lunes, 27 de marzo de 2017

Ardilla Roja

Érase una vez una ardilla roja, que se llamaba Ardilla Roja, y vivía en el bosque de los pinos encantados.
Era tan roja, tan roja, que todos los demás animales la veían a mucha distancia, porque su color destacaba entre las sombras verdes del pinar.
Mamá Ardilla estaba preocupada, no fuera a ser que algún lobo o zorrillo, o ave rapaz, fuera a lanzarse a por ella para comérsela.
Mamá Ardilla, para evitarse sustos y disgustos, le hizo un traje de camuflaje, tejido con hojas de helecho y agujas de pino, que puesto sobre su peludo cuerpo, le quedaba la mar de chulo.
Ardilla Roja, estaba encantada con su ropa de camuflaje y paseaba por el bosque tranquila, segura de que nadie podría distinguirla. Pero el disfraz tenía un inconveniente: cuando quería escalar por los rectos troncos de los pinos, le molestaba para subir, se enganchaba con las cortezas y no podía mover sus patas libremente.
Así que Ardilla Roja, un día que quiso subir al Pino Centenario, el más viejo del lugar y con las piñas más sabrosas, se quitó su ropaje y se lanzó tronco arriba, a una velocidad de vértigo. Al llegar a sus últimas ramas, se encontró con Águila Negra, que le sonrió y comenzó a relamerse, al ver tan cerca a tan apetecible presa.
Ardilla Roja, a sabiendas del peligro que se avecinaba, huyó despavorida tronco abajo, perseguida por el vuelo en picado de Águila Negra.  Al llegar al suelo, una tupida capa de helechos cubrió el cuerpo de Ardilla Roja. Entonces, descubrió que allí también se refugiaban una docena de ardillas rojas que, como ella, escapaban de las garras de Águila Negra. Entonces, todas juntas salieron y comenzaron a chillar, haciendo que el ave rapaz huyera, alterada por el estridente ruido que producían las gargantas de aquel grupo de roedores.   
Pino Centenario, que había sido testigo de la escena, le dijo a Ardilla Roja:
-         Ardilla, no tenías que haberte quitado el traje que te hizo mamá, pero has tenido mucha suerte y has usado muy bien tu inteligencia: huir, esconderse, camuflarse y unirse a un grupo de amigas, es lo mejor cuando tengas que enfrentarte a alguien más fuerte que tú. Muy bien, Ardilla Roja.


sábado, 25 de marzo de 2017

pequeños cuentos para pequeños lectores



1.-La sandía.
Mi abuelo abrió una sandía y ¡oh sorpresa! ¡Estaba vacía!
Solo quedaban sus pipas negras.
-       Haremos unas maracas - dijo mi abuelo - para bailar al son que tocan los negritos de la Habana.
Las metió en una lata, puso una tapadera y ahora baila con mi abuela mientras yo hago el ritmo moviendo esa lata con las semillas negras.

2.-Las manzanas.
Tengo diez manzanas rojas en mi árbol de manzanas. Todas ríen, todas cantan y solo una llora. Le pregunto a la quejica porque gime de esa manera.
-       ¡No me comas! - me dice, con lágrimas de manzana.
-       Vale - le digo yo - como tú quieras, pero no llores más, que así me das mucha pena.
Cuando regreso a mi casa, las otras nueve manzanas le cantan a su amiguita para que no llore, ni se sienta sola.

3.-El coco
Cayó al mar un coco, desprendido de una rama de su mamá la palmera y una ola muy viajera, se lo llevó poco a poco.
Viajó por los siete mares, metido en su cascarón. Conoció puertos, se bañó con las ballenas y se envolvió en sales marineras.
Un delfín y un tiburón le enseñaron mil cantares de los pececitos muertos.
Al cabo de mucho tiempo, de flotar en remolinos y tempestades, en una playa paró y en la arena se escondió.
En el fondo de la tierra fue abriéndose muy poquito a poco, y de su cuerpo brotó otra palmera de cocos.

4.- La fresa, la babosa y el ratón
En el centro de mi huerto, escondida tras las verdes hojas, duerme una enorme fresa. Tan roja, tan jugosa, que llama la atención de la resbaladiza Babosa.
Ella camina despacio, arrastrando su frío cuerpo, en busca de su alimento, pero se adelanta Pedro, el ratón egoísta, que llega veloz y hambriento.
Se apodera con su boca de la deliciosa fresa, para llevarla consigo a su escondite en la roca.
Pero Pedro no ve bien la huella de la babosa, resbala en ella y cae. Suelta un chillido y pierde la rica fresa que apretaba entre sus dientes.
Y allí estaba Babosa, que recobra su fresa y la rechupetea golosa.
Pedro la mira envidioso, pero Babosa, que es buena, le invita a comer su fresa y le dice con su afectuosa voz:
-       Ves, Pedro, si quieres tener amigos lo mejor es compartir.


5.-Uvas con uve
La uva con la uve de la vida, de Eva, Evaristo y Virginia, del vino y la vía, de la venta y la vendimia, de los vasos y la victoria.
Viva su dulce zumo, el mosto, se derrama en la boca, cuando una uva carnosa muerdes y plas!, explota.
¡Viva la uva con su uve!

6.-Una granada en Granada
Érase una vez una bellísima granada, que vivía en un balcón de la ciudad de Granada, feliz y contenta, por ver tanta gente pasar.
Era dichosa con su vida y no deseaba nada. Sus amigas las aves la saludaban al pasar, y ella les dedicaba su sonrisa encantada, con el lindo color rojo de su piel satinada.
-       ¿Qué haces en ese balcón sin poder viajar?, le gritan las aves con su grito peculiar.
-       Me encanta estar aquí como una gran hada, viendo como el mundo gira y gira sin parar. Llegará un día, dentro de unas semanas, que mi cuerpo todo, al mismo tiempo, se abrirá. Y saltarán al aire, cientos de semillas para que comáis las aves.
-       Muchas gracias, dulce granada. Llevaremos tus semillas lejos de la gran ciudad, para que tu linda sonrisa, así, pueda viajar.



7.- los sorbetes de limón
Érase una vez la banda municipal de niños y niñas tocando en el parque.
La directora de la banda, batuta en mano, dirige sus movimientos.
Al terminar la primera sinfonía, el público aplaude:
-       ¡Qué grandeza, qué armonía!
-       ¡Qué belleza, que alegría!
Tras el descanso, comienza la segunda composición.
Cuatro niños y cuatro niñas de la primera fila, escuchan atentos mientras chupan un sorbete de limón.
Los niños y las niñas de la sección de viento, que los observan, no pueden seguir soplando. Su boca se ha llenado de saliva y ni una buena nota sale.
Dejan flautas, trompetas y saxofones parados entre sus manos y esperan nerviosos a que los niños terminen su sorbete de limón.
La directora que se ha dado cuenta, con su batuta, les indica a los golosos que se den la vuelta. Y así, con los sorbetes de espaldas a la orquesta, la música puede continuar.
Aplausos, ¡plas, plas, plas!

8.-El peral de la estación.
En la estación hay un altísimo peral cargado de peras verdes y sonrojadas.
Los niños miran las peras maduras y jugosas, pero no pueden cogerlas.
¡Es tan alto el peral! ¡Están tan arriba las peras!
Los niños y niñas saltan, intentan trepar por el tronco, se suben unos a las espaldas de otros. Pero no llegan a atraparlas.
El perro de María también lo intenta y no para de saltar para llegar a las ramas más cercanas.
En ese momento, un cuervo grande y muy negro, se posa en el centro de la copa del frutal y se dirige a los niños con su voz profunda:
-       ¿Queréis peras?
-       Si, si, -contestan todos a coro-
-       La próxima semana ellas solas se caerán. Y mientras, podéis seguir jugando a la sombra del peral.
-       Gracias, cuervo –dijo María, mientras ladraba su perro.


9.-el plátano verde
Qué tristón está ese plátano,
tan solitario en su frutero,
abandonado por los niños,
que se han ido al merendero.

Tan afligido está el plátano,
que ha venido el curandero,
le ha dado buenos consejos,
y le ha devuelto al tendero,
para que madure al sol,
con los demás compañeros.








lunes, 13 de marzo de 2017

No te digo...

La enfermera dejó en mi rostro su rúbrica bordada con fino hilo de sutura. Una cicatriz más para salir guapo en el retrato de mi careto del próximo ingreso.
Salí de urgencias sin haberme librado de los efectos de las copas de vodka y la botella de Martini bianco que me había trasegado yo solito. Había sido una noche movidita. Bebí como un descosido, intentando remendar el resquebrajado saco donde se apretujaban mis emociones, queriendo salir, jodidas y revueltas, a dar testimonio de cómo estaba mi alma. Si es que por aquel entonces me quedaba algo de ella. Ellas siempre ellas, no te digo.
¿Qué había pasado? ¿Otra vez metido en una pelea? ¿Es que no voy a poder salir a la calle? Y, esta vez, ¿con quién y por qué?
Hasta donde llega mi agrietada memoria, había salido de mi casa, cabreado, con la cornamenta recién estrenada, pero eso sí, maqueado, con mi elegante traje gris perla de americana cruzada y mi corbata azul a juego. Compruebo que ahora está todo hecho una pena, con varios desgarrones, una manga menos en la chaqueta y los pantalones con manchas de licor y sangre.
Solo en el hospital, como siempre. Mis amigos los policías, ni se molestan en esperarme para firmar la declaración. Saben que al día siguiente iré como un cordero a la comisaría y me denunciaré yo solito. Los años no perdonan. Y mis putas, las que fueron mis pupilas y que defiendo a muerte de cualquier agresión machista, también me abandonan en cuanto me ven débil y sin pasta. Puta vida, con lo que yo era hace unos años, hay que ver para lo que queda uno. Una piltrafa, eso es lo que soy. Y sin mujer con la que consolarme ahora.
Mi corbata de rayas verdes, ¿dónde coños estará? Ah, no, si era la de flores de lis azules. Otra que pierdo por mi mala cabeza. Qué importa ya una corbata de menos.
Me hace daño este sol que me cae a raudales sobre la cabeza y las pupilas. Qué dolor de coco. Y la puta enfermera esa que no me quiso dar un par de ibus porque había tomado mucho alcohol. No te digo, vaya chorrada.
Y, ¿mi navaja?. O la he perdido o esos cabrones me la han vuelto a quitar. Hasta la pasma admira mi destreza en el manejo de la cheira, esas cosas que hay que saber y que yo aprendí con un buen colega del talego. Lo de ayer debió de ser un bordao, porque el tipo se dobló como si tuviera ganas de apretar, quedó sentadito en el suelo sangrando como un cerdo, a mis pies. Sus colegas se largaron en cuanto apareció la pasma. Puede que no sepa donde he dejado el coche o las llaves, pero siempre recuerdo con detalle cuando le hago un cosido a un chorbo. Y es que a mí que no me toquen a mis chicas, vayan borrachos o empalmaos, me da igual, pero para todo tiene que haber una educación, no te digo. El caso es que estaban unos cuantos mamaos hasta más no poder, de esos que van de despedida de soltero a una casa de putas y allí estaba yo con mis cuatro o cinco copas de más, mirando cómo se las estaban gastando los guripas esos, cuando empezó uno de ellos a pasarse un huevo con la Yeni y ahí ya no pude más y salí en su defensa. Que te apartes viejo me dice, mira eso me llegó al alma, así que me empecé a cabrear en serio, vinieron las voces, los golpes, la bronca, el lío con todo el personal en jaque y en ese momento es cuando hay que aprovechar a usar la chori, porque si sacas un arma hay que usarla, sino te la llevas tú. Y en un descuido me fui al más chulo y se la metí bien metida, justo bajo las costillas y tirando parriba. Le pillas el pulmón o el corazón si se da bien y el tipo no vuelve a soplar nunca más. Solo nos enteramos él y yo. Hui del local, pero ahí me pilló uno de los suyos que me soltó un botellazo en toda la geta y caí redondo. Hasta el hospital.
Necesito otra y ahora mismo me la voy a comprar. Y una caja de ibuprofenos. Necesito un chute de algo que me quite este cabreo. Ah y un café.

Pero, coño, si también me han robado la cartera. No tengo un duro. Dios, que mierda, ahora sí que estoy jodido. Me voy pa mi casa, a arreglarme un poco. Y, ¿las llaves? ¿También sin llaves? De esta, otra vez a la trena, no te digo.