domingo, 18 de diciembre de 2016

El árbol hueco 1

“El árbol como axis mundi o eje del mundo en muchas culturas es considerado como el punto de unión entre el cielo y la tierra, sus tres partes – las raíces, el tronco y las ramas – simbolizarían los tres niveles del mundo: el infierno, la tierra y el cielo, respectivamente. Puesto que el niño se encuentra en las ramas, en el nivel metafórico, esto equivale con su ascensión al cielo”
Tres árboles gigantescos. Sus solemnes corpachones se elevaban, dos veces más altos, por encima de las casas de planta baja desparramadas en hilera a lo largo de la avenida. Su empedrado de guijarros descarnados se abría de vez en cuando con baches arenosos, o llenos de agua sucia los días de lluvia. Obesos sus troncos, abiertos en canal, corroída su carne de madera por el orín, seguían vivos a pesar del tiempo y los maltratos. Sombreaban el paso de los escasos coches o el camión de la carbonería. Más viejas sus raíces que todos los abuelos juntos del asilo de San Rafael que, sentados en sus tajuelas a lo largo de la verja del recinto, esperaban indolentes la hora de la merienda, por no tener otra cosa que hacer. Sus ramas, repletas de hojas de dos tonos verdes, recubiertas de un fino vello blanquecino, formaban un toldo compacto y regalaban en verano su refrescante círculo de sombra a los caminantes.
El imponente porte del trío, se divisaba desde el comienzo de la avenida, allá en la lejana glorieta de Cuatro Caminos, tan distante como la propia ciudad que daba sus espaldas al barrio, en la frontera del campo y el abandono, sujetos sus vecinos a normas propias y sobreviviendo con sus escasos recursos.
Aquellos tres  hermosos ejemplares de olmas sirvieron durante muchos años a generaciones de chicos como casa abierta a todos, refugio contra brujas y enemigos varios, castillo medieval de caballeros pobres, recinto amurallado cubierto por el verde de sus hojas, barco pirata en tierra de secano, fuerte tomado por indios y vaqueros , cazadero de gorriones con escopetas de aire comprimido, cueva en altura, choza de Tarzán sin Chita ni Jane, cuartel de francotiradores de tirachinas, fumadero de los primeros cigarrillos, atalaya para insultar a los viandantes , torre vigía, nido de ametralladoras para disparar  piedras a los perros callejeros, confesonario de delitos menores, merendero de pan con chocolate, escuela de mentiras y de sexo falaz, caza alemán sin motor ni hélices, posesión que defender de la invasión de intrusos de otras calles y otros barrios, frontera en guerras entre bandas rivales… Lo eran todo: el infierno, la tierra, el cielo.
Un microcosmos donde hormigas de negra cabezota, orugas rayadas y glotonas, gorriones pacíficos, palomas orondas de basura, urracas ruidosas y gatos agresivos convivían en paz, mientras los buenos niños del barrio, tras las persianas que oscurecían sus casas, dormían la siesta. No había nidos, no era posible.
El hueco de sus troncos y sus gruesas ramas, solo se vaciaban de muchachos, sentados a horcajadas, durante el tiempo de la escuela. A veces ni eso, invadidas por los novilleros de las repudiadas clases.
Lugar de encuentro para gritos y saltos, carreras y rodillas con costras renegridas, referencia absoluta de toda la chiquillería del barrio, sus genuinos dueños, testigos o protagonistas, de todo lo que acontecía dentro o fuera de su ámbito de influencia.
-Te he dicho que te bajes de ahí ahora mismo y vengas a casa a merendar. Se lo voy a decir a tu padre.
-Ha dicho mama que vayas a casa de la abuela a llevarle la cesta
-¡¡mecagondios como suba te inflo a ostias, mierda de muchacho. Que mascupío el so cabrón!!
-¡Os vais a caer y os partiréis una pierna!
-¿Está con vosotros mi hermano?
-Pero dejad los perros en paz, mira que sois malos.
-¿No tenías que estar en la escuela? Como se entere tu madre.
-No tienes huevos de bajar de ahí, porque te parto la cara.
-Vamos to el mundo abajo u os tiramos, ahora nos toca a nosotros. ¡Venga, coño!
-Os he visto fumar, os he visto fumar,…
Una tarde de agosto, tórrida y seca, se levantó un hosco viento que arrastraba el polvo de la carretera junto a una amalgama de papeles, hojas, prendas de ropa desprendidas de sus cuerdas, negro hollín de la carbonería, tapas de hojalata oxidada, cal de los escombros y polvo rojizo de ladrillos rotos.  El ciego y su perro, flacos y ajenos a todo, era incapaces de inmovilizar sus cuerpos ante la fuerza del vendaval y acabaron, a tientas, refugiados en la zapatería de Antonio. Un viento huracanado que presagiaba la belleza dramática de la tormenta, cercana ya, se abrió paso a empujones brutales. El cielo se cubrió de espesas nubes negras. Los rayos y sus inseparables truenos surgieron de ellas, convirtiendo el cielo en un escenario de endemoniadas amenazas. Comenzaron a caer gruesos goterones. Pronto, unidos, se transformaron en una espesa cortina de agua. Sus chorros impetuosos iban dejando el barrio sumido en el negror más espeso que se había visto. La calle se vació de gentes, de bichos, de vehículos y hasta de sus habituales basuras, que pasaron a ser caóticos giróvagos en el ventarrón tropical.
Santiaguito no sabía qué hacer. No fue capaz de bajar de la rama que tenía asignada en la olma abuela Maya, como él la llamaba. Su zapatón con gruesa suela de corcho, quedó enganchado en la horca que formaban las ramas más finas donde reposaban sus piernas, debilitadas por la polio. No pudo bajar tan rápido como hubiera querido. Ninguno de los compañeros de juego se quedó a ayudarle.
-Santiaguito, agárrate fuerte. No tengas miedo, que esto pasa en seguida. No tengas miedo, que es solo una tormenta, -le decía José Luis.
Los chicos que en ese momento gobernaban el bajel pirata, huyeron como alma que lleva el diablo, ante la cercanía del ser maligno que se acercaba a ellos para que pagaran por todos sus pecados. Todos se refugiaron como pudieron en los portales cercanos o corrieron despavoridos a sus casas. Todos, menos José Luis, que aguantó abrazado al tronco de la abuela Maya, como un valiente corsario sujeto al palo mayor, en plena marejada con olas de crestas montañosas. Esperó a Santiaguito, le animó con sus gritos para que se sujetara y no permitiera que el huracán y la lluvia le expulsaran de su barco.

Pero el monstruo era más fuerte que todos ellos juntos, más potente su brazo que el brazo de Maya soportando a su nieto preferido. Un giro brusco de la masa de aire que cruzaba su arboladura de hojas, agitó con toda su energía la rama de Santiaguito, la levantó, la zarandeó, la hizo girar sobre sí misma y la destrozó. El niño no aguantó el envite y salió despedido hacia arriba como un pelele, cayendo su cuerpo de trapo sobre el banco de granito, donde los abuelos contaban sus aventuras de cuando la guerra. El seco crujido de su cráneo, al impactar contra el borde gris de la piedra, solo puedo oírlo José Luis, que se abalanzó sobre él como para intentar evitar la tragedia que ya se había consumado. La lluvia, la sangre y las lágrimas se mezclaban en sus empapadas ropas, mientras la fuerza devastadora de la tormenta iba amainando, como consciente del daño producido o quizá sumisa al sentimiento de la abuela Maya, que lloraba con todas sus hojas sobre los cuerpos de los niños. 

El tiempo se acaba

Los vecinos, se agolpan en el portal de la comunidad intentando enterarse qué es lo que está pasando.
-Lo ha dicho la nasa, el tiempo se acaba el viernes.
-Que nasa ni que leches, esos que saben, el tiempo es infinito.
-No, de eso nada, todo tiende a cero.
-Eso depende de Dios, nada en nuestras manos está.
-Pues Internet no va. Eso significa algo.
-Jopé, y ¿no habrá sábado? Pues yo tenía hora en la peluquería.
-Según los expertos, quedan seis días, después de lo cual, zas, todo terminará.
-A ver, colegas, que esto es un cuento, seguro que nos querrán vender algo o acojonarnos. Como llevan haciendo toda la historia mundial
-Esto es una trampa mental colectiva.
-Pues yo pienso ponerme hasta el culo de todo lo que me gusta.
-Eso, a follar a follar, que el mundo se acaba
-Sois unos cerdos, se acaba el tiempo y mira en lo único que pensáis. Tios!
-Hay que organizarse y hacer un acopio de tiempo.
-Y cómo, so gili, ¿cómo guardas el tiempo? Lo metes es cajas.
-Oye, ¿y si paráramos los relojes hoy?
-O destruir los calendarios, serás tonto. No te digo.
-Decía san Agustín, que todos tenemos una cierta idea del tiempo, pero que nadie sabe lo que era.
-Veis, y los de la nasa, dándoselas de listos.
-Internet no va. Insisto.
-Prefiero a Zubiri, compañero, con sus conceptos descriptivo, estructural y modal.
-Pero que dice este, si tú lo que prefieres es a la mujer del tercero. No te digo
-Señores y señoras, yo me largo con el coche ahora mismo. Quiero ver el mar antes de que se me acabe el tiempo.
-¿Pero cómo se va a acabar, como la leche de un cartón o como unas pilas?.
-Eso es. Así de fácil.
-Ahora resulta que el tiempo es un fungible. No me jodas.
-Sigo insistiendo: esto es una trampa mental colectiva.
-Habéis visto la película esa en la que llevan un reloj en el brazo. Eso es lo que quieren hacernos creer. Acojonarnos y explotarnos. Todo lo demás es mentira.
-Dios está presente en todo. Dios es el tiempo. Dios es infinito. Vamos a rezar. El proveerá.
-A ver, un poco de cordura. Dejemos que las cosas sigan como hasta ahora y veréis como al llegar el viernes, nada de eso que auguran pasará.
-Y si pasa, habremos estado tranquilos. Muy bien, estoy contigo muñeca.
-A mí no me llames muñeca, imbécil.
-No nos dispersemos, a ver, sentido común. ¿Y si es un bulo que no han podido parar?
-Para mí, que se les ha ido de las manos el arsenal nuclear y en seis días, catapún.
-Y ¿eso duele? A mí que no me duela, la verdad.
-Nada, reina, ni te enteras.
-A mí no me llames reina, imbécil.
-Zubiri dice que las cosas son inexorablemente tempóreas, o sea…
-Que si hombre, que sí. Ya lo sabemos, que si no hay tiempo, nada existe. Pero, ¿qué hacemos?
-Rezar, es la única solución.
-Internet no va. Ni guasap, ni nada.
-Pues yo voy a sacar el dinero del cajero, no sea que a partir del viernes, lo cobren.
-Te pondrán un recibo, so tonto.
-Estoy empezando a desesperarme, necesito un psicólogo.
-Propongo un suicidio colectivo.
-Y una mierda, colega. Yo no me quiero perder esta semana. Va a ser divertida.
-Oye, que lo del suicidio lo ha propuesto el farmacéutico. Él sabe cómo.
-Dios no prevé el suicidio como salida de la vida.
-Anda, cállate un poquito guapo.
-Les dejo señores, tengo mucho sueño. Mañana ya veremos.
-Sigo insistiendo: esto es una trampa mental colectiva.
-Mamá, han dicho en la tele que solo quedan dos días para que se acabe el tiempo.
-Hosti tú, dos días. Esto va en serio y mucho más deprisa. Y tú, vete a dormir.
-Claro es que hay que ver cómo se va el tiempo.
-Lo estamos perdiendo a lo tonto con tanta charla. Me largo yo también.
-Filosofía y física de la mano, si señor, es lo único razonable. Ahí está la solución.
-La bomba, eso es que lo que tienen preparado. Y ellos, camino de Marte.
Los vecinos abandonan la escalera sin enterarse realmente de lo que estaba pasando. Vuelven a sus domicilios. En el momento en que el portal queda vacío, la abuela del portero, que ha estado al acecho tras su puerta, sale a barrer.
-Abuela, ¿qué haces? Mañana ya me encargo.

-No, hijo. Y si el tiempo se termina esta noche, ¿se va a quedar esto sin barrer?

sábado, 26 de noviembre de 2016

Universos para lelos.

Él se da a la bebida. He comprobado que a la más mínima desviación de la recta que supone que tiene que ser su vida, bebe. Y mucho. De forma compulsiva, desordenada, caótica, de todo lo que pilla. En su estado más delirante ha llegado a beber colonia, alcohol para las heridas, orujo gallego o lo último, gasolina. Sabe que este tipo de comportamiento va a acabar con él más pronto que tarde, pero nada, que no reacciona. Ni siquiera cuando ve como su mujer –que es la mujer más hermosa del mundo, las más buena, la más comprensiva, todo, todo- llora, se desespera y le pone en la tesitura de la separación. Ni siquiera en ese caso, valora todo lo que perdería de continuar con ese absurdo vicio suicida.
Todo empezó con mi operación de tiroides. Tras un análisis minucioso de la situación y después de llegar a este nivel de conocimiento submolecular que tengo ahora, el cual me permite acceder a una visión de la realidad en extremo inconcebible para el común de los mortales, puedo asegurar que este individuo, o lo que fuera entonces, estaba allí, en el quirófano, esperando a que el cirujano me abriera el cuello de lado a lado, para extraerme el maldito tumor maligno, que me tenía el tiroides como una cesta de nueces a punto de estallar y repartir toda la pandilla de cangrejos por el resto del cuerpo y llevarme pateta, como decía mi abuela. No pasó, porque me salvó el buen hacer del equipo médico, pero a cambio…
A cambio, todo cambió. Todo se volvió del revés, raro en un principio. Toda mi experiencia vital cruzó la frontera del universo conocido y accedió a otros universos paralelos en los que ahora habito. Me fui, o mejor dicho, él me desplazó de mi cuerpo al otro lado del espejo, o a través del espejo, como diría mi buen amigo Charles Lutwidge Dodgson, más conocido como Lewis Carroll, un tipo muy inteligente y simpático a pesar de lo que opinen algunos y algunas. Pero volvamos a lo mío, que me desvío del asunto principal.
En el momento que yo estaba más inerme, sumido en la penumbra más absoluta, con ausencia total de sensaciones, debido al efecto de la anestesia, con el cuello abierto con una tremenda herida en la que el cirujano hurgaba para cortar de raíz el desmedido bulto que estaba a punto de estallar; el susodicho, o sea, este maldito borracho con el que tengo que lidiar, aprovechó para colarse en las entretelas de mi piel, se adueñó de mi estado físico y me hundió hasta el infinito, en el estado de conciencia que llamamos por aquí, Ciclarck, una palabra aún desconocida en el mundo de los vivos de la realidad 1.
Para que nos entendamos y por si alguno de ustedes aún no se ha enterado, eso que llamo realidad 1 es, por decirlo suavemente, una mierdecilla comparado con lo que realmente y digo realmente en el sentido que le dan habitualmente cuando hablamos entre humanos realidad 1. Lo otro, lo que no vemos, de lo que no sabemos nada, eso que los científicos más avanzados intentan vislumbrar con sus complicadas ecuaciones,  eso que, al final, es mucho más simple de lo que imaginan, es de donde les hablo. Sin palabras, claro. Para resumir y en un lenguaje que puedan entender, soy o estoy o pervivo, eso da igual aquí, en un estado de onda en permanente cambio de ciclo, repitiendo un fractal simétrico que se asocia a singularidades infinitas desdobladas las potencias coincidentes y las que emulan en sus estrictos órdenes de Ciclark, que simultáneamente son multicéfalos en la acepción más heterogénea del término. O sea, no se para que se lo comento, porque ni siquiera el doctor Higgins se está enterando de la misa la media. El pobre todavía anda pavoneándose con sus bosones y esas cosas de preescolar.
Se creen que me estaba olvidando de mi operación. No, no, ni mucho menos, porque como les decía, ahí empezó todo. El borracho que ahora se acuesta con mi mujer, probablemente estaba en la realidad 2, estado en el que los cuerpos de la realidad 1 que mueren, se van acomodando, mientras las partículas subatómicas de su estado de conciencia 1 pasan al estado de conciencia 2 y devienen en seres que pueden transitar, provisionalmente de la r1 a la r2 con c1 y c2 o viceversa. ¿Me siguen? Da igual, tampoco es importante. Ya lo sabrán cuando suceda, si es que sucede, pues también esto tiene carácter aleatorio y caótico, pendiente de un estado magmático y fundente donde el todo se transmuta permanentemente en otro todo, r n elevado a n, con c n elevado a nc. Vale, basta de letras, que aunque a los matemáticos les encantan y eso que son de ciencias, a un lector de este tipo de relatos, las letras, como símbolos matemáticos, les ponen de los nervios.
Termino ya. Siempre, y digo siempre con el carácter relativo que esta palabra tiene, donde el todo transmuta en tiempos superpuestos y espacios interrelacionados en interdimensionalidades conmutativas de Ciclark, siempre, que es nunca en cuanto te descuidas, la r1 es manipulable desde el control de rn, por ser entre otras cosas una realidad simplificada, útil para que los seres que la habitan puedan moverse en ella con cierta dosis de cordura y sentido común, poco, pero bueno, dejémoslo ahí. Así que, a pesar de mi estado plasmático, aun así, los celos me pueden, a mí, un rn elevado a n con restos emocionales del estado r1. Y esto, que desde ahí, amados lectores, puede resultar primitivo, aquí, no es más que una posibilidad para cambiar el estado de cosas de la r1c1.

Ese que me transformó en su huésped, invadiendo mi cuerpo, ese que ahora es mi esclavo, se está matando a base de alcoholes, fenoles y drogoles. Y eso es lo que pretendo. Así, mi mujer, mi viuda de la r1, se liberará de semejante cenutrio, enviudando por segunda vez. Él retornará al caos y yo, seguiré volviéndome cada día más loco, por las ganas que tengo de acostarme con ella. Daría parte de mi estado Ciclark por volver a r1c1, aunque solo fuera por una noche.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Cicatriz inversa

Adoro las cicatrices de los hombres. Amo a sus dueños. Me emociona escuchar de su propia voz el porqué de su existencia, el cómo sucedió el accidente, los detalles de la operación, los pormenores del trasplante, las mil y una circunstancias en las que se produjo la herida, el corte, la amputación, la escisión de la piel y cómo ésta fue cosida, cerrada, suturada, hasta dejar sobre ella la marca resaltada, cuanto más extraña y evidente, mejor. Es la vida de esa huella en la piel, desde su nacimiento hasta el momento en el que yo llego a conocerla, lo que supone para mí una fuente ilimitada de placer y alegría. Tanta, que se ha convertido en una verdadera adicción, una hermosa manía coleccionista. Me siento, a veces, como la vampiresa que busca en la sangre la fuente de vida eterna. Me puedo pasar horas mirando con deleite sus formas únicas, el paisaje pespunteado que se dibuja en la epidermis, la línea que delimita los puntos por los que pasó la aguja curva, la delgada lámina de superficie brillante que aflora tras al drama a que fue sometida, el cosido perfecto producto de las manos de un cirujano artista y delicado, la forma marciana que otro, chapucero, dejó con prisas y malicia, un gusano inmóvil que habita bajo el tejido epitelial de un hombre dañado, marcado para siempre por la desgracia accidental que es estar vivo.
Adoro sus cicatrices. Me transformo cuando, en mi desesperada búsqueda en gimnasios, piscinas o playas nudistas, vislumbro un cuerpo sellado, estampado, decorado por la exclusividad de una bella o grotesca sutura. Tiene que ser mío, he de conocerle, tenerle cerca, amarle hasta poseer plenamente su señal específica, hacerme dueña de su historia y participar de la gloria de su goce, con todos los sentidos que mi cuerpo pone a su disposición.
Los diez dedos de mis manos y los diez dedos de mis pies, resultan insuficientes para apreciar la plenitud de esas minúsculas cordilleras donde las células se han retorcido, amasado, apelotonado, hasta conseguir su parte en el espacio, dejando en esa tarea un trallazo, un relámpago de piel, una brillante quemadura, una obra de arte casual, vital, inimaginable.
La punta de mi lengua no puede evitar la tentación de relamer su superficie irregular y estimulante, dejando que mi saliva le otorgue la humedad necesaria para que brille y se deslice suavemente en el contacto íntimo con mi piel, tersa y excitada. Esos cuerpos únicos, signados por la firma señera que ha dejado en su piel el azar, la fatalidad, el sino, son, para mí, el objetivo, la motivación, la pasión de mi vida. Una extraña y placentera enfermedad sin cura, a la búsqueda permanente de algo diferente, extraño, raro.

Mi ansia amorosa no sabe negarse ante lo nuevo. Pero cuando ya las he hecho mías con todos los sentidos, cuando su relato se acomoda y habita mi memoria, he de ir a buscar otra cicatriz, otro amante que deje en mí alma su identidad, y en mi piel la huella inversa de su dibujo, como los pies en la arena, los dedos en el barro, el molde metálico en las galletas, los anillos en el lacre caliente. Así, la superficie de mi cuerpo se transforma en un mapa de valles y barrancos, sajaduras y hundimientos, grietas y desplomes, hoyas y hondonadas. La trágica cartografía que dejan en la tierra los seísmos personales de los miles de millones de seres heridos que la habitan. 

martes, 15 de noviembre de 2016

Segmentos

Es una línea discontinua, como las de las carreteras. Carlos camina sobre ella, pero el trazo se interrumpe antes de que llegue al punto en el que puede descansar. Espera que se vuelva a rehacer y sigue caminando. Y así hasta el infinito, ese lugar que vislumbra a lo lejos y que es el objetivo inicial de su viaje. Nunca llega. El sueño o la línea se terminan antes. Gotas de lluvia en los cristales.
La recta continúa como la dejó. Está colocando sus pies descalzos en ella, para adaptar su pisada a lo angosto de la superficie por la que debe caminar. Alza la mirada y frente a él, veredas discontinuas como la suya se cruzan en todas direcciones. Carlos intenta ser fiel a su trazo, pero en todo momento siente como otros caminos se interponen en el suyo y le impiden continuar. La lluvia ha entrado por la ventana que dejó abierta en la noche.
Hoy son diferentes los colores de las rayas. La suya aparenta ser roja y los segmentos que la forman cambian de longitud y de anchura a medida que anda sobre ellos. Sus ojos están cansados del rojo y buscan insistentemente el blanco. Sobre la oscuridad impenetrable del fondo, destacan algunos tonos por su luminosidad o fosforescencia. Le atraen y quiere acercarse a ellos, pero nota como sus pies se aferran a su segmentada ruta. Se han formado charcos en la madera del suelo de su dormitorio.
Algunos adquieren una velocidad endemoniada. Raudos cruzan su campo de visión y le marean. El vértigo le puede y cree que va a caer. Una mano le roza su hombro derecho y equilibra su cuerpo. Vuelve a sentirse seguro. Sonríe y sigue caminando por su lindero rojo –su deseo de blanco se esfumó-, cálido y seguro, aún con el recuerdo de esa mano en su hombro. El moho comienza a invadir el parqué.
Son esquíes. Lo ve muy claro y nota la velocidad en el descenso. Lleva los pies bien anclados en el arnés. Otros esquiadores se cruzan en su trazo y dejan el paisaje convertido en un lienzo, surcado por una maraña de equis, imposible de cartografiar. Una mano sobre su mano le indica la dirección adecuada, el sentido correcto, la llegada. Y se aferra a ella como un niño a su osito de dormir. El bosque de moho invade el espacio de la habitación.
Todo es negro. La mano permanece. El frio comienza a amoratar su cara. Ponte el gorro, le dice su madre. Carlos quiere obedecer, pero no lo encuentra. Se coloca el viejo casco que usaba cuando iba en moto con su padre. Las mañanas de los domingos de invierno, pilotaba su Sanglas por carreteras heladas, anhelando las pistas que solo él conocía. Carlos se ha perdido en el impenetrable frondosidad. Hay mucha humedad.
-Papá, ven a buscarme. Mamá, él no llevaba casco.  
Al despertar, sus lágrimas humedecen el pelo de Ana. Se aferra a ella buscando el calor de su cuerpo. 

Despierta. Solo. 

sábado, 5 de noviembre de 2016

Vida y muerte de Anselmo Roiz de Arnesaga.

Duró poco. Su vida fue un acelerado viaje que comenzó y terminó en el mismo año de su nacimiento, cuando las criadas encargadas de su cuidado se volvieron contra su amo y decidieron abandonar a su suerte a aquel bebé, heredero de hacienda y fortuna de la poderosa familia a la que tan recientemente se había incorporado.
Unos cuantos meses de vida que, en la compleja historia del clan familiar al que pertenecía, supusieron una revolución tan radical en el devenir de los tiempos, que nadie ni nada podía haber predicho semejante convulsión.
No le dio tiempo a saborear las mieles de la vida regalada, las comodidades, el éxito económico, el regusto del poder, la satisfacción de ver cumplidos todos sus deseos, en definitiva, la suerte de haber nacido en el seno de un clan como los Roiz de Arnesaga, famosos en el orbe por sus tesoros y su capacidad de dominio sobre todo lo real, fuera esto humano, animal o cosa.
Anselmo fue concebido en una noche de pasión y violencia que su padre, el poderoso señor de Roiz y Vilardo, dueño de todo lo creado, tuvo con Aurea, la última joven que se había incorporado al servicio de palacio. Sobre ella, su potente grito en el estertor del amor, se extendió por toda la hacienda, para que su esposa, trastornada y encerrada en sus aposentos desde el nacimiento de su cuarta hija, fuese testigo de lo que su marido era capaz de hacer con el cuerpo de cualquier mujer que se le antojara.
El parto fue normal y el niño nació hermoso y sano. Su madre desapareció y nunca más se supo. De él se encargaron las nodrizas y amas de cría dispuestas para el cuidado de los hijos varones. Le atendieron con la dedicación a la que les obligaba el padre de la criatura, haciendo recaer sobre ellas la responsabilidad de su vida. Si el niño moría, ellas también. En las cuatro ocasiones anteriores en que el heredero no fue viable, una decena de mujeres lo pagaron con su vida. En el caso de que fuera niña, el mismo se encargaba de quitarles la vida.
Anselmo fue ocultado por su abuelo materno en un nicho de las porquerizas de la hacienda, la noche en que, tras largo tiempo de tramas, confabulaciones y complots, el colectivo de criados consiguió alzarse en armas contra aquel estado inhumano y brutal que había establecido el amo en sus dominios.
Se derramó sangre durante varios días en luchas cuerpo a cuerpo, contra la guardia pretoriana que custodiaba al señor y sus posesiones. Hombres y mujeres, unidos en una desesperada guerra por su dignidad, murieron y mataron, hirieron y resultaron heridos, hasta que gracias al poder de la multitud enfebrecida, el pequeño ejército con su tirano al frente, quedó asediado y encerrado en el palacio.
En el crepúsculo del quinto día de batalla por la supervivencia y la dignidad, el abuelo de la criatura, gravemente herido y con el arrojo vengativo cegando sus ojos, sacó al niño de su escondite y fue con él frente al balcón principal del palacio. Lo alzó, como si fuera un conejo, en su poderoso puño izquierdo y con un vozarrón siniestro clamó contra el padre, cercado en su fuerte. Asomó el déspota su cuerpo herido al balcón y un trágico grito suyo, rompió aquella atmósfera de odio, cuando el abuelo de Anselmo seccionó de un tajo aquel cuello infantil, mostrándole la cabeza de su heredero como un trofeo de caza.
En ese momento de locura y rabia colectiva, la muchedumbre, con su flamear de antorchas se abalanzó contra el edificio, haciendo extender un incendio, que acabó convirtiendo en cenizas, todo cuanto contenía. De la densa humareda, surgió el espectro doliente y angustiado de Aurea, semidesnuda, con el cuerpo devastado por la muerte, clamando con voz de ultratumba: ¡padre, que has hecho con mi hijo!



Final alternativo. (Junto a ella cuatro niñas y un grupo de mujeres, surgidas de la muerte, aquella terrible muerte que las depositó en lo más profundo de la tierra. La abandonan ahora para reclamar su cuota de venganza y disfrutar del clamor de alegría que les aporta el fuego exterminador de la justica.)

Subterráneos

El vehículo solar acaba de salir de su profundo agujero. Se dispone a despegar desde la plataforma de lanzamiento y se alza sobre el desierto que queda a sus pies. Bajo sus alas, desplegadas para recoger su imprescindible energía, palpita la ciudad subterránea. Las arenas y rocas que soportan temperaturas de casi cien grados, dibujan en la superficie indescifrables jeroglíficos multicolores. No queda ni un resto de vida animal o vegetal sobre la tórrida superficie del planeta. Naves ligerísimas se cruzan en el aire, desafiando los densos nubarrones de compuestos químicos que envenenan el aire. Sobre el suelo, detritus tecnológicos se unen entre si formando esculturas imposibles, resultado del azar y la fusión de basuras, deshechos que fueron máquinas en un tiempo, ya todo destruido y asolado.
Cada día, decenas de aeronaves dejan su seguro refugio para encargarse de la búsqueda y recuperación de los últimos despojos aprovechables. Todo aquello que dejó disperso en la superficie de la tierra, la última civilización, cercenada por sus propios errores. Una densa niebla se desplaza a ras de suelo y apenas deja entrever el macabro conjunto.

Mientras, la ciudad hormiguero se afana en la supervivencia cotidiana. Sus habitantes trabajan como obreros incansables a la captura del agua subterránea libre de contaminantes.  Se ocupan como infatigables hortelanos cultivando alimentos y produciendo oxígeno sin apenas luz. Luchan, como héroes, para preservar sus vidas, en las penosas condiciones que les impone el fondo oscuro de este mundo subterráneo. Son individuos sujetos al servicio de un enjambre que forma la última estructura de poder, el sueño del Ente. El imperio de un visionario que aunó esfuerzos y reunió consigo las voluntades de sobrevivir de aquellos esclavos que ahora le sirven.

La estación

La extensa y reseca llanura amarillea en esta época del año, cosechado ya el cereal. Un lejano chopo deja constancia de su solitaria lucha por la vida, en este paraje sin árboles. Es Castilla en su plenitud mística, con la radiante luz solar reverberando entre el suelo y el cielo. Silencio en la febril tarde de agosto, donde hasta los pájaros sestean. Un dibujo de líneas paralelas divide la plana meseta y se aleja, formando una amplia curva, hacia el infinito horizonte.
En medio de tanta ausencia emerge el singular edificio de la estación. Dos plantas edificadas con sillería de perfectos prismas en arenisca pajiza, acogen las viviendas de los empleados del ferrocarril. Varios ventanales dirigidos a los cuatro puntos cardinales, cierran el paso al calor. Un robusto balcón se asoma al andén, esperando que el tren, a su paso, lo sumerja en su niebla de carbonilla y vapor. Cuatro chimeneas se alzan al cielo como almenas de un castillo de juguete. El portalón de entrada, abierto y oscuro como la boca de un monstruo, espera deglutir viajeros y curiosos, habitado a estas horas por las sombras y las moscas. Dos olmos carcomidos donde anidan bandadas de gorriones, actúan de severos guardianes a los flancos de la estación. Todo se encuentra envuelto por el denso tufo de lámparas de aceite y faroles de gasóleo, que señalarán, cuando se crezca la noche, el cambio de vías y el paso del último tren. A partir de entonces, los grillos atronarán el aire y las luciérnagas pondrán sus mágicas lámparas al servicio de los sueños.

A tres kilómetros de allí, el pueblo se agazapa contra el suelo pardo y duro, como un vetusto rebaño de casas de adobe y teja roja. Duerme a la sombra del castillo medieval que le da nombre y pasa la noche aguardando la llegada del primer convoy de la mañana. El cartero recogerá el correo, el tendero su pescado y, quizá, algún viajero suba para ir a la capital de visita médica y algún otro baje, a comprobar como la rutina vital, ha dejado a su pueblo sin historia. 

Silvia, Silvia, Silvia

Soy lenta como la Tierra. Soy muy paciente, /cumplo mi ciclo, soles y estrellas/ me miran con atención…
Querida abuela Silvia:
Siempre te llevo presente en mi corazón. Lloro por no tenerte cerca, abrazarte y contarte por lo que estoy pasando. Tú ya no participas de este mundo absurdo, donde mucha gente se odia y ha venido a hacer daño a otra gente. La última vez que fui a verte a la residencia no me conociste: tu cuerpo es ya un montón de huesos cansados, tus ojos están cerrados, tu boca siempre abierta, tu mente perdida en otro universo. La verdad es que no sé qué sentido tiene la vida en esas condiciones. Me dio mucha pena verte así, pero al tiempo, te recordaba diciéndome que hay que ser fuerte, buscar la independencia y defender la libertad conquistada. No dejarse gobernar por nadie que no sea una misma. Y eso, en las circunstancias por las que estoy pasando, me supone una gran ayuda. No voy a olvidarte, debo tener siempre presente lo que me enseñaste. Aprendí mucho durante esas temporadas en las que mis padres desaparecían y me dejaban en tu casa. Cuando alguno de ellos volvía a buscarme, apenas les conocía, ni quería irme de tu lado. Les odiaba.  Contigo fui muy feliz.
Hoy cumplo los diecisiete y he firmado ante notario mi emancipación.  Después de pasar los últimos años por momentos terribles, se cumple uno de mis sueños: obtener mi libertad y alejarme definitivamente de la cruel dictadura de mis padres. Ellos, por fin, se separaron. Fueron una pareja odiosa para mí. El grado de violencia en su relación y también para conmigo y mis hermanos era insoportable. Después vinieron los cambios de domicilio, las idas y venidas de una casa de alquiler social a otra,  las mil y una parejas de mi madre, los hijos que tuvo con ellos –mis tres hermanos pequeños a los que no puedo olvidar-, las relaciones violentas y desmadradas con borrachos, drogadictos, ladrones, violadores –de esto mejor no quiero acordarme-.  Ante tanto desmán y tanta maldad, mi grado de ira iba en aumento y las peleas se hacían interminables, los escándalos eran diarios, las denuncias de los vecinos constantes... Intervinieron los servicios sociales y, entre otras cosas, me informaron de la posibilidad legal de la emancipación. No lo dudé ni un momento. Me costó tiempo y discusiones, pero al fin, ya la tengo. Ahora, sola, al menos, puedo respirar. No quiero volver a saber nada los que concibieron, pero a mis hermanos no voy a renunciar y en cuanto tenga un trabajo que me lo permita, pienso ir por ellos y sacarles del infierno que es la casa donde esté mi madre. Mi padre, ya sabes, perdido con el alcohol, ya ni es persona. Vive con su madre, pero ella, la pobre, cada dos por tres le echa de casa. Y vuelve. Y la machaca. Algo tendría que hacer.
Sonrío a mi pesar a todo lo que conozco. / Hojas y pétalos me acompañan/ estoy lista…
Me he propuesto escribir un diario, volcar en él mis pensamientos, mis dudas, mis emociones, todo lo que se me pase por la cabeza, dejar en el ordenador lo que voy haciendo y siendo. Te lo voy a dedicar abuela: la persona de la que llevo el nombre, la que me hizo tomar conciencia de ser mujer mucho antes de que tuviera la primera regla, la que me entregó su sabiduría sobre la vida, la que con todo su amor me sacó adelante, me mostró como hay que ser y qué hay que hacer para luchar por nuestros deseos, por el futuro, por la vida.
Escribo porque quiero ser escritora. Terminar mis estudios de bachillerato, hacer una carrera de letras. Esos son mis sueños. Sé que me va a costar mucho esfuerzo, sin tener el apoyo de nadie, ni siquiera el tuyo. Estoy sola.  No me importa, a pesar de todo, con mi fuerza de voluntad, conseguiré lo que me proponga.
Hace unos meses pasé por una crisis de ansiedad, mucha depresión e incluso intenté el suicidio. Perdí la cabeza a costa de tanto maltrato y tanta rabia por la impotencia que sentía. Me ingresaron.  Durante mi estancia en el hospital psiquiátrico, conocí a Marta, una chica bipolar que también había intentado quitarse la vida y me habló del calvario que había pasado. Me dio mucho ánimo y toda su ayuda para superar mi crisis, a pesar de que ella también lo estaba pasando muy mal. Me habló de Silvia Plath -otra Silvia- una escritora americana fascinante. Me prestó un libro con todos sus poemas. Quedé encantada con su personalidad, sus poemas y sus ideas. Ahora quiero iniciar mi reconstrucción, desde el momento en que me he visto a mí misma, sola y libre frente al mundo. De esta forma somos tres Silvias (tú, ella y yo) que, juntas, saldremos adelante.
Alquilé una habitación en el piso de una familia de emigrantes búlgaros, que se muestran muy cariñosos conmigo. Estoy viviendo del dinero que me ingresaron por la beca de estudios, pero ya me queda poco. He buscado trabajo y tengo un par de ocupaciones. Voy a una heladería cuatro o cinco horas, de viernes a domingo. Durante la semana le doy clases a dos mellizos y además reparto publicidad en los buzones. Acabo muerta y saco cuatro euros, pero no puedo dejarlo. Necesito tener ese dinero para mantener mi independencia. Para no terminar en la calle. No puedo quitarme esa posibilidad de la cabeza y por ello he acudido a los servicios sociales, para ver hasta qué punto ellos pueden ayudarme.
Y el gran cisne, con su mirada terrible, / viniendo a mí, como un castillo / de río crecido. / Hay una serpiente en los cisnes
He conocido a Rubén, un chico que también ha pasado por el mismo hospital que yo. Ahora está muy bien y me encanta contar con alguien con el que tengo esa experiencia en común. Me resulta agradable su compañía. No me hace sentir tan sola. Él es mayor que yo y sigue en casa de sus padres. Son una pareja muy agradable y me han acogido muy bien. Creo que les parece perfecto que esté con su hijo. Seguro que piensan que les viene bien tener novia. La madre me ha llegado a insinuar que si nos vamos a vivir juntos, pueden ayudarnos con los gastos.  A pesar de todo eso, tengo mis dudas, no quiero comprometerme en una historia con tantas lagunas. Acabamos de empezar y yo no estoy enamorada de él. Entre sus problemas está el que tiene miedo a la gente y, por eso, ni estudia, ni trabaja. No se cómo podré contar con él en un momento de zozobra. Es posible que sienta miedo y se refugie en su familia y me deje sola. Por eso, lo que consiga, ha de ser con mis propias fuerzas. Mantengo a raya el amor y ese tobogán por el que a veces las mujeres vamos a tumba abierta y al final, lo que le ocurría a mi madre, que acababa apaleada por los impresentables a los que les abría su corazón…o, quizá solo sus piernas. No estoy muy segura. Y eso, ni hablar.
Algunas noches se queda Rubén a dormir conmigo. Hacemos el amor y me gusta, pero no puedo evitar que, en esos momentos, vengan a mi memoria las escenas que presencié en mi casa, siendo yo muy niña y los malos rollos de los que he tenido que zafarme con algunos hombres que quisieron abusar de mí. Y, lo peor, aquel intento de violación del último bestia que estuvo con mi madre, que terminó conmigo en la comisaría, denunciando a mi agresor. Algunas de estas cosas yo creo que tú las has llegado a saber, o al menos, a intuirlas, porque en las temporadas que yo pasaba contigo, siempre me recordabas lo que debía y no debía permitirle a nadie.
Tuve oportunidades. Probé y traté. / cosí la vida a mi vida, como una voz rara. / caminé con cuidado con precaución, / como un objeto extraño/ intenté no pensar demasiado, traté / de ser natural.
Hoy ha ocurrido lo peor. Me han echado de la casa. El dueño me ha dicho que necesita la habitación para un familiar, pero creo que la razón es que estaba cabreado porque habíamos estado durmiendo Rubén y yo. Ya me lo temía, porque la primera vez que pasó, noté un gesto en su cara que me lo dio a entender. He llamado a mi chico, contándole el mal rollo que tengo ahora y ha venido junto a su padre a recoger la docena de cajas donde guardo mis cosas. Se las han llevado en su coche. Se han ofrecido a recogerlas en su casa, hasta que tenga otro lugar donde ir.
He ido a hablar con el psicólogo que me trata, para contarle mi situación a día de hoy. Ha llamado a los servicios de emergencia social. Vendrán a recogerme esta tarde al centro de salud y me llevarán a un lugar de acogida donde intentarán, en unos días, encontrar algo más duradero. Una residencia, un piso de acogida o algo así. Al menos, hasta que se estabilice un poco mi situación. No me siento desesperada, ni agobiada. Sé que todo se va a arreglar. Mientras, he estado en casa de Rubén hablando con sus padres. Les he relatado la historia de mi corta vida y, a pesar de la dureza de mis experiencias, ya no lloro cuando las cuento, pero la madre de Rubén se deshacía en lágrimas. Me daba lástima de ella, sobre todo por lo que ha pasado y está pasando con su hijo. Otra mujer, a la que la existencia le ha dejado un montón de cicatrices y tiene que seguir luchando por sacar adelante su vida y la de su hijo, al que no quiere renunciar. La suya es una historia inversa a la mía. A esta mujer, su hijo la ha maltratado con todas las tremendas jugarretas que la ha hecho y a mí, han sido mis padres los que me han jodido. Esta vida es una mierda para mucha gente.
Me voy al Centro de Salud, en media hora vienen a buscarme. Sola.  Pero, ¡adelante!, ¿eh, abuela?  Cuento contigo desde ese lugar que tienes en mi memoria, junto a esta mujer que se ha prestado a ayudarme y con mi determinación, que es muy poderosa.


Las frases en cursiva son citas del poema a tres voces, Tres mujeres, de Silvia Plath.


el pueblo de los verracos

El poblado está situado en lo alto de un cerro, con una extraordinaria perspectiva sobre el valle. Rodeándolo, discurre el río. Desde lo alto de las ciclópeas murallas que defienden su recinto circular, construidas con enormes bloques de granito y mucho esfuerzo, se ven y se oyen sus aguas. En esta época del año, bajan bravas y abundantes, debido al deshielo en las sierras cercanas.
El río representa la vida para los habitantes del poblado. Con sus aguas sacian su sed; con sus truchas, bogas y sardas calman su hambre; sus cabras, ovejas, vacas o cerdos abrevan y se refrescan en él; allí limpian sus ropas y sus cuerpos; recogen agua para la fragua, para templar los hierros y bronces de sus armas y herramientas. A sus orillas baja el alfarero para comprobar su trabajo en vasijas y cuencos. En las tierras de aluvión que se remansan en las orillas cultivan las coles, las habas o las lentejas con las que completan su alimentación. Se nutren, sobre todo, con todo tipo de carnes, pan de trigo o cebada y frutos del bosque, como las bellotas, con las que obtienen harina, triturándolas en sus pesados molinos de granito que mueven con las manos.
Desde lejos el poblado parece que arde. Entre los piornos con los que fabrican los tejados de sus chozas, se escapa el humo del fuego central de la vivienda, esa energía que rige la vida de sus habitantes.
Levantan construcciones redondas o cuadradas, a base de rocas y barro. Las hacen de diferentes tamaños, dependiendo de la clase social a la que pertenezca. Tienen la puerta orientada hacia el este, para que la luz les devuelva al día, tras la total oscuridad de la noche. Está cerrada con maderos unidos entre sí con tiras de cuero, que también les sirve de bisagra. Su cerrojo es un palo transversal. No tienen ventanas. El suelo puede ser de roca o de tierra apelmazada o de restos de cerámica y a veces barro seco. Todos los habitantes se sientan en torno al fuego por orden de edad. Duermen juntos, arrebujados en torno al fuego, que hay que mantener encendido durante todo el día y toda la noche.
Rodeando las murallas, los habitantes del poblado, han clavado cientos de enormes piedras cortantes que forman un campo disuasorio para los caballos de sus enemigos. La puerta sur está abierta a primera hora de la mañana y sus habitantes hace tiempo que han empezado a afanarse cada uno en sus tareas cotidianas. Unos atienden el ganado, cercado entre la fachada y la calle del poblado. Otros se acercan a comprobar el estado de sus cultivos de cereal.
Los jóvenes soldados, con ropa corta, pelo largo y capa sujeta con fíbula, miman sus caballos, entrenan sus destrezas como jinetes y sus dotes militares con espadas y lanzas.
El herrero atiza sus brasas y hace crecer el fuego con la madera de encina, que le trajo su pequeño hijo del monte cercano.
Las mujeres, vestidas con togas, los sagum, que ellas mismas confeccionan en el telar con pesas de cerámica, adornada y recogida su larga cabellera con los torques, trabajan en todo: la higiene de sus hogares y de sus pequeños, la comida principal en sus pucheros puestos al fuego, la limpieza y el orden de las chozas, el arreglo y confección de los tejidos de las ropas, los cueros de sus prendas de abrigo, la recogida de hierbas y bayas, la fabricación de quesos con la leche de cabra, la conservación de la miel. Sus tareas dan y sostienen la vida.
Un niño sale con su padre para ayudarle en las tareas cotidianas. Va desayunado con un tazón de leche de cabra, servido en su cuenco preferido, ese que está adornado con la estampilla repetida a lo largo de toda su superficie. De ordeñar a las cabras se ha encargado el mismo. Un trozo de pan, recién sacado del horno por su madre, le llena el estómago. Comprueba que no le falta su bolsa de cuero, que traerá llena de bellotas, o, si hay suerte con el cuerpo aún caliente de algún conejo que cace con su honda. O con piedras redondas para jugar a las canicas con sus amigos. Le acompaña también, como un fiel compañero, el pequeño cuchillo que le regaló su hermano mayor.
Van al monte, arreando su rebaño de cabras, y pasan cerca de la necrópolis, el lugar donde se encuentran las cenizas de su abuelo. Allí enterraron el invierno pasado, metido en una urna de barro, los restos del viejo, el último gran jefe que tuvo el poblado, junto con su espada y el ajuar de su traje de soldado. Una piedra hincada en el suelo marca el lugar exacto. Murió a los cuarenta años, de unas terribles fiebres a las que su esposa no supo poner remedio con sus hierbas curativas.
Al pasar por aquí, dejan de hablar y se ponen más serios. Hay que ser fiel a los muertos y a su culto. Ellos les dieron la vida y les esperan en el más allá.

Llegarán hasta donde pace inmóvil el grupo de grandes verracos de granito, los que delimitan sus terrenos, los que marcan sus cultivos, los que les dan confianza, a los que se dirigen para que velen por todos ellos y por sus ganados. El niño se sube a lomos de los míticos animales de roca y mira hacia lo lejos, donde la vista se pierde entre las copas de encinas y alcornoques, donde ciervos o jabalíes esperan a ser cazados para las fiestas de la tribu.  Eso sí, cuidado con el lobo. O con los temibles romanos, más terribles que los lobos. 

lunes, 24 de octubre de 2016

Modo espera

Yo no acarreo el revólver calibre 38 SPL de 4 pulgadas. No tengo que cargar durante toda la jornada con los 25 cartuchos -6 en el tambor y el resto en la canana. Tampoco llevo las esposas colgadas del ancho cinturón de cuero negro. Ni siquiera el bote de espray con el gas mostaza o la defensa de goma semirrígida de 50 centímetros. Todos los compañeros odian este peso sobre sus caderas, pero saben que es imprescindible asumir esa pesada servidumbre, sobre todo, teniendo en cuenta el aumento de atracos y acciones violentas de todo tipo, a las que tenemos que hacer frente, en estos duros tiempos que nos ha tocado vivir.
Todo el material de defensa lo tengo colgado tras la puerta blindada del cuarto en el que ejerzo mi trabajo. Solo en caso de necesidad tendría que recurrir a todo ello. Si el cabo cree necesarios mis servicios, acudiría a apoyar la acción del grupo para repeler un ataque superior en fuerza. Lo que no puedo olvidar es el walkie-talkie, una herramienta de comunicación indispensable entre nosotros. Mi móvil, por supuesto. La ropa especial anti corte con la que nos dota la empresa y otros elementos imprescindibles en nuestro trabajo, como por ejemplo un silbato potente, que es muy útil para llamar la atención ante un ataque o una emergencia cualquiera.
Es este un pequeño espacio blindado, sin ventanas al exterior. En él desarrollo mi trabajo durante ocho horas seguidas, de lunes a sábado. Dispongo de un sillón, no muy cómodo, no sea que me vaya a dormir. Una pared frente a mí, vestida con doce pantallas planas que me envían imágenes de las zonas más sensibles de la tienda. Recibo la señal de cuatro cámaras por cada una de las dos plantas y otras cuatro repartidas por el exterior de la nave donde está ubicado el negocio. Una mesa con varios teléfonos, un ordenador, material de escritura, auriculares para captar los sonidos del aparcamiento, un micrófono, todas las llaves del edificio, y alguna cosa más. Puedo emitir mensajes a cada guardia, a todos en general, advertir a todo el público de una amenaza o dirigir evacuaciones. Y en caso de emergencia, automatismo total.
Dispongo de una botella de agua y algo para picar. No puedo leer, ni escuchar música, ni ver películas, ni hacer nada que no sea observar todo lo que aparece en las pantallas, detectar algún peligro o elemento extraño y comunicarlo a mis compañeros de planta para que actúen en consecuencia. Todas las imágenes se graban en tiempo real y cada día se guardan los archivos de video que genera cada una de ellas, custodiándolos en nuestra caja de seguridad, por si son necesarios en algún momento. Mi tarea es muy importante, porque puedo llegar a convertirme en el director de las acciones que tengan que ejecutar mis compañeros. Están todos en mis manos, ellos y los posibles atacantes.
De vez en cuando, para romper la monotonía y chequear el sistema, tengo que comunicarme con todos y cada uno de mis compañeros, detectar su nivel de atención y su capacidad de respuesta. Sin horarios prefijados, sin avisos previos.
He descubierto que, con el ordenador al que está conectado todo el sistema puedo hacer determinadas acciones, digamos, no permitidas. Puedo congelar la imagen, rebobinarla, cortar y guardarla en otras carpetas, mezclar imágenes entre sí, colocar a personas donde no estaban, y alguna otra que iré descubriendo. Aquí lo que tengo es mucho tiempo y lo empleo en investigar las posibilidades que el sistema me permite. Sentirme solo es, con mucho, lo peor y no está exento, como dijo el psicólogo de la empresa, de tener alucinaciones, que hay que saber controlar, claro. Yo no creo tener ese problema, al menos por ahora.
Es tanto el tiempo, que cuando salgo y observo la realidad fuera de estas cuatro paredes, me parece que sigo viendo el mundo a través de las pantallas. Mis ojos y mi cerebro se han educado para ello y soy un especialista con alta competencia en mi trabajo. Soy capaz de detectar cualquier movimiento extraño, por pequeño que sea y sentir la necesidad de ponerme en alerta. Un niño que se tropieza, una anciana a la que se le cae el bastón, un perro que olisquea un trozo de pan. Actuaría para evitar situaciones difíciles, rebobinaría para rehacer el pasado. En definitiva que, a veces, aquí metido, me siento dios. Estoy seguro que con el tiempo seré capaz de hacer todo lo que me proponga.
Hoy no es un día en el que haya que extremar las medidas de seguridad o haya que recurrir a la base a solicitar refuerzos. Es lunes y la tienda está tranquila. Pocos clientes deambulan por ella, la música de ambiente es relajante, la tranquilidad está casi garantizada. Pero nunca hay que bajar la guardia.
Desde la cámara dos, que está frente a la puerta de entrada, compruebo que hay una serie de cuatro televisores led curvos de 84 pulgadas, instalados en paralelo y a la misma distancia entre ellos. Me parecen piezas de dominó colocadas como cuando se pretende que empujando a una caigan las demás. La distancia entre ellas creo que es muy escasa, para que el público pueda pasar entre ellas. En fin, los trabajadores de la tienda sabrán lo que se hacen.
En ese momento, advierto como un caballero joven, alto, fuerte, con chaqueta de cuero y pantalón vaquero, de unos veinticinco años y barba a la moda, cruza entre los televisores dos y tres. Se para en medio del pasillo que forman los dos aparatos, se gira hacia el televisor tres y se inclina para observar con detenimiento el sistema de entradas y salidas de que dispone. Al hacerlo, pierde ligeramente el equilibrio y se apoya en el televisor que tiene frente a él. Debido a este efecto el televisor pierde su posición y cae estrepitosamente al suelo. En su caída, choca con el televisor cuatro y por el efecto dominó, lo derriba y su pantalla de negro cristal se parte en mil pedazos. Da dos pasos atrás, alarmado por los hechos provocados, y su espalda choca con el televisor número dos. Cae también, destrozándose su pantalla de plasma. A su vez impulsa al televisor número uno que hace lo propio, con la diferencia de que esta vez, aplasta un cochecito de bebé, en el que se apoyaba el padre de la criatura. La catástrofe ha sido total y el sujeto causante no da crédito a los sucedió. Se lleva las manos a la cabeza y se las pasa por la cara, intentando salir de su asombro. No hay palabras. El padre, fuera de sí, aparta como puede los restos del artefacto de la capota del coche y rescata a su pequeño, acunándolo en sus brazos.
Algo tengo que hacer. Primero congelo la imagen en el momento en que los empleados y, sobre todo, el padre del niño se abalanzan sobre el causante y pretenden agredirlo. No debo consentirlo. Rebobino hasta el segundo antes en que el causante hace entrada en el pasillo de los televisores. Salgo de cabina y bajo a actuar sobre los hechos. Me espera trabajo para poder modificar sus posiciones y reconducir el presente a una aposición de normalidad. En cuanto lo tenga reubicado todo el escenario, vuelvo y reinicio el sistema. Nada habrá sucedido. Listo.
(Agente observador abandona cabina. SAT-537 toma el control total. Agente observador salió sin cinturón de herramientas. Olvidadas llaves de cabina sobre la mesa. Alarma grado naranja. Comienza el protocolo. Sirenas de emergencia activadas. Luces de emergencia activadas. Seres vivos paralizados. Cerrando mamparas metálicas de seguridad externas. Generando nebulosa de invisibilidad. Abriendo sistemas refrigeradores. Sistema antincendios y antirrobo en marcha. Activada llamada servicios de emergencia. Entro en modo espera.)


domingo, 16 de octubre de 2016

Resistir es la clave


-Yo lo tengo muy claro. Me quedo. ¡Suerte Frank ¡ -dijo George, mientras abrazaba a su vecino.  
A lo largo de su vida, varios huracanes habían destrozado su casa en la población de Princeville en el condado de Edgecombe, Carolina del Norte. Hicieron que el rio Tar se saliera de su cauce y arrastrara todo lo que se encontraba a su paso, incluidos los autos y sus ocupantes. De esta forma, debido al reciente huracán Matthew, han fallecido veinticuatro personas, al no poder abandonar sus coches, impelidos por las corrientes de los ríos desbordados. Fueron sus víctimas aquellos convecinos que se empeñaron en querer evacuar cuando ya era tarde. Desoyeron los consejos de la diligente policía, que llevaba días avisando de la peligrosidad de tanta energía destructora, generada por semejante fenómeno atmosférico.
Se refugió en su veterana ranchera Buick electra 455, Oso, como él la llamaba, un dinosaurio automovilístico de los setenta de la industria de Detroit, cortado por el mismo patrón de los coches americanos de la época: a hachazos y con motores de autobús. Un verdadero coloso que no salía del garaje desde hacía quince años y que le había servido como refugio, para hacer frente al empuje de tantos huracanes. Siempre había resistido los envites del agua inundando la casa. El coche nunca se había movido de su sitio. George lo tenía preparado con toda clase de comodidades y repuestos, para aguantar una semana sin salir de él. Un verdadero búnquer, capaz de resistir un ataque de la aviación enemiga. Como excombatiente de la guerra de Vietnam, su dueño estaba entrenado para cualquier contingencia.
-George, esta vez va a ser peor. El jodido Matthew viene fuerte. Lo va a derribar todo. Vámonos, ya no tienes edad para aguantar esto tu solo. –le aconsejó su vecino Frank.
Pero él se mantuvo fiel a su experiencia y a su Oso. Fiel a sí mismo.
Pero tampoco Oso estaba de acuerdo y cuando le vio entrar renqueando, cargado de bolsas con víveres, mantas, radio, linterna y demás achiperres para sobrevivir, pensó que el viejo George iba a iniciar su último viaje. El mismo notaba en sus anticuados aceros oxidados, en su motor inactivo desde hace años y en la ajada tapicería de sus asientos, el temido paso del tiempo. Juntos habían vivido muchas peripecias, en sus emocionantes viajes por las infinitas carreteras de su inmenso país, de este a oeste y de norte a sur. Habían resistido la tremenda presión del agua hasta media puerta, inundado el motor, embarrada la carrocería y los cristales. Aguantando ambos, como dos héroes modernos, la fuerza destructora de la naturaleza, que un año tras otro, remachaba con otro puñetazo el mismo rostro tumefacto.
- Resistir es la clave, viejo George, pero todo tiene un límite. Tú y yo, no tenemos fuerza para lo que se nos viene encima, no seas terco.
Pero George no le oyó.
Esta vez, Oso no pudo aguantar la tromba de agua y lodo que, alzando una montaña de ramas y restos de otras viviendas, entró como un monstruo por la parte trasera del garaje y con el empuje de un misil, lanzó a los dos compañeros al otro lado de la calle, convertida en una torrentera salvaje que les volteó, tragó y digirió, como un niño su sorbete de piña.
Allá van los dos, auto y hombre, sumergidos en un remolino inmenso, viviendo sus últimos momentos juntos.
Mientras tanto, de las agrietadas paredes de la vivienda, convertida ahora en un amasijo de maderas, muebles y restos humanos de toda clase, salen en tromba las inalterables cucarachas. Seres que llevan ocupando la tierra desde hace millones de años. Como un ejército desquiciado y sin control, se dejan llevar por las turbulentas aguas que las trasladan a otros lugares, donde encontrarán nuevo acomodo y nuevas despensas en las que alimentarse.
-Eh, amigas, esto sí que es divertido. Agua y más agua. Alimento entre las olas para muchos años. En cuanto baje el nivel, cualquier sitio será bueno para nosotras. Mientras, disfrutad del surf. Resistir es la clave.










lunes, 10 de octubre de 2016

¿Es esto literatura?

El poeta estrella se demoraba. Antoine estaba muy tenso. Presentaba al vate más premiado del país. Su pulso, como el de un poeta enamorado. Su garganta, desfallecida, reseca por la espera. Tomó un caramelo. Apareció el maestro. Impresionado, Antoine se atragantó mortalmente. El poeta le consagró con un soneto póstumo.


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 El grupo poético seguía atrapado en la autopista. Ángel, único organizador, miraba su reloj, mordisqueaba el bolígrafo. Miró al público y unos hermosos ojos aferraron su alma. Llegaron los poetas retrasados. Ángel, como ausente, abandonó el escenario y, tomando la mano de la bella asistente, voló, amarrado por su mirada.



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El encuentro literario comenzaba a las cinco. Para Arturo, con su primer poemario, la situación le generaba una insoportable ansiedad. En la puerta no había nadie. Observó su reloj.  En las agujas, las seis menos cuarto; en la ventanita, el número ocho. Miró el programa del tablón de anuncios. Día siete.


Con un solo dedo

El ordenador, yace sobre la mesa como un rasillón negro, una caja de zapatillas planas, un estuche de bombones, un simulacro de féretro ultraplano para cenizas electrónicas. A veces, hasta me da miedo. No puedo evitar asociarlo a mis pesadas tareas laborales y lo miro con mucho recelo. No me gusta, me da repelús. Lo observo desde lejos y paso de él. Me abandono a la facilidad del móvil, más pequeño, menos pesado, más versátil y con el que guardo una relación amorosa intensa. Ni que decir tiene que es el medio que me pone en contacto con todo el mundo. Me pone, sencillamente. ¡Qué gran invento! No entiendo cómo he podido tener vida antes de conocerlo. Lo deposito suavemente en el cuenco de mi mano izquierda y deslizo el dedo índice de la derecha por su lustrosa pantalla negra. ¡Qué suavidad! Me emociona el primer destello que me envía desde lo más hondo de su corazón tecnológico. Miro extasiado los nueve puntos de seguridad, en los que trazo con mi dedo el dibujo del patrón. Con su proverbial rapidez se abre la siguiente pantalla. Es mi escritorio, donde dispongo de todas las aplicaciones imprescindibles para mi vida. Si lo deseo, puedo ponerme en contacto con la chica de mis sueños o leer las noticias del día o trazar el recorrido de mi próximo viaje o controlar como de lleno está mi frigorífico. Una gloria. Solo con los pulgares escribo todo cuanto quiero. ¡Dos dedos¡ Solo dos dedos o, a veces, ni eso, con uno es suficiente. Un solo dedo para acceder a todo el universo real o imaginario. Es ese momento, repentinamente mi memoria me traslada vertiginosa a mi infancia.
“La escritura a máquina constituye una parte importante de tu formación, mi querido sobrino. Actualmente el que no sabe escribir a máquina es considerado un analfabeto funcional, es decir, que a pesar de saber leer, escribir y las cuatro reglas básicas, no puede desenvolverse en la vida con desenvoltura suficiente para ser considerado una persona de éxito en este mundo tan competitivo y, al mismo tiempo con tantas oportunidades para las personas que se preparan en la lucha por la vida. Así que, mi querido sobrino, me complace decirte que en estos momentos, vas a iniciar las clases de mecanografía en la afamada academia, la tecla mágica, que dirige mi compañero del banco Arsenio Mastrepa. Él te conducirá por la senda del conocimiento de esta maravillosa arquitectura que es la máquina de escribir, un ingenio diseñado por ingenieros de mente genial y fecunda y que han dado a los seres humanos, la posibilidad de tener entre sus manos el que sea posible desembarazarse del lápiz, y así ofrecer los escritos de manera legible y rápida. Un invento milagroso, diría yo. Es pues el momento de que accedas a esta técnica que yo, como tu tío, hermano amantísimo de tu madre que soy, te voy a financiar como regalo a tu inteligencia y para que se te abran las puertas del futuro, como te abro ahora mismo las puertas de la academia”
“Con un movimiento rápido y firme -nos dice Don Arsenio-golpeen la tecla A con el meñique de la mano izquierda. Mantengan los demás dedos de ambas manos sobre sus correspondientes teclas guías, haciendo descansar suavemente los dos pulgares sobre la barra espaciadora. Con el dedo anular de la mano izquierda golpeen la s, con el del medio la d y con el índice la f. Con el meñique de la mano derecha golpeen la ñ. Golpeen la l con el anular de la derecha, la k con el medio, y la j con el índice”
Joder, Alberto, mira lo que me ha pasado, me grita mi amigo Federico, que tengo a mi derecha, afanado como yo en el aprendizaje mecanográfico. ¡Se me ha quedado el dedo entre las teclas y no lo puedo sacar!. Tira, coño, le digo. Él tira, pero el dedo no sale y como es tan bruto, casi arrastra la máquina tras él. Se queja de dolor. Llamo a don Arsenio y el profe, que no tiene un procedimiento para sacar el dedo, de entre la estructura metálica de palancas y remaches, no quiere tampoco forzarlo y quedarse con un alumno que no pueda apretar la j la u o la h. O lo que es peor, que rompa la máquina. Así que me envía a que avise al padre de mi amigo, que tiene el taxi aparcado justo frente a la academia. Sube el señor Paco. Entre los tres no pueden extraer el dedo que ha ido aumentando de tamaño y cambiando de color, casi como una berenjena. Deciden llevarlo al parque de bomberos que está al lado. Ellos son expertos en liberar a las gentes de situaciones complicadas. Allá fuimos todos, alumnos y profesores, con don Arsenio y el señor Paco sujetando la máquina y el Fede con su dedo berenjena entre las teclas h  u  y.

Eso con el móvil no pasa. Aunque hoy he leído en mi servidor de noticias, que a un señor, en un avión, se le incendió el móvil sansung note 7, que llevaba en el bolsillo. Nada es perfecto.

lunes, 20 de junio de 2016

Vallecas Subway 4. Edgar Allan Poe

Buenas tardes.

Soy alcohólico. Llevo diez años sin tomar una gota. Me mantengo sobrio desde entonces.
Dirán ustedes que por qué les cuento esto. Estamos aquí para homenajear a un genio de la literatura, que sufrió el alcoholismo como una verdadera tragedia. Como todos los alcohólicos. Esta es la primera razón. Yo no soy escritor, pero si entiendo lo que pudo sufrir Allan Poe.
Días antes de empezar a dejar de beber sucedió algo que, quizá, fue lo que me llevó a tomar esa decisión. Sobre la mesa de mi habitación encontré, metido en un sobre marrón unos cuantos papeles inmundos, arrugados, escritos en inglés y con una grafía ilegible.  Como pude, los traduje y aquí les traigo lo que buenamente pude rescatar. Dado el estado en el que yo estaba entonces no garantizo que pueda ser lo que realmente decía el texto. El original desapareció en aquel tiempo en el que, entre los delirios por la abstinencia, la ansiedad y la agitación a la que estaba sometido, yo no era persona. 
Como saben, se barajan hasta doce hipótesis diferentes sobre el fallecimiento del grandísimo poeta, pero en realidad su muerte, según este documento, fue fruto de una sola cosa. El manuscrito del que les hablo, que, como supe después, me llegó a través de fuentes que no puedo desvelar, llevaba una pequeña tarjeta en la que decía que fue hallado en un bolsillo de la verdadera levita de Poe. La llevaba puesta un homeless, un vagabundo alcoholizado, del que encontraron su cadáver al día siguiente de la muerte del poeta, en otra de aquellas calles de Baltimore, poco recomendable.  Se supone que fue la última persona que estuvo con Poe, aquella fría noche del 3 de octubre de 1849. Dada la forma de escribir, es posible que también pudiera haber sido uno de esos escritores malditos, del que no se sabe nada.

Esto es una obligada cita, por su contenido específico, tomada del prólogo de Rubén Darío en una edición de la narrativa completa de E.A. Poe.
“”Otra dama recuerda la extraña impresión de sus ojos: «Los ojos de Poe, en verdad, eran el rasgo que más impresionaba, y era a ellos a los que su cara debía su atractivo peculiar. Jamás he visto otros ojos que en algo se le parecieran. Eran grandes, con pestañas largas y un negro de azabache: el iris acero gris, poseía una cristalina claridad y transparencia, a través de la cual la pupila negra azabache se veía expandirse y contraerse, con toda sombra de pensamiento o de emoción. Observé que los párpados jamás se contraían, como es tan usual en la mayor parte de las personas, principalmente cuando hablan; pero su mirada siempre era llena, abierta y sin encogimiento ni emoción. Su expresión habitual era soñadora y triste: algunas veces tenía un modo de dirigir una mirada ligera, de soslayo, sobre alguna persona que no le observaba a él, y, con una mirada tranquila y fija, parecía que mentalmente estaba midiendo el calibre de la persona que estaba ajena de ello.—¡Qué ojos tan tremendos tiene el señor Poe!—me dijo una señora. Me hace helar la sangre el verle darse vuelta lentamente y fijarlos sobre mí cuando estoy hablando»”
El texto del escritor anónimo dice así:
 “Tiene la desgracia de tener que llevar siempre puestos sus bellos ojos negros. Él renunciaría a soportarlos abiertos, para evitarse la cercana visión del mal, la horrible presencia de la fealdad, la certeza de la enfermedad y la muerte, el disparate de la violencia, la podredumbre de la pobreza, la envidia, los pecados, la ausencia de amor,… Pero no puede. La belleza de sus ojos ejerce un efecto tan potente en los ojos de los demás, que ha de servirse de ellos para proveer del sentido de lo bello a los otros.
No consigue, por amor a todos los seres vivos, prescindir de sus ojos. Y la vida se le va, entre el dolor de ver y el valor de dar paso a la visión de la belleza.
Es esa hermosa concepción, a la que los otros tienen acceso, pero solo a través de los ojos de Edgar.
De sus ojos a la palabra y de esta a los ojos de los demás. Surge así la sensación que el cerebro otorga a los seres que se sirven de él y obtienen la visión de lo bello y pueden ser felices.
Sin embargo, Poe no puede tener acceso a lo que los demás disfrutan y vive buscando siempre la historia perfecta, el relato sublime, la descripción redonda, el alma de lo bello en su literatura.
Se sirve de sus ojos y de su prodigioso cerebro, dotado para que las palabras se entrelacen y construyan frases, oraciones, versos, poemas, narraciones, cuentos, relatos, novelas, ejemplos todos ellos de la perfección y la gloria. La que le hemos negado aquí.
Pero también ese cerebro, le exige que aporte a su ser, hipnosis y perfección, alcohol y elixires, hambre y miseria, drogas y decadencia, asco y vergüenza, dolor y rabia, escándalo y reputación, enfermedad y amargura, muerte y obsesiones, amor y desesperanza.
Todo sucumbió con él, ayer, en esta calle de mierda. Dijo que tenía cuarenta años. Yo estaba allí y vi como agonizaba ahogado en su propia sensibilidad. Nadie me creerá, porque yo también soy un alcohólico y busco la belleza en este mundo oscuro y podrido.


Muchas gracias. 

martes, 14 de junio de 2016

La librería del Cervantes

José Luis y Patrocinio no es que fueran muy amigos pero, a veces, llegaban juntos al instituto. Eso sí, siempre que se encontraran casualmente por el camino. Tenían la misma edad y por tanto iban al mismo curso de bachillerato. Exactamente segundo. José Luis era pequeño y delicado, delgado y aparentemente débil, siempre cargado con una cartera de cuero, casi más grande que él, que le había hecho su abuelo. Patrocinio era alto y fuerte, con un vozarrón de susto y llevaba el último modelo de mochila. Se la había regalado su padre, encargado de la sección de papelería de la librería Cervantes, la más importante de la ciudad. Casi la única.
La librería Cervantes soportaba, a principios de curso, colas kilométricas, formadas a base de familias enteras con sus retoños, dispuestas a dejarse medio sueldo, en el futuro de sus hijos. Septiembre, el mes de los listados con los libros de texto de institutos, colegios, facultades y cualquier tipo de academia, que iniciaban sus actividades lectivas.
José Luis y Patrocinio, como se ha dicho, estaban en el mismo curso e iban a la misma clase, y, por tanto, tenían los mismos libros de texto. Patrocinio siempre los llevaba el primero y el resto de compañeros del grupo, incluido José Luis, cuando les tocara turno en la cola de la librería, o llegara el sobre a sus casas, con la nómina del padre. Siempre se estaba esperando algo. Así son las cosas de la vida.
Patrocinio se jactaba de la suerte que tenía, ya que su padre trabajaba en la librería Cervantes. Además, siempre presumía de bolis mágicos, perfectos lapiceros y pinturas exquisitas. Una pasada. Y qué envidia para los demás, que con los bic cristal, punta normal, azul, rojo o negro, iban que chutaban. A José Luis lo que más envidia le daba, era un lápiz metálico, que disponía de seis minas de colores diferentes. Le tocaría esperar para disfrutar algo así. Así son las cosas de la vida.
Los libros de Patrocinio iban forrados con las primeras fundas de plástico que se fabricaron en el país, e incluso, algunas que le enviaba un tío suyo desde Nueva York. Estaban hechas de una pieza, de colores sólidos y mareantes diseños, con solapas que encajaban perfectamente en sus tapas.
Los libros de José Luis se los forraba su abuelo, a base de papel de estraza de color marrón. Además, le pegaba una etiqueta con el título del libro, la asignatura, el autor, el nombre completo de su nieto, el curso, la dirección, el instituto, la clase y el tutor. Una ficha completa, a la que solo le faltaba la foto del alumno.
Lo mejor de los libros que forraba el abuelo de José Luis, era que iban reforzados en sus esquinas con alambre. Si, con alambre. El abuelo de José Luis, consideraba que los libros son un bien que hay que cuidar y conservar eternamente, tal es su valor.
Con un punzón, perforaba todas las páginas, en las esquinas superior e inferior del canto. Por el orificio realizado, introducía un trozo de alambre, con el que formaba un ángulo recto. Después, con unos alicates retorcía los extremos, dejando una especie de minúscula trenza metálica. Con un pequeño martillo iba golpeando, para disimular su grosor entre la cubierta. Punzón, alicate y martillo eran sus herramientas. Y, como no, unas manos acostumbradas a trabajos delicados. Con ellas convirtió una ficha de dominó, en un anillo tipo sello, incrustando una minúscula foto de su mujer. Era el regalo que le tenía preparado el día que salió libre de su condena, por pertenecer al bando de los perdedores. Tuvo que esperar cuatro años para volver a verla del otro lado de los barrotes. Así son las cosas de la vida.
Con papel de estraza envolvía la pequeña obra de ingeniería y dejaba los libros preparados para sobrevivir a los maltratos de un estudiante de bachillerato. El papel, también escondía el secreto que hubiera hecho morir de vergüenza a José Luis, si sus compañeros descubrían como iban remachados sus libros de texto. El libro de Geografía fue el primero en mostrar sus costuras metálicas. Patrocinio, se dio cuenta antes que nadie, y no tuvo reparo en mofarse de aquella artesanía, que fortalecía la estructura del libro, y dejaba a José Luis expuesto a las burlas de los demás.
Ambos entraron en una refriega verbal, que terminó en un cruce de amenazas y en un conato de pelea con puños y patadas. Los demás compañeros consiguieron separarles a tiempo, evitando males mayores, sobre todo, para José Luis, que tenía las de perder, claramente.
Al día siguiente, José Luis introdujo en su cartera de cuero, el punzón de su abuelo, pinchado en un tapón de corcho. En cuanto descubrió a Patrocinio en la fila de entrada, tiró la cartera al suelo y fue a por él, armado con el punzón. Con la rabia de la humillación, centelleando en sus ojos llorosos, se lanzó sobre su espalda y le desgarró con furia su mochila recién estrenada. Patrocinio se volvió sorprendido y, alarmado por la ira de su compañero de clase armado con el punzón, se quedó paralizado. Al ver su mochila rota se puso a llorar: ¡cabrón, te vas a enterar, se lo voy a decir a mi padre y te va a matar, hijoputa!.
Se arrodilló junto a su macuto, abierto en canal, que mostraba sus tripas colmadas de libros nuevos, recién forrados, junto a bolígrafos dorados y cajas de pinturas. Por su desconsuelo, diríase que acababan de asesinar a su mascota preferida.
El tutor de los alumnos llamó a las familias y les expuso la situación. Pidieron disculpas y al día siguiente las clases discurrieron con normalidad, con José Luis en un extremo del aula y Patrocinio en el otro. José Luis se quedaría sin paga varios meses para costear la mochila de su compañero.
Cuando el abuelo se enteró de que Patrocinio se apellidaba Bilbao y su padre era el encargado de la librería Cervantes, decidió ir a hablar con él, mientras los chicos estaban en clase.
Aquella misma tarde, José Luis y su abuelo fueron a visitar a la familia de Patrocinio. Al entrar en la vivienda, los enemigos a muerte volvían a verse, por segunda vez, en el mismo día. Al tiempo, sus abuelos se fundieron en un fraternal abrazo, que les hizo saltar las lágrimas. La nostalgia, los recuerdos del miedo compartido, la pesadumbre por las luchas perdidas, aquellas fichas de dominó, imprescindibles para aminorar el tiempo de la angustia y la desesperación, hicieron su trabajo y las emociones brotaron, como los arroyos surgen de la nieve.
José Luis salió de casa de su compañero con una mochila nueva, un lápiz metálico plateado, que permitía elegir entre seis minas de colores, y un nuevo amigo.

Ayer, José Luis y Patrocinio quedaron en la plaza para tomar café, como venían haciendo desde que se jubilaron. Durante el posterior paseo, se pararon ante los escaparates de la librería. El cartel de se vende llevaba puesto varios días. Todos los recuerdos de Patrocinio, como antiguo encargado de la sección de humanidades, y de José Luis, como profesor de filosofía y habitual usuario de sus recursos, volvieron a aflorar. El que fuera empleado del establecimiento durante cuarenta años, comentó:
- ¡Qué triste coincidencia! En el cuatrocientos aniversario de la muerte de Cervantes, cierra la librería. Las cosas de la vida.

- Si –comentó José Luis- pero no sabes lo mejor y esto es una sorpresa. Mis dos hijas han hecho una buena oferta y es posible que se queden con ella. Y, ¡quieren contar contigo, amigo mío! ¡Va a ser la librería más bonita del mundo!


Imagen: José Luis 
Rivero del Campo