agua necesaria, palabras diseminadas entre mi piel y tu piel. Palabras que cambiaron mi vida. Palabras cargadas de adjetivos, sensibles, tiernas, azucaradas,… transmutadas ahora en absurdas, terribles, nocivas, mortales. Palabras para ser sustituidas por otras, ahora mismo. No hay detergente en la memoria que blanquee, desinfecte y purifique el depósito de palabras que has ido llenando en estos años, pero he de encontrar el antídoto a tanto veneno acumulado, con el tiempo como aliado. Salir de esa cueva virtual que yo cree, cubierta de algodones y magia apasionada, a la real, donde cristales de cuarzo se vuelven contra mi piel, hiriéndola a mi paso. Abandonada ya.
Voy dejando a mis espaldas la cristalera diáfana de la cafetería. Ahí quedas tú, arrogante, orgulloso en tu melancolía, fortalecido por tu soledad, rígido en tu terror, mirando los jardines de la plaza y nuestra aniquilación. De todas tus palabras solo me quedan mentira y soledad pero, por encima de todo, mantengo la vida. Y con esta vida, empezaré de nuevo. Sin ti. Sola por fin.
Paseé por el centro de la ciudad, como un bebé descubriendo el mundo. Ese universo cuajado de cristales, nunca visto como ahora. Se abría como una colección de constelaciones repletas de estrellas. Miraba los coches pasar a mi lado, móviles peceras con humanos dentro, respirando sus amores o sus desazones, batallando con luces, rayas, señales… Autobuses, peceras aún más grandes, repletas de vida multicolor atenta a la nada, a la calle, a los móviles, a los periódicos o a los que llevaban a su lado. Todo entre cristales.
Mis ojos se maravillaban ante los escaparates donde hombres y mujeres, compradores de sueños, miraban absortos sus nuevos trajes, sus tablas de surf o los caniches inquietos en jaulas llenas de tiras de papel. Todo tras cristales.
Más allá, tabernas con puertas de cristal y  huellas de dedos impresas, me mostraban sus vasares. Alineadas, ordenadas por su contenido, reposaban decenas de botellas, expuestas como putas esperando a sus clientes. Veteranas  compañeras tuyas en el mueble del salón, cómplices en la mesilla de nuestro dormitorio, amigas inseparables ante tu ordenador. Atesorando ocultos bebedizos en su interior, ofrendas líquidas a dioses que solo tú conoces. Cascotes con olor a ron.
Más allá, el embrujo de las  perfumerías, museos vivos de los frascos, del arte del diseño en vidrio. Y en su interior, el hechizo de la esencia, los aromas, las fragancias, el perfume que deja en la memoria la huella imborrable del amor o del duelo. Y para mí, el recuerdo de la sangre brotando de mis pies descalzos, rota mi piel por los fragmentos de cristal esparcidos en el baño, tras el paso violento de tus manos. El perfume como un regalo envenenado.
En la esquina, escaparates donde se exhiben cámaras, móviles, relojes, tablets, prismáticos, proyectores, pantallas negras, espejos de nuestras realidades. Y a mi mente, vuelve el embrujo de aquellas imágenes de nuestra íntima ternura, transformadas en humillación, desprecio, burla, inerme yo ante tus modos, ante tus apetitos insatisfechos siempre. Las cámaras como cámaras de tortura.
Por fin, guiada por al azar, me acerco al bar donde nos conocimos, al rincón donde el café y la literatura se unen y dejan, con su sabor y su aroma, que el alma se anime o se sosiegue, se abra o se detenga ante la belleza de las letras, la armonía de las palabras, la magia de los relatos o los versos. Donde tú y yo, partimos con nuestros deseos nuevos hacia lo desconocido y con el tiempo, tú lo convertiste en negra ceniza con rescoldos negros.
Miro a través del ventanal y ellas siguen allí. Mi grupo de amigas, compañeras del alma, con su animada charla, sus risas, sus complicidades, su cariño inquebrantable. Mónica se vuelve y alza su mano, abre su sonrisa y la emoción de su boca me hace llorar de alegría. Entro y el más dulce de los abrazos me colma de paz y siento, por fin, el sosiego  entre cristales.

Entrevista de teleave


Entrevista de teleave

Hola! Ustedes son los de la tele, ¿no?  Bueno, pues muchas gracias por seleccionarnos para el programa como viven nuestros amigos, que no lo hemos visto nunca, la verdad, porque aún  no tenemos tele. Es que son un poco rácanos, yo creo.

¿Nos presentamos? Si. Somos una pareja de agapornis, que como ya sabréis el nombre científico deriva de los términos griegos ágape (‘amor’, ‘afecto’) y ornis (‘ave’). Los inseparables nos llaman también. Digo pareja, pero en realidad no. Somos dos, eso está a la vista, pero pareja, pareja de macho y hembra, no. Las dos somos hembras, pero eso los que nos cuidan no lo saben, porque cuando nos adquirieron, de segunda mano, los vendedores les engañaron,  o a lo mejor, tampoco ellos lo sabían. Les dijeron que éramos macho y hembra y que pondríamos entre 3 y 6 huevos, pero que va, de eso nada. A ver.

¿Mi compañera? Si, ella es muy tímida y por eso no va ni a aparecer ante las cámaras, pero yo os lo puedo contar todo. Se llama Pia, como todas la hembras de agapornis, pero luego, tiene su apellido, que es ese chirrido especial que todas las demás aves usamos para llamarla y comunicarnos. De eso lo humanos, ni idea, como ya sabréis.

¿Qué cómo nos conocimos? Pues mira, como casi todos las aves exóticas que hay en Europa. En una pajarería, claro, porque, aunque tú sabes que nosotras venimos de África, al final vete e ver si son nuestros tatarabuelos los que fueron robados  de la selva. Nosotras, ni idea de cómo es aquello. No hemos salido nunca de una jaula. Así que, aquí  estamos, llenitas de tics, de depresiones, de manías, que eso  en una selva, nada. Allí eres libre y eso tiene sus peligros claro, pero se vive mejor. O eso dicen.

¿Qué cómo nos tratan? Ah, pues muy bien, nos tienen la jaula limpia, ponen agua, columpitos, calorcito, semillas de todos los colores, espejitos, trocitos de fruta, campanitas. En fin, de todo. Esto parece una feria. No nos podemos quejar, la verdad, pero os diré que con un poquito de estrategia se pueden conseguir más cosas. Nosotras empezamos a quitarnos el plumón del pechito y cuando se dio cuenta el humano macho, que es el que nos cuida, nos llevó al veterinario. Este le dijo que necesitábamos salir a espacios más amplios, tener más elementos para columpiarnos, ramas para posarnos, y que además recomendaba tratamiento psicológico, cambio de alimentación, frutas frescas con vitaminas, y todo eso.

¿Que qué tal? Ah muy bien, el Dani, que así se llama el humano, hizo todo lo que le dijeron y ahora, ya nos ves, nos abre la jaula y tenemos toda esta terraza acristalada para nosotras. Estamos como reinas, chicos. Nos pone las semillas en una maceta con tierra, ahí escarbamos y picoteamos, nos ha colgado ramas y aros por ahí y genial. Y además no tenemos ni que limpiar. Como además la terraza da a la calle, nos pasamos la vida arreglándonos las plumas y mirando la gente pasar, así tan juntitas. No paramos de cotillear como son, lo que dicen, como van vestidos. Una gozada, vamos.

¿Los humanos? Bueno, así, así, estos son buena gente, pero ella, ay ella. Yo creo que no nos traga. Nos acepta porque como su amorcito es al que le gustan, pero querernos ella, no. Nunca se ocupa de la limpieza, de cambiarnos el agua, de aportar semillas, nada. Ella, en todo caso, le discute a su Dani que hay que ver estos bichos –bichos, fíjate-, ocupando la terraza de la cocina, que no se puede ventilar ni nada. Una egoísta vamos, si lo sé yo. Verdad Pia? Nada, esta no quiere salir.

Ah y de nosotros no tienen ni idea: ni de dónde venimos, ni  cuál es nuestro verdadero nombre –fíjate que nos llaman Chico y Chico, ja-, ni la edad que tenemos, ni cuanto vivimos, ni que decimos cuando piamos, nada. Eso sí, nos miran abobados, nos silban, nos dicen cariñitos como si fuéramos bebés, se asombran de las bobadas que hacemos. Bueno, esas ñoñerías de los humanos. Pero yo creo que nos tienen para no sentirse tan solos.

¿La libertad, me preguntas?.  Hijo  y ¿qué es eso? Yo te digo la verdad, pero si algún día dejan la ventana abierta, me pensaría mucho el salir. ¿Te imaginas? ¿Ahí fuera, buscarte la vida todo el rato, entre palomas que son como ratas, las urracas tan acaparadoras, los gorriones tan gritones y mafiosos? Y los gatos, ¿eh? ¿Qué me dices de los gatos? Y el frío del invierno. Ay, qué horror. Quieto, quieto,  aquí estamos muy bien. Ya quisieran muchos humanos vivir como nosotras. Ellos lo pasan peor, te lo digo yo. Todo el día discutiendo, que si no friegas, que si no cocinas, que si se te ha olvidado el pan,…Uf, un tema tremendo.

Ah, ¿ya os vais? Pues nada, muchas gracias por vuestra visita. Por cierto, ¿cuándo se emite el programa? Ah, pues quizá para entonces ya hemos conseguido que nos pongan la tele. Nos quedamos mudas y el veterinario seguro que nos la receta.

Si, si ya me despido. ¡Saludos a todos los inseparables del mundo!

Mi comida favorita


Luis llegaba tarde a su oficina en el Ministerio del Amor y la Discordia. Le retuvo la falta de puntualidad del pintor contratado para dar un repaso a su apartamento. Perdió el autobús y, contra su costumbre, tomó un taxi. Una vez dentro, se alegró, porque el conductor, resultó ser una persona callada, respetuosa con el silencio del pasajero y que en ningún momento trató de entablar conversación. Atento a los controles de su vehículo y punto. Así le gustaba a él la gente. Si algo no soportaba, era tener una charla absurda con un desconocido, o peor aún, manifestarse en cuestiones que solo a él le importaban. Los treinta años que llevaba en el servicio de inteligencia del ministerio, le habían enseñado a ver, oír y callar, tomar nota de todo y actuar cuando fuera preciso, evitando la exposición irresponsable al público conocimiento. Sacó unos cuantos documentos de su cartera de cuero y los repasó durante el trayecto.

El taxi paró frente a la imponente sede del ministerio. Un hermoso templo griego que empequeñecía a cualquier ser humano bajo sus cuatro columnas corintias. Eros y Eris en mármol de Carrara, custodiaban la entrada.

Al pasar por la puerta giratoria coincidió con Alfredo, el subsecretario de Ambigüedades, acompañado por Mónica, redactora jefa de la agencia LETE, a los que se les veía muy unidos últimamente. Iban secreteando. No le vieron, pero él si advirtió como los dos tomaban el mismo taxi que él había dejado y de repente, una imagen nítida se le presentó en su mente fotográfica. Ese taxista, no será…

Mientras el ascensor le conducía a la última planta, su cerebro analítico y conspirador, no dejó de entretejer diferentes telas con los pocos hilos que se le habían cruzado en lo que iba de mañana. Y antes de que el ascensor frenara en la planta ocho y se abrieran las puertas, Luis ya tenía una conjetura coherente y definitiva sobre los acontecimientos de esa mañana, tan aparentemente anodina. La tardanza del pintor, los ojos de ese taxista, los documentos sobre García Lorca, el subsecretario y su amante, demasiadas coincidencias.

Abrió la puerta de su oficina con una inusitada energía. Laura levantó la mirada de la pantalla de su ordenador y con un irónico, buenos días jefe, ya ha desayunado, no? se dirigió a él que, con un afilado cuchillo como mirada, le contestó: No, hoy tenemos operación especial, pásate al despacho ya.

La reunión duró poco. Ambos se conocían a la perfección y cada cuál sabía su trabajo y su responsabilidad. Solo a ella le permitía familiaridades en el trato. Se despidieron como siempre hacían.

-En marcha. Ya sabes que eres mi amor.

-Gracias Luis y tú mi discordia.

Antes de que Laura abandonara el despacho, Luis tenía pegado a la oreja su móvil codificado con línea segura.

-Patinador? Confirma código. Ok. Escucha. Tenemos viaje con traslado de mercancía a la sede de ATE (ruina e insensatez). La chica de los recados ya está en camino. Localiza matrícula 2358 ZDT, licencia M 23 ERT. Conduce Yeris, el doble que nos arruinó la operación Bacanal en Ghana, recuerdas?. Se ha operado, pero esos ojos... Si, seguro. Ha vuelto. Pon a toda tu gente a trabajar. Coloca chip de seguimiento  y avisas. Van tres: Ambig, LETE y Yeris. Haz lo que se te ocurra y hazlo bien. Y lo más importante: devolver el video de la cámara del taxi. Estoy seguro de que han grabado los documentos topsecret del tema de G L en Nueva York. Esos no deben hacerse con ellos. Ah, espera, envía alguien a mi casa. Tengo dudas sobre el trabajo que se está haciendo. Ciao, y engrasa las ruedas. Hay 100 talentos.

Antes de dar el obligado repaso a la prensa diaria, Luis recibió la señal del Patinador en una de sus pantallas. La comprobada eficacia de su agente. Comenzó a enviar la señal de seguimiento del taxi. A su vez, él se la envió a Laura que confirmó la perfecta recepción.

En cuanto a su pintor no había dudas. Solo pintaba. Un pelín de paranoia, nada más. Pero si había recibido cincuenta euros de un taxista, por retrasar la entrada en el apartamento. Todo encajaba.

Más relajado ya, al comprobar que sus órdenes se estaban cumpliendo, Luis se acercó a la biblioteca y extrajo un ejemplar del Poeta en Nueva York. Leyó:  VUELTA DE PASEO

Asesinado por el cielo,

entre las formas que van hacia la sierpe

y las formas que buscan el cristal,

dejaré crecer mis cabellos.

Con el árbol de muñones que no canta

y el niño con el blanco rostro de huevo.

Con los animalitos de cabeza rota

y el agua harapienta de los pies secos.

Con todo lo que tiene cansancio sordomudo

y mariposa ahogada en el tintero.

Tropezando con mi rostro distinto de cada día.

 ¡Asesinado por el cielo!

Con la operación terminada y confirmada, gracias a la profesionalidad de sus agentes, Luis abandonó, sereno y satisfecho, ya pasadas las diez de la noche, la sede del ministerio. En esas ocasiones se daba un homenaje y se hospedaba en el hotel Hisminas, un gran lujo, con servicio especial de habitaciones. Además, la pintura no habría secado aún.

Al día siguiente, Luis desayunó solo en la cafetería del Ministerio. Subió a su despacho, pero no estaba Laura en su lugar de trabajo. Una chica muy joven le saludó e informó de que Laura había llamado para comunicar que estaba indispuesta. No pudo disimular su contrariedad.

Sobre la mesa de su despacho estaban ordenados los periódicos. Los titulares eran espectaculares y muy similares en todas las ediciones: 

Político y periodista arrestados en club de carretera.

Drogas, sexo, alcohol y un asesinato en ATE.

ATE escenario de lo peor de nuestra sociedad.

Escándalo de vicio y corrupción en el Ministerio.

Un ministro y su amante implicados en extraño caso delictivo.

Bajo ellos, se encontró un sobre amarillo, sin membrete, ni franqueo, ni remitente. Sopesó el envío y, no sin cierta sospecha, lo abrió. En él halló un lápiz de memoria y un papel doblado en cuatro.

Hola mi discordia. Muchas gracias por el encargo. Ya estamos en pelotas tomando el sol. Cuenta con nosotros para cualquier otra.

Un abrazo. Laura y Patinador.

Eros (amor) y Eris (mentira) LETE (olvido), ATE (ruina e insensatez), Hisminas (disputas),

AMOR 4.0


Luis llegaba tarde a su oficina en el Ministerio del Amor y la Discordia. Le retuvo la falta de puntualidad del pintor contratado para dar un repaso a su apartamento. Perdió el autobús y, contra su costumbre, tomó un taxi. Una vez dentro, se alegró, porque el conductor, resultó ser una persona callada, respetuosa con el silencio del pasajero y que en ningún momento trató de entablar conversación. Atento a los controles de su vehículo y punto. Así le gustaba a él la gente. Si algo no soportaba, era tener una charla absurda con un desconocido, o peor aún, manifestarse en cuestiones que solo a él le importaban. Los treinta años que llevaba en el servicio de inteligencia del ministerio, le habían enseñado a ver, oír y callar, tomar nota de todo y actuar cuando fuera preciso, evitando la exposición irresponsable al público conocimiento. Sacó unos cuantos documentos de su cartera de cuero y los repasó durante el trayecto.

El taxi paró frente a la imponente sede del ministerio. Un hermoso templo griego que empequeñecía a cualquier ser humano bajo sus cuatro columnas corintias. Eros y Eris en mármol de Carrara, custodiaban la entrada.

Al pasar por la puerta giratoria coincidió con Alfredo, el subsecretario de Ambigüedades, acompañado por Mónica, redactora jefa de la agencia LETE, a los que se les veía muy unidos últimamente. Iban secreteando. No le vieron, pero él si advirtió como los dos tomaban el mismo taxi que él había dejado y de repente, una imagen nítida se le presentó en su mente fotográfica. Ese taxista, no será…

Mientras el ascensor le conducía a la última planta, su cerebro analítico y conspirador, no dejó de entretejer diferentes telas con los pocos hilos que se le habían cruzado en lo que iba de mañana. Y antes de que el ascensor frenara en la planta ocho y se abrieran las puertas, Luis ya tenía una conjetura coherente y definitiva sobre los acontecimientos de esa mañana, tan aparentemente anodina. La tardanza del pintor, los ojos de ese taxista, los documentos sobre García Lorca, el subsecretario y su amante, demasiadas coincidencias.

Abrió la puerta de su oficina con una inusitada energía. Laura levantó la mirada de la pantalla de su ordenador y con un irónico, buenos días jefe, ya ha desayunado, no? se dirigió a él que, con un afilado cuchillo como mirada, le contestó: No, hoy tenemos operación especial, pásate al despacho ya.

La reunión duró poco. Ambos se conocían a la perfección y cada cuál sabía su trabajo y su responsabilidad. Solo a ella le permitía familiaridades en el trato. Se despidieron como siempre hacían.

-En marcha. Ya sabes que eres mi amor.

-Gracias Luis y tú mi discordia.

Antes de que Laura abandonara el despacho, Luis tenía pegado a la oreja su móvil codificado con línea segura.

-Patinador? Confirma código. Ok. Escucha. Tenemos viaje con traslado de mercancía a la sede de ATE (ruina e insensatez). La chica de los recados ya está en camino. Localiza matrícula 2358 ZDT, licencia M 23 ERT. Conduce Yeris, el doble que nos arruinó la operación Bacanal en Ghana, recuerdas?. Se ha operado, pero esos ojos... Si, seguro. Ha vuelto. Pon a toda tu gente a trabajar. Coloca chip de seguimiento  y avisas. Van tres: Ambig, LETE y Yeris. Haz lo que se te ocurra y hazlo bien. Y lo más importante: devolver el video de la cámara del taxi. Estoy seguro de que han grabado los documentos topsecret del tema de G L en Nueva York. Esos no deben hacerse con ellos. Ah, espera, envía alguien a mi casa. Tengo dudas sobre el trabajo que se está haciendo. Ciao, y engrasa las ruedas. Hay 100 talentos.

Antes de dar el obligado repaso a la prensa diaria, Luis recibió la señal del Patinador en una de sus pantallas. La comprobada eficacia de su agente. Comenzó a enviar la señal de seguimiento del taxi. A su vez, él se la envió a Laura que confirmó la perfecta recepción.

En cuanto a su pintor no había dudas. Solo pintaba. Un pelín de paranoia, nada más. Pero si había recibido cincuenta euros de un taxista, por retrasar la entrada en el apartamento. Todo encajaba.

Más relajado ya, al comprobar que sus órdenes se estaban cumpliendo, Luis se acercó a la biblioteca y extrajo un ejemplar del Poeta en Nueva York. Leyó:  VUELTA DE PASEO

Asesinado por el cielo,

entre las formas que van hacia la sierpe

y las formas que buscan el cristal,

dejaré crecer mis cabellos.

Con el árbol de muñones que no canta

y el niño con el blanco rostro de huevo.

Con los animalitos de cabeza rota

y el agua harapienta de los pies secos.

Con todo lo que tiene cansancio sordomudo

y mariposa ahogada en el tintero.

Tropezando con mi rostro distinto de cada día.

 ¡Asesinado por el cielo!

Con la operación terminada y confirmada, gracias a la profesionalidad de sus agentes, Luis abandonó, sereno y satisfecho, ya pasadas las diez de la noche, la sede del ministerio. En esas ocasiones se daba un homenaje y se hospedaba en el hotel Hisminas, un gran lujo, con servicio especial de habitaciones. Además, la pintura no habría secado aún.

Al día siguiente, Luis desayunó solo en la cafetería del Ministerio. Subió a su despacho, pero no estaba Laura en su lugar de trabajo. Una chica muy joven le saludó e informó de que Laura había llamado para comunicar que estaba indispuesta. No pudo disimular su contrariedad.

Sobre la mesa de su despacho estaban ordenados los periódicos. Los titulares eran espectaculares y muy similares en todas las ediciones: 

Político y periodista arrestados en club de carretera.

Drogas, sexo, alcohol y un asesinato en ATE.

ATE escenario de lo peor de nuestra sociedad.

Escándalo de vicio y corrupción en el Ministerio.

Un ministro y su amante implicados en extraño caso delictivo.

Bajo ellos, se encontró un sobre amarillo, sin membrete, ni franqueo, ni remitente. Sopesó el envío y, no sin cierta sospecha, lo abrió. En él halló un lápiz de memoria y un papel doblado en cuatro.

Hola mi discordia. Muchas gracias por el encargo. Ya estamos en pelotas tomando el sol. Cuenta con nosotros para cualquier otra.

Un abrazo. Laura y Patinador.

Eros (amor) y Eris (mentira) LETE (olvido), ATE (ruina e insensatez), Hisminas (disputas),