lunes, 11 de enero de 2016

La rampa


La vecina del primero es una mujer extraordinaria. Es capaz de aguantar al estúpido de su marido, con una sonrisa en la boca. Soporta al imbécil de su hijo, con una expresión entre sufrida y amorosa. Lleva como nadie los problemas de su madre inválida, de su hija embarazada y de sus vecinos, entre los cuales me encuentro, que somos incapaces de ponernos de acuerdo, para instalar una rampa de acceso al ascensor, y que esa pobre mujer pueda salir con su anciana madre a dar un paseo al parque. Confieso que soy uno de los que siempre vota en contra, porque no quiero tener que asumir una derrama para algo que no necesito. Pero ella, erre que erre, nos dice que es obligatorio hacerlo, que la ley lo pone. He consultado con un compañero de trabajo que entiende mucho de leyes y me ha dicho que mi vecina tiene razón, que hay que poner la rampa y pagarla entre todos y, que además, que se yo de las necesidades que puedo llegar a tener, mira que si un día tengo un accidente, etc. Le digo a mi compañero de trabajo que se calle, que ya lo he entendido. Se molesta un poco, pero seguimos trabajando y siendo tan amigos. Escribo una nota para mi vecina del primero y la meto en su buzón. Tiene usted razón, cuente con mi voto para la próxima reunión. Un compañero me ha convencido y considero que además ya tiene usted bastante con todo lo que tiene, para que los vecinos nos pongamos en su contra. Es justo y necesario, como dicen en la misa, que usted tenga su rampa.
La rampa se puso al fin y la vecina puede salir con su madre al parque o a donde quiera. También el imbécil de su hijo la utiliza para hacer piruetas con su patinete, su hija para tumbarse por la noche con su novio en la rampa y tocarse la barriga que han preparado entre los dos, su marido hace rodar por ella la bolsa de la basura ensuciándolo todo y yo, que me torcí un tobillo en una carrera, la utilizo, junto a la ayuda de una muleta prestada, para acceder al dichoso ascensor. Nunca podré agradecerle a mi vecina lo suficiente el ser tan persistente en sus demandas. Así es como se consiguen las cosas.
Por la mañana coincidí con ella y con su madre en el rellano del ascensor  y me invitaron a tomar café, como agradecimiento a mi voto de apoyo en su reclamación. Fui, ya lo creo. Llevé una caja de madalenas de las que compro en el super del barrio. Me abrió su marido, me informó de que su mujer no estaba, se quedó con la caja de madalenas y me cerró la puerta en las narices. Casi me desequilibro entre la muleta y mi esguince de tobillo. Será posible el tío. Le desee que también necesitara él la rampa.

lunes, 4 de enero de 2016

Mañana de viento

Hora era que tamaño ventarrón como el que sopla ahora mismo, empujara el aire denso de la ciudad. Estábamos asfixiándonos por la oscura capa de contaminación que cubría su atmósfera. Felices por ver como ha vuelto la borrasca, los habitantes nos saludamos unos a otros, agarrándonos a los árboles y a las farolas. Es tal la fuerza del viento que  ahora mismo están volando por los aires las techumbres de las casas, la ropa tendida, los paraguas, sombreros y bufandas, niños pequeños y hasta mascotas ligeras como los canarios o las crías de gato.
Abuela, grita el niño de los vecinos, agárrame, no me sueltes. Pero la abuela, incapaz de hacerse con el crío que se le escapa de sus manos, se desespera abrazada a una acacia, a punto de ser arrancada de cuajo por la ráfaga de mas de cien kilómetros por hora, que acaba de doblar la esquina de la calle.
El niño ha recorrido unos cuantos metros por el aire y ha ido a darse de bruces contra el escaparate de una colchonería que ha perdido el cristal que lo cubría hace unos minutos. El desesperado dueño, se aferra a las colchonetas y almohadas que exhibía en su negocio y comprueba asombrado como un niño acaba de aterrizar en el último modelo de Flex.
La abuela cruza hacia la colchonería, aprovechando que ha amainado la fuerza del viento y se acomoda entre los revueltos enseres de la tienda, abrazada a su nietecito. El dueño, que la conoce desde hace años como clienta que es, se alegra con ella al ver como el niño está sano y salvo y tan feliz, por haber volado unos cuantos metros, sin necesidad de trucos, como en el cine.
Con el huracán de hoy se ha barrido la contaminación, los óxidos y los dióxidos se van hacia otro lado, a sabiendas de que pronto volverán a hacer las delicias de los ecologistas. Es su destino, ellos no tienen una abuela cariñosa, ni una colchonería donde refugiarse.