viernes, 27 de noviembre de 2015

¡Qué disparate!



Por mucho que hubiera vivido, no habría olvidado aquel día.
Te voy a contar lo que pasó por si acaso tú si lo has olvidado.
Después de una maravillosa cena juntos, a la salida del restaurante, huiste a la carrera y me dejaste plantado en medio de una catarata de lluvia, con un paraguas desguazado por el viento y con la miel en los labios, cuando dos minutos antes me habías confesado tu amor eterno. Mi cara debía de ser la viva estampa de la estupidez sorprendida y la ira más volcánica.
No me había dado tiempo a recuperarme del estupor, cuando volviste conduciendo un coche robado. Incumpliendo todas las normas de tráfico, dejando las calles de la ciudad sin aliento, me llevaste a tu casa y tras besarme con pasión en tu dormitorio, me pediste que me vistiera y desnudara una y otra vez.
Cansado, te dije ya basta y comenzaste a llorar, saliste de la habitación y volviste con un enorme paquete envuelto en papel de seda rojo. De rodillas ante mí, me lo entregaste y al abrirlo descubrí que se estaba cumpliendo uno de mis sueños: tener un vestido como los que lució Marilyn en la película con faldas y a lo loco.
Vestido para la ocasión, entallado mi cuerpo con él, aparecieron tres fotógrafos que me cegaron con sus  flashes y en un abrir y cerrar de ojos desaparecieron, dejándome con un aturdimiento casi irrecuperable.
Menos mal que reaccionaste a tiempo y me acercaste a los labios el mejor champán que había probado nunca. Con la copa entre mis dedos, casi una fotocopia de Marilyn, y con el reportaje ya hecho para mi book de artista, salimos de nuevo a la lluvia pero, esta vez sí, con un enorme paraguas que me guarecía del aguacero.
Llamaste a un taxi, te volviste a tu casa, y cerrando con un portazo tras de ti, me dejaste compuesto y sin novia, cantando bajo la lluvia. Nunca olvidaré aquella noche, llena de sorpresas, que me dejó completamente obnubilado por ti, sin rencor ni remordimientos.
Y hoy, en tu ataúd,  tan bella como siempre, frita por ese inesperado ataque al corazón en la casa del miedo del parque de atracciones, me vienes a decir que todo aquello fue para rodar en secreto el videoclip de una de tus canciones, aún sin publicar. ¡Por fin, ahora sé que había conseguido trabajar como actor!


Adiós mi amor, nos veremos pronto, vuelvo a mi tumba.
Tendremos mucho tiempo para contarnos el resto de nuestras disparatadas vidas.

La manzana

El abuelo empujaba, como tantos otros, la sillita donde iba sentada una preciosa niña que no llegaría al año de edad. Salió del portal delante de mi y yo le seguí de cerca y pude oír toda los mensajes que le iba dando a su nietecita. Cuando yo les dejé al doblar la esquina el abuelo seguía contándole mil y una historias a su nieta. La niña, que no hablaba aún, le prestaba mucha atención y de vez en cuando sonreía, como si entendiese lo que le estaba contando el viejo. Esto es un resumen de lo que pude captar del monólogo del buen señor.
-Hola reina, vamos a dar un paseo a la manzana, ¿quieres?, Eso, así me gusta, que sonrías. Vaya manzana hermosa que te ha dado la abuela, tan brillante, tan roja, que  parece la carita de una niña tan bonita como tú. ¿Qué te parece si mientras caminamos te hablo de otras manzanas que yo conozco?. Y así también ejercito mi memoria antes de que empiece a fallarme. Pero no de esas que tenemos en el frutero de casa. No, otras como las que usaban los antiguos dioses de la mitología griega, esas de oro que daban la inmortalidad y que robó Hércules del Jardín de las Hespérides, o la que usó Eris, la diosa de la discordia en el juicio de Paris, que a la postre desencadenó la guerra de Troya. O las que cultivaba la diosa nórdica Freia, que también daban la inmortalidad y que Wagner en su ópera El oro del Rhin lo utiliza para las arias de la obra. Por Dios!, pero que cosas te cuento, cualquiera que me oiga diría que estoy loco, hablándole asi a una niña de dos años. Pero tú me entiendes, sé que me entiendes, está escrito en esa cara tan preciosa que tienes. Pero podemos seguir con historias de famosas manzanas, esa que tanto os denigra a las mujeres la iglesia que la inventó. La de Eva, claro, que la toma en señal de su libertad y su deseo de conocimiento y se la pasa al hombre para que se entere de lo que vale un peine. Genial idea. O la manzana envenenada que se tragó la Bella Durmiente del Bosque, quedando dormida el tiempo suficiente para después despertar al amor hecha toda una mujer. O la del indómito Guillermo Tell que colocó una sobre la cabeza de su hijo para demostrar su maestría en el tiro con ballesta y su excelente puntería. O, por qué no? la sidra y las manzanas rellenas o la Gran Manzana de Nueva York. Eh? da para mucho el tema, pero ya se nos terminó el paseo por nuestra manzana del barrio, eh princesa!!
No pude evitar seguirlos por el mismo recorrido. Sus manzanas me hicieron soñar en un mundo donde no hubiera manzanas podridas. De esas no le habló el abuelo a la niña. Lo aprenderá sola.

jueves, 26 de noviembre de 2015

La resta de besos


Ana explicaba la resta a sus alumnos de la clase de primero.

-Seño, pues a mí me ha dicho mi mamá que le debo un beso.

-Anda, y eso, ¿ por qué, Gabriel?

-Pues porque cuando hago algo malo, mi mamá me dice que le tengo que pedir perdón y darle un beso.

-Y, ¿has hecho algo malo a tu mamá?

-Sí, hoy me ha dicho que me lavara los dientes y yo la desobedecí. Y ayer me fui más tarde a la cama. Y por la tarde no me terminé la fruta. Y no quería bañarme. Y…

-Bueno, bueno Gabriel, entonces ¿Cuántos besos debes a mamá?

-Espera que cuente... uno, dos, tres, siete, diez. ¡Diez!

-Pues ya sabes que cuando venga tu mamá a buscarte al cole, tienes que pedirle perdón y darle todos los besos que le debes. Y, cuando se los hayas dado, ¿Cuántos besos te quedarán?

-Pues, diez menos, ¿no?

-Muy bien, Gabriel. Diez besos menos tendrás tú y tu mamá tendrá diez besos más.

-Si, claro, pero mientras, te los voy a dejar a ti, para que me los guardes y yo no los pierda, ¿vale?

-Vale Gabriel, dámelos, te los recojo y cuando llegue  tu  mamá me los pides y te los devuelvo.

-Gracias, seño.

Al llegar Susana a recoger a su niño, este le dijo:

-Mamá, mamá, espera, que tengo que pedirle a la señorita Ana los besos que te debo.

martes, 24 de noviembre de 2015

Antonio el del bar

Antonio tenía un bar en el barrio. Un establecimiento pequeño de vinos y cañas por la mañana, partida de mus y dominó por la tarde y alguna tapa más antes de cerrar, a eso de las once. Un negocio entre la tasca de toda la vida y el bar adecentado por la normativa del ayuntamiento, exigente con la limpieza en los lavabos y el cumplimiento de no hacer ruidos molestos para los vecinos.
Antonio cumplía con todos sus responsabilidades como autónomo, pagando impuestos, limpiando su acera, manteniendo a raya a clientes molestos, es decir, regentando su negocio de forma serena y sin pretensiones, lo que le daba para ir tirando, sin alegrías, ni desengaños.
Él no fumaba, no bebía, no se drogaba, no comía grasa, iba a la piscina de vez en cuando, corría por el parque antes de abrir el bar y salía en bici cuando se tomaba la tarde de los domingos libre. Además, remaba en una barca prestada en el embalse cercano a su pueblo al que iba a veranear durante quince días al año.
Estaba casado con Antonia, hija también del mismo pueblo que él, con la cual no tenía hijos, pero si mantenía con ella una relación de enamorado desde muchos años, que le hacía muy feliz. Ella se ocupaba de la casa y de la limpieza del bar, además de preparar las tapas, pero nunca acudía al establecimiento, con lo cual tenía que ocuparse de la cocina en su propia casa. Antonio no permitía que su esposa entrara en el bar. No era lugar para su mujer.
Un día entró en su bar un rumano, el primer rumano que él conoció. Le pidió una copa de ron, solo, sin hielo. La pagó y al poco tiempo, volvió con un par de amigos. Pidieron ron de nuevo y de nuevo de la misma forma y de la misma forma pagaron. Se fueron y al cabo de unos minutos el bar de Antonio se llenó de rumanos, que querían comprar tres botellas de ron que Antonio tenía en una repisa por encima de la máquina de café. Antonio se negó aduciendo que los licores no se vendían por botellas, sino por copas. Los rumanos insistieron y el se cerró en banda, comenzando una discusión absurda que terminó mal para Antonio. Un ceja rota, el bar cerrado una semana y unos cuantos arrestos para los rumanos que las policías municipal y nacional hicieron aquella negra mañana.
Desde aquel día, Antonio no permitía que en su bar entraran rumanos. En cuanto detectaba el más mínimo indicio de que un desconocido fuera de esa nacionalidad, impedía su acceso al local.


sábado, 14 de noviembre de 2015

Mis cuentas


Tuve que cancelar todas mis cuentas, sacar dinero en efectivo, transferir otras cantidades a cuentas seguras y repartir parte de mis depósitos a la gente más necesitada de entre mis vecinos y clientes.
El miedo a que ellos estaban detrás de mis desgracias financieras era tan grande, que se trastornó mi percepción de la seguridad de mis bienes y me convertí en el mayor benefactor de la historia  de mi país. Ellos fueron los que, con la parálisis cognitiva que me provocaron, hicieron posible ese cambio en mi actitud hacia el dinero. Al poco tiempo de hacer todo lo dicho, comencé a ver a mi alrededor hechos inexplicables que venían a demostrar que no había sido suficiente. Volví a vaciar mis cajas de caudales, mis fortines de dinero negro, mis cajas de seguridad de bancos y viviendas y los fui dejando a las puertas de las ong, de las iglesias, de los bancos de alimentos, de asociaciones más variopintas, encargadas de custodiar y mantener a toda clase de segregados y desgraciados de esta sociedad de mierda. Pero ellos no se conformaban. Los veía amenazantes por todas partes, me perseguían hasta en mis sueños. Dejé mis viviendas vacías y me trasladé a vivir a un hotel, pero incluso aquí, ellos hacían acto de presencia. Cambié de hotel a hostal, de pensión a habitación alquilada y terminé durmiendo en la calle, bajo el cartón de una caja de frigorífico, a la puerta de una sucursal de mi propio banco.
Fue la primera noche en mucho tiempo que conseguí dormir. Ellos me dejaron en paz. Por fin.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Pareja perfecta

Todas las mañanas desde que se jubilaron salían a pasear, siempre cogidos de la mano. Un paseo matutino y tempranero es muy beneficioso, les decían a todas horas por la tele y ellos, cumplidores con los deberes impuestos desde el programa favorito de media mañana, se calzaban sus deportivas y con un aspecto deportivo y juvenil, iniciaban su marcha, que podría durar alrededor de hora y media. Ambos llevaban el mismo modelo de chándal, el mismo tipo de sombrero en verano y gorrito de lana en invierno, el mismo color para su chubasquero en caso de lluvia, igualitos, permanentemente enamorados y unidos en todo desde que se casaron hará unos cuarenta años ya, e incluso más si sumamos sus cuatro años de noviazgo.
La pareja feliz, el matrimonio perfecto, la envidia del barrio, el modelo a seguir.
Habían tenido dos hijas y un hijo y todos ellos habían cambiado de pareja, desde ser solo  amigos, relaciones mas serias, matrimonios civiles, aventuras extraconyugales y demás posibilidades más o menos lícitas, la friolera de treinta y seis veces, cantidad exacta, por ahora, que llevaba contabilizada de forma estricta la madre de todos ellos. O eso se creía, pues la verdad, la verdad, nunca llegaba a saberse bien del todo, aunque ella pensara que sus hijos eran absolutamente sinceros con sus padres.
Al contrario de lo que pudiera parecer, la pareja ejemplar, pensaba al unísono que ante todo estaba el respeto y el amor a sus hijos y eso incluía, sin lugar a dudas, que hicieran con su vida sentimental lo que ellos tuvieran a bien, con la condición de que no sufrieran y fueran felices, que ese es el irrenunciable objetivo de la vida. Así de claro. Y esta forma de ver las cosas, era una ley que no permitían que nadie pusiera en duda, cuando algún vecino o familiar les insinuaba esa diferencia en la fidelidad entre ellos y su progenie.
Lo que no sabían los vecinos, ni sus familiares, ni siquiera sus hijos y aún menos la monumental colección de parejas que entre los tres habían tenido, era que ellos, el matrimonio perfecto, la pareja ideal, el modelo, no eran ni mucho menos lo que representaban ser.
Eran y lo habían sido durante toda su vida una pareja de actores, de farsantes, de imitadores de la perfección que en nada se correspondía con la realidad de sus vidas. Habían sido capaces de interpretar en el mismo tiempo y en los mismos escenarios, una suerte de comedia prodigiosamente interpretada  y puesta en escena, para el asombro de todos los que eran público de su creación. A eso se habían dedicado en cuerpo y alma, a hacer de sus vidas una obra de arte de la ficción más sutil y más matemáticamente, sin errores, confeccionada.
Toda suerte de avatares, aventuras, escarceos, infidelidades, amoríos, cambios en sus trabajos y en su residencia, disfraces y carnavaladas, fueron su afición primera, su deporte, su hobby, su pasión, la de ambos y los dos se entregaron en cuerpo y alma al difícil arte del disimulo, escondiendo ante los ojos de los demás la realidad que ocultaban tras las bambalinas del teatrillo de su cara visible.
Cómo lo hicieron, cómo fueron capaces de llegar a pasar desapercibidos entre tanto ir y venir de unas realidades a otras, es algo que nunca se sabrá, pues aquella misma mañana, en aquel paseo matutino, al cruzar la avenida, un camión cargado con decorados y trajes de una compañía de teatro, les arrolló sin dejar de ellos más que un montón de deshechos humanos que aún mantenían sus manos enlazadas.

Alberto es escritor

Alberto es de esas personas que se empeñan en hacer una actividad para la que no tienen aptitudes y puede que ni siquiera actitudes, pues le falta voluntad y perseverancia. Me estoy refiriendo, como no, a una actividad artística, en este caso, la escritura. Una pasión y un trabajo que requiere de muchos valores, tales como capacidad, don, inspiración, inteligencia, memoria, creatividad y sobre todo, mucho trabajo, mucha dedicación y no abandonarse a actitudes derrotistas, de las que nuestro personaje es tan dado a tener. No obstante él considera que lo hace porque, sencillamente, quiere tener el cerebro ocupado en algo que le haga trabajar su escasa memoria, su poca creatividad y su poco arte en esto de contar historias por escrito. Esta semana ha tenido dos pequeños tropiezos o desconsuelos en su carrera como escritor. No son más que dos concursos a los que había presentado sus obras NO han tenido a bien seleccionarlo entre los ganadores. Que pena!, que sufrimiento más tonto. Además, un amigo suyo al que de vez en cuando envía alguna de sus creaciones, le ha devuelto una crítica sincera y no muy favorecedora de lo último que Alberto le envió. Otra pequeña frustración en su carrera artística. Y ahora, ¿que hace Alberto? se preguntará la gente. Pues nada, seguir escribiendo, entre otras cosas porque al igual que él va a correr o nadar y no va a participar por ello en ninguna olimpiada, de la misma forma escribe para mantenerse en forma, sin necesidad de obtener ningún reconocimiento por ello. Aunque el pobre Alberto, en su fuero interno, reconoce que si le gustaría tener alguna placa en su vacía vitrina de premios. Claro, como a todo el mundo, pero si no tiene calidad suficiente para ser reconocida por alguien, que le va a hacer, se quedará sin medalla. O no? No quisiera aburriros con la aburrida historia de Alberto. Para terminar deciros que ahora mismo, pero ahora mismo, el sigue escribiendo y seguro que me lo enviará en unos minutos. Empiezo a cansarme de leerle, con la cantidad de libros buenos en los que podía emplear mi tiempo. En fin, un amigo, que le vamos a hacer.
Y asi lo hizo, pero con el agravante de que su última ocurrencia si que fue capaz de ponerla en funcionamiento. Por si acaso os pongo sobre aviso. Se trata, ni más ni menos, de organizar su propio consurso de relatos. Para ello tiene su propia página web, desde la que envía sus convocatorias a todas las páginas dedicadas a informar a escritores de este tipo de eventos, tan queridos por muchos de ellos, por razones obvias.
Alberto enfadado con ese sistema de reconocimiento de la calidad literaria, que él consideraba injusto, crea el suyo, pero con trampa. Diseñado desde el principio para ser él el único ganador. En todo igual que los demás, pero no en el resultado del jurado, que nunca estaba compuesto por las mismas personas, ni siquiera estaba compuesto, vaya. Era él. Y él se aupaba siempre a la primera posición, eso si, teniendo la precaución de cambiarse de nombre cada año al publicar el relato ganador. Satisfecho con su invento, porque con él además recogía muchos escritos que le servían como punto de partida para los suyos, como inspiración o, sencillamente, como modelo que plagiaba sin ningún tipo de pudor.