jueves, 29 de junio de 2017

Cinema Taramona

Cinema Taramona.
Yo tendría por entonces unos ocho años, ahora tengo 63, así que podéis ir echando las cuentas.  La tarde de los jueves no teníamos colegio y los cines de la ciudad disponían de una sesión doble familiar, que llamaban la fémina. Fémina porque a ella solo iban las mujeres, rodeadas de sus hijos, o los hijos de las vecinas, que por una u otra razón no pudieran asistir.
En mi barrio, el Rollo, jueves si, jueves no, por aquello del flaco presupuesto familiar, nos agrupábamos a la entrada del bar Plaza, a eso de las tres, un ruidoso grupo de mujeres, niños y niñas y alguna que otra abuela, ataviados con la ropa del domingo y un fardelito donde llevábamos la merienda y una cantimplora con agua, como si fuéramos al río de excursión.
Todos juntos avanzábamos avenida abajo, entre baches y polvo, como una tropa de invasores provenientes del barrio más extremo, del lejano oeste, dispuesta a conquistar el centro de la ciudad. Era un paseo que hacíamos entusiasmados, por formar una piña humana unida por su condición barriobajera y por nuestra pasión por el séptimo arte.
¡Vamos a la fémina, vamos al cine!, coreábamos por la calle. ¡El cine!
Busco en google títulos de películas de aquellos años y no me acuerdo de haber visto ninguna en aquellas tardes. Para mí y para mis amigos del barrio, las películas eran de romanos, del oeste, de piratas, de santos, de guerra, de risa o de amor, y éstas, seguro que por una u otra razón no las echaban para niños, eran 3R con reparos, según la censura de entonces. No sabíamos los títulos, ni los actores, ni los directores, ni siquiera como se hacían. Allí, metidos en la oscuridad del patio de butacas, lo importante era que nos sentíamos los protagonistas y al llegar al barrio, en nuestros juegos, los emulábamos y peleábamos entre nosotros por ser el bueno o el malo, que de todo había.
A la cola para comprar las entradas, siempre se ponía María la Gorda, que recogía todo el dinero y que, seguro, se iba a colar. Con el balanceo de su imponente cuerpo, iba desplazando a los que aguardaban turno y se colocaba la primera. Volvía dichosa, con el trofeo de sus veintitantos papelitos rosas alzados en la mano y hala, pa dentro todos. A veces ocupábamos hasta tres filas y nunca las primeras, por aquello de que nos podíamos poner malos de los ojos.
Isabel la guapa, mujer del gigantón Tomás el camionero, siempre iba hecha un brazo de mar y se salía del cine al poco de empezar la película. ¿Dónde va la Isabel?, preguntaba yo a mi madre. A hacer recaos, y cállate. Volvía antes de que terminara la sesión, más bella si cabe, tomaba del brazo a su madre, una anciana que roncaba en todas las películas y de la mano a su hijo Angelito, vestido de comunión para ir al cine, como si fuera un príncipe.
Aquella tarde, que proyectaban lo que el viento se llevó, la abuela Ángela, se había dormido como siempre, pero no roncaba. Fui a decírselo a mi madre. Se acercó a ella y al tocarla, dio un respingo. En la oscuridad de la sala, con la luz proveniente de la pantalla, se dio cuenta de que la vieja se había muerto. Así, delante del Clark Gable y la Vivian Leigh besándose. No dijo nada a los demás y la peli siguió hasta el the end.  Y la Isabel sin llegar.
Cuando se encendieron las luces de la sala, apareció el Tomás, arrastrando a su mujer, que tenía las mejillas ennegrecidas con churretones de rímel. Mi madre les informó de lo ocurrido y el bestia del marido cargó con su suegra a los hombros, hasta el barrio. A los niños nos mandaron por delante, corriendo. A salir, el acomodador le soltó al Tomás aquello de: lo que no haga uno por su familia…
Si, lo que el Tomás se llevó. 

viernes, 26 de mayo de 2017

Más libertad sin nadie. L. C.


 “He de situarme. Vamos a ver, tío céntrate. Estoy en el ascensor de mi casa, ¿vale?. Dentro del ascensor de mi casa y vuelvo a mi casa ahora, o sea bien, puta madre. Deben de ser las cuatro de la mañana. No estoy seguro. Bueno, más o menos, porque Adela se fue a eso de las doce y en cuatro horas me ha dao tiempo a hacer de todo. Adela debió de irse con una mala hostia definitiva. Normal. Bueno, no tanto. Que se ha creído esa niñata, que va a hacer conmigo lo que le salga del coño. Y una mierda. Joder que ganas tengo de vomitar. Pues aquí mismo. Puaf, que mal me huele la ginebra cuando la vomito. Me sienta fatal y si me pongo un poco de coca, ya el remate. Que cojones le pasa a este ascensor, no funciona, o qué. Pues este olor me hace vomitar de nuevo. Puaggghhh, que asco colega, vaya guarrada he preparado en el puto suelo. Tengo que salir. De puta madre, ahora no responde la tecla esta de los cojones. Dios! pues acabo con él a puñetazos, puf, no tengo ni fuerzas, pero se van a enterar mi vecino cabrón, patadas a la puerta. Vamos joder ábrete ya. Qué pasa, dios le he dao al espejo, joder me he cortado el codo, la puta si estoy sangrando, mierda, mierda, ábrete canalla. Joder entre el olor de la vomitona, la sangre y ahora que no consigo ni levantarme. Me estoy meando, creo que me estoy meando de rabia. Se fue la luz. Y no puede ser, esto no puede ser, ahora encima no veo nada. Tomás joder abre, estás por ahí, por favor, ábreme ya. Será posible que no esté en casa el mierda este. La alarma, joder tiene que estar el pulsador de la alarma. Hostia el mechero, lo tengo aquí en el bolso derecho, si aquí esta, la puta que me parió como me duele el codo, no soporto este olor, sácame de aquí, tío, sácame, joder.  Tiene poca llama este mechero, pero es suficiente, ya veo. Qué pasa, está lloviendo, a qué huele ahora, ¿a gasolina?, dios lo que me faltaba. Socorro, socorro, cabrón, fuego, fuego fueg….aggg.”
Esto es lo que más o menos le pasó a mi vecino Artemio, dentro del ascensor de este edificio de mierda, donde solo vivimos él y yo, cuando el jueves volvía de una de sus juergas, a las cuatro de la madrugada. Le conocía desde que éramos lactantes y, aunque en otros tiempos fue mi amigo, he de decir que se lo merecía. Por cabrón y mala gente. Y sobre todo, por joder con mi novia Adela. Pude oír perfectamente sus gritos y sus quejas, e intentar ayudarle, pero mi papel en su última escena era otro. Y lo cumplí. Faltaría más, so hijo puta. Para eso compré la lata.



jueves, 25 de mayo de 2017

El viaje de Luisa

El viaje de Luisa.

Cuando Luisa llegó del viaje, descargó la mochila en la caja fuerte de sus sueños.
Nadie supo exactamente donde estuvo, pero Luisa nunca más volvió a llorar.
Comenzó a bailar al caer la noche, porque recordaba la esencia de su viaje.
Él atesoraba las leyendas de todos los itinerarios.
Luisa nunca llegó al final del viaje. Esperó a que llegara solo y se encontró a las puertas de su paraíso perdido para encontrarse. 
Se perdió mil veces en el recorrido. Sus mapas eran de aire, los planos de agua, las señales, el vapor de su respiración.
Cada mañana se repetía ante el espejo: No volveré a ser la misma tras mi retorno.
Salía de su casa en busca de respuestas al misterio y volvía con mil preguntas.
Hacía la comida con productos de su cosecha y el sol le devolvía la mirada.
Sus ojos brillaban con la verdad y se cerraban con las respuestas.
Aprendió a nadar entre las sílabas de todos los idiomas.
Se sumergió en los mares de todas las incertidumbres y guardó entre sus dedos la fe de las caracolas en las mareas.
Conoció al hombre de sus sueños. Dormía plácidamente en el bosque de lo imposible. Él llevaba un montón de versos en el bolsillo de los misterios. Su maleta estaba llena de kilómetros de poemas.
Luisa le abrió su bolso y le mostró el cofre de lo increíble. Él no supo leerlo y se marchó al país de la desolación.
Ella adora el caos. Dice que el caos la vida. Adora la vida por su desorden. Sin embargo, sabe que en el fondo de ese caos laten las leyes matemáticas de la naturaleza. Lo sabe, pero mantiene la incógnita en el cuenco de sus manos. 
Nadie conoce a Luisa, pero la adoran cada vez que surcan el iris de sus ojos.
Alguien me relató su historia y aún está prendido del halo de su música. Sé lo que me han contado.
Y, yo, envuelto por la música que desprende el halo de Luisa, busco un viaje como el suyo.


martes, 23 de mayo de 2017

El último espectáculo

Buenas noches estimado público.
Bienvenidos a este mi último espectáculo.
Muchas gracias por emplear su estimado tiempo y dinero en este viejo artista que ahora se presenta de nuevo ante ustedes, más él mismo que nunca.
Y sin más preámbulos, paso a comunicarles mi mensaje, dando comienzo a la representación.

De noche se me presentan todos los fantasmas que han poblado mi vida y el dormir deviene en una imposibilidad. El insomnio se vuelve pétreo, como pared de cementerio o muro de cárcel. Mi cuerpo macilento se pasea, en un difícil equilibrio, por el borde de ambas estructuras, Voy saltando de una a otra, como un gorrión herido y extraviado, fuera del ámbito de la tranquilidad del nido. Y digo bien, entre la cárcel y el cementerio, tanto monta, monta tanto, porque mi mente queda convertida en una máquina de vapor, a punto de reventar y quisiera terminar, de una vez por todas, o en uno o en otro lugar. Dar así por finalizada esta tortura. Mis  pensamientos son el combustible que arde y hace mover este tren imparable, cargado  de conjeturas, disparates, angustias, rabias, deseos innobles y toda suerte de ideas desquiciadas en el que viajo, preso de mi mismo, hacia no se sabe donde.
La representación que ahora se inicia forma parte de esos fantasmas y ustedes van a ser testigos y cómplices de toda esta historia, que espero sea algo que no olvidarán en su vida. En su corta vida.
Quiero con ello hacerles partícipes de un proceso personal que inicié hace algunos meses y que ha finalizado con este guión y esta puesta en escena, que ustedes disfrutarán o sufrirán, nunca se sabe.
Quizá se pregunten, desde la seguridad de las cómodas butacas de este teatro, a santo de qué, este payaso, bufón aprendiz de actor, que promete en su programa risas y diversión para esta tarde gris de domingo invernal, se disfrace con el más negro de sus trajes y nos venga a hablar de los fantasmas de su vida.
Como si cada uno no tuviera suficiente con los propios.
Si, lo sé. Cada uno de ustedes que ahora me observa aún con esa cara de perplejidad, estoy seguro de que tienen una carga personal e intransferible de cuentos de terror que en su día fueron -y hasta es posible que hoy mismo sigan siendo- una tortura permanente de la cual no sabían, ni saben, como librarse. Esas angustias, esos miedos, esas culpas, esas complicidades, esas envidias, esas mentiras, esos horrores cotidianos, esas pesadillas, los pecados más graves, los deseos mas abyectos, incluso los crímenes y los delitos que aún no han confesado, ja ja ja.
Si, claro que si, claro que sus mentes están llenas de todo eso y también estoy seguro que incluso sus manos están llenas de sangre o de mierda o de ambas cosas, o de dinero negro o de armas de destrucción masiva. Son, no más, una complicidad culpable en este mundo terrible que hemos construido así, para nuestra propio gozo, terror y desesperación, que todo cabe. ¿Notan ya una cierta tensión en sus pechos, sienten como un cinturón esta presionando ligeramente su cintura, oyen el galopar de la sangre en sus sienes?. Pues, señores y señoras, esto no ha hecho más que empezar. 
También estoy seguro de que quisieran ser tan afortunados como yo y estar en mi lugar, es decir, acceder a un escenario, desde el cual tuvieran la opción de dar el latazo a sus congéneres con todos los relatos que, en forma de ratas hambrientas, están mordisqueando sus conciencias desde tiempos inmemoriales. Hacer la perfecta confesión de sus vidas, que sirviera para descargar sus infectas conciencias y, al tiempo, ser una maravillosa venganza, un "para que te jodas, imbécil". Y además, sabiendo que todo lo que se diga y haga aquí, no va a tener consecuencias en ese universo de fuera, porque nadie saldrá vivo de este teatro. Nadie, es representación única. 
Bien, pues ahora se joden y se aguantan porque soy yo el que tengo el micro y ustedes los que han pagado por la entrada y están tan inquietantemente sentados en sus asientos, desde los que no les va quedar mas remedio que escucharme hasta que yo diga que el espectáculo ha llegado a su fin. A partir de este momento, ese asiento va a ser su potro de tortura, ni más ni menos. Esas mínimas sensaciones que han ido creciendo de forma casi imperceptible, van a hacerse poco a poco insoportables, hasta el punto que alguno de ustedes no aguante la presión y pida desesperadamente la muerte.
¿Ven? un chasquido de mis dedos ha sido suficiente para que mi fiel equipo técnico, sumiso a mis órdenes, haya puesto el cerrojo a su cintura que les va a impedir moverse en dos horas o hasta que yo quiera o quizá nunca más. Ahora si que son clientes cautivos, espectadores pegados a sus asientos. Meros objetos pasivos y sufrientes de este teatro de la verdad, la tortura  y la muerte.
Quieren chillar y no pueden, ¿cierto? Quieren moverse y no son capaces, ¿verdad? Bien, esa es la clave, esto es lo que busco, esto es lo que han venido a sentir. Podrán hablar y moverse,  solo cuando yo se lo permita y se lo pida y...siempre y cuando digan la verdad sobre los hechos que yo les solicite. Porque, si eso no es así, pasarán un largo calvario hasta su total extinción.
¿Mola, eh? Bueno, bueno, vamos a ver, no quiero lágrimas, ni gestos dramáticos. En todo caso, esto es un espectáculo al que han venido a disfrutar, ¿no? Aunque, bien pensado, las lágrimas y los rostros agrietados por el dolor forman parte de esto... ¿como se llama? Eso, perfomance colectiva, actuación grupal. Va a quedar genial, ya lo verán.









jueves, 4 de mayo de 2017

Sin tu latido.


Yo quiero más a mi seño que a mi mamá. Lo tengo muy claro: me gustaría que viviéramos juntos toda la vida. Mi mamá siempre tiene mucho trabajo y todo lo quiere hacer muy deprisa. Manoli, mi seño, hace todo con mucha calma y siempre está tan tranquila y feliz con todos los niños. Mi mamá me deja en el cole muy temprano, en la guardería de los madrugadores y se va a currar –como dice ella- en su coche, con dos compañeras que la llaman desde la ventanilla, para que no se esté mucho rato besuqueándome.
Al poco rato llega Manoli, se acerca al comedor, donde yo estoy tomando la leche con el colacao y las galletas y me achucha. Me encanta que haga eso, que se agache al lado de mi mesa y se acerque a mi cara. Huele tan bien. Me sabe todo tan rico cuando ella está cerca de mí. A veces me dan ganas de llorar y entonces ella me achucha más y me pregunta que si me acuerdo de mamá. Si, le digo, pero lo que de verdad sucede es que lloro de alegría al tenerla tan cerquita de mí, con su colonia de limón y sus ojos de menta, que me parece todo que se pudiera comer. Mi mamá, cuando me recoge por la tarde huele a sudor y su boca a tabaco, porque fuma mucho por el estrés que le da su trabajo en la fábrica de coches, donde coloca los motores. Manoli no fuma y se lava los dientes con una pasta que huele a fresa o algo así, algo muy limpio. Toda ella me parece que ha salido del escaparate de la pastelería que hay en la plaza. Tan rica. Todos los niños la queremos mucho, pero yo más que ninguno. Estoy enamorado de ella, como el pato Lord de la pata Queen, de los dibujos de la clase de inglés.
Dice mi mamá que ella no volverá a querer a ningún hombre después de lo que le hizo su marido, o sea, mi padre. Yo de eso no se nada, solo sé que no tengo papá. Hay otros niños del cole que no tienen papá y no pasa nada, o si, porque algunos van y vienen con las mochilas a casa de uno o de otro y mi madre dice que eso es un lío tremendo y que ella está mejor así, sin marido que aguantar. Qué se mantenga bien lejos, que total para lo que hacía. Eso es lo que le dice a mi señorita Manoli, cuando la va a ver y hablan de mí. Me gusta verlas a las dos, tan distintas, pero tan juntas en ese momento que yo quisiera tenerlas a las dos como mamás. Ya sé que he dicho al principio que quiero más a Manoli que a mi mamá, pero ahora me estoy arrepintiendo y creo que es mejor tenerlas a las dos. Una todo el día en el cole y otra, toda la noche en casa. Y también los fines de semana.
Un sábado fuimos a comprar al supermercado y nos encontramos con Manoli. Iba de la mano con un chico muy alto y muy guapo, según dijo mi mamá. Se acercó a mí y me abrazó un rato y el chico aquel me llamó campeón. Manoli se puso a hablar un poquito con mi mamá y yo estuve boxeando con su hermano. Mi mamá me dijo que no era su hermano, que era su novio. Y yo me enfurruñé y me quedé con las ganas de volver y darle un puñetazo. A los dos, por engañarme.
El lunes me pasé la mañana mirando mal a Manoli, para que se diera cuenta de que estaba enfadado con ella. Por tener novio y porque ya no podrá casarse conmigo. Así que en el recreo le dije a Marina que es mi compañera de mesa, que si quería ser mi novia y me dijo que sí, pero solo en el recreo. Vale, le dije yo. Así que ahora ya tengo novia para el recreo y a mi mamá para el resto.
Cuando llegamos a casa mi mamá puso música y empezó a cantar con el señor del disco una canción que decía:
Ay, amor mío, qué terriblemente absurdo es estar vivo sin el alma de tu cuerpo, sin tu latido.
Y yo, que no sé qué es eso del absurdo, del alma, ni lo del latido, me quedé mirando a mi mamá con cara de pregunta y me dijo:
-Tranquilo mi amor, son cosas de mayores. Ya lo entenderás.

Entonces me acordé de Manoli, de su novio, del marido de mi mamá, de mi mamá y me puse tan contento porque todavía no soy mayor, pero ya tengo novia para el recreo.

Enamorado de tus manos.

Estoy enamorado de tus manos. Siempre que estás cerca, mis poros solo tienen un objetivo y es, sentirlas, apreciarlas con detenimiento hasta abstraerme en su delicadeza, en el mapa y el color de su piel, en los dedos tan bien torneados, tan exactos, tan fuertes y precisos sus nudillos, como los de una escultura griega, tan femeninos y, a pesar de ello, sin anillos ni alianzas.
Me recreo en tus uñas perfectamente arregladas, su media luna llena de poesía, el pulgar que se adelanta con energía y decisión a todos lo demás dedos, el puño, la preciosa organización de huesos, músculos, tendones, venas, nervios…esa milagrosa estructura, carta de presentación de toda tu belleza e inteligencia.
Gozo con esa coreografía tan elaborada y sencilla al mismo tiempo, en la que el conjunto de tus dedos crean, junto a tus palabras, una entidad completa de una compañía de ballet que danza, apunta, señala, acentúa, modifica, convence y enamora.
Enamorado como yo, de esas manos, de su esencial calor y de su tacto, de su armonía, del gesto único y total que me ha dado tanto placer y tanta satisfacción, que una vez sumergidas en mí, me manejan a su antojo y me pasean por la vida como formando parte de ellas.
Giras con suavidad tus dos manos al tiempo y dejas al descubierto las palmas, con su delicada y poderosa geografía de suaves líneas, donde está escrito el presente, el pasado y el futuro y con las que sueño de día y pienso de noche, todos los días de mi vida.
Desde aquel 25 de enero, día de tu cumpleaños, en el que dejaste sobre mi cuerpo, escrita con la tinta indeleble de la pasión, el deleite y el placer de tenerte, maravillosa fecha en la que sembraste la necesidad permanente de volver a estar envolviéndolas con mi cuerpo, amarrado siempre a tus manos.  
Ellas son para mí, el aliento del amor que te procuro, mi red y mi libertad, el núcleo de ese volcán que encendiste hace ya tanto tiempo y que mantengo vivo, con la esperanza de que en lo que nos quede de vida, me lleves siempre junto a ti.
Y cuando tengas frío te introduzcas en mi cuerpo, dedo a dedo, suavemente, para que yo, tu fiel y seguro servidor, te proteja de las inclemencias del tiempo.

Con todo mi amor, tus guantes. 

lunes, 27 de marzo de 2017

Ardilla Roja

Érase una vez una ardilla roja, que se llamaba Ardilla Roja, y vivía en el bosque de los pinos encantados.
Era tan roja, tan roja, que todos los demás animales la veían a mucha distancia, porque su color destacaba entre las sombras verdes del pinar.
Mamá Ardilla estaba preocupada, no fuera a ser que algún lobo o zorrillo, o ave rapaz, fuera a lanzarse a por ella para comérsela.
Mamá Ardilla, para evitarse sustos y disgustos, le hizo un traje de camuflaje, tejido con hojas de helecho y agujas de pino, que puesto sobre su peludo cuerpo, le quedaba la mar de chulo.
Ardilla Roja, estaba encantada con su ropa de camuflaje y paseaba por el bosque tranquila, segura de que nadie podría distinguirla. Pero el disfraz tenía un inconveniente: cuando quería escalar por los rectos troncos de los pinos, le molestaba para subir, se enganchaba con las cortezas y no podía mover sus patas libremente.
Así que Ardilla Roja, un día que quiso subir al Pino Centenario, el más viejo del lugar y con las piñas más sabrosas, se quitó su ropaje y se lanzó tronco arriba, a una velocidad de vértigo. Al llegar a sus últimas ramas, se encontró con Águila Negra, que le sonrió y comenzó a relamerse, al ver tan cerca a tan apetecible presa.
Ardilla Roja, a sabiendas del peligro que se avecinaba, huyó despavorida tronco abajo, perseguida por el vuelo en picado de Águila Negra.  Al llegar al suelo, una tupida capa de helechos cubrió el cuerpo de Ardilla Roja. Entonces, descubrió que allí también se refugiaban una docena de ardillas rojas que, como ella, escapaban de las garras de Águila Negra. Entonces, todas juntas salieron y comenzaron a chillar, haciendo que el ave rapaz huyera, alterada por el estridente ruido que producían las gargantas de aquel grupo de roedores.   
Pino Centenario, que había sido testigo de la escena, le dijo a Ardilla Roja:
-         Ardilla, no tenías que haberte quitado el traje que te hizo mamá, pero has tenido mucha suerte y has usado muy bien tu inteligencia: huir, esconderse, camuflarse y unirse a un grupo de amigas, es lo mejor cuando tengas que enfrentarte a alguien más fuerte que tú. Muy bien, Ardilla Roja.


sábado, 25 de marzo de 2017

pequeños cuentos para pequeños lectores



1.-La sandía.
Mi abuelo abrió una sandía y ¡oh sorpresa! ¡Estaba vacía!
Solo quedaban sus pipas negras.
-       Haremos unas maracas - dijo mi abuelo - para bailar al son que tocan los negritos de la Habana.
Las metió en una lata, puso una tapadera y ahora baila con mi abuela mientras yo hago el ritmo moviendo esa lata con las semillas negras.

2.-Las manzanas.
Tengo diez manzanas rojas en mi árbol de manzanas. Todas ríen, todas cantan y solo una llora. Le pregunto a la quejica porque gime de esa manera.
-       ¡No me comas! - me dice, con lágrimas de manzana.
-       Vale - le digo yo - como tú quieras, pero no llores más, que así me das mucha pena.
Cuando regreso a mi casa, las otras nueve manzanas le cantan a su amiguita para que no llore, ni se sienta sola.

3.-El coco
Cayó al mar un coco, desprendido de una rama de su mamá la palmera y una ola muy viajera, se lo llevó poco a poco.
Viajó por los siete mares, metido en su cascarón. Conoció puertos, se bañó con las ballenas y se envolvió en sales marineras.
Un delfín y un tiburón le enseñaron mil cantares de los pececitos muertos.
Al cabo de mucho tiempo, de flotar en remolinos y tempestades, en una playa paró y en la arena se escondió.
En el fondo de la tierra fue abriéndose muy poquito a poco, y de su cuerpo brotó otra palmera de cocos.

4.- La fresa, la babosa y el ratón
En el centro de mi huerto, escondida tras las verdes hojas, duerme una enorme fresa. Tan roja, tan jugosa, que llama la atención de la resbaladiza Babosa.
Ella camina despacio, arrastrando su frío cuerpo, en busca de su alimento, pero se adelanta Pedro, el ratón egoísta, que llega veloz y hambriento.
Se apodera con su boca de la deliciosa fresa, para llevarla consigo a su escondite en la roca.
Pero Pedro no ve bien la huella de la babosa, resbala en ella y cae. Suelta un chillido y pierde la rica fresa que apretaba entre sus dientes.
Y allí estaba Babosa, que recobra su fresa y la rechupetea golosa.
Pedro la mira envidioso, pero Babosa, que es buena, le invita a comer su fresa y le dice con su afectuosa voz:
-       Ves, Pedro, si quieres tener amigos lo mejor es compartir.


5.-Uvas con uve
La uva con la uve de la vida, de Eva, Evaristo y Virginia, del vino y la vía, de la venta y la vendimia, de los vasos y la victoria.
Viva su dulce zumo, el mosto, se derrama en la boca, cuando una uva carnosa muerdes y plas!, explota.
¡Viva la uva con su uve!

6.-Una granada en Granada
Érase una vez una bellísima granada, que vivía en un balcón de la ciudad de Granada, feliz y contenta, por ver tanta gente pasar.
Era dichosa con su vida y no deseaba nada. Sus amigas las aves la saludaban al pasar, y ella les dedicaba su sonrisa encantada, con el lindo color rojo de su piel satinada.
-       ¿Qué haces en ese balcón sin poder viajar?, le gritan las aves con su grito peculiar.
-       Me encanta estar aquí como una gran hada, viendo como el mundo gira y gira sin parar. Llegará un día, dentro de unas semanas, que mi cuerpo todo, al mismo tiempo, se abrirá. Y saltarán al aire, cientos de semillas para que comáis las aves.
-       Muchas gracias, dulce granada. Llevaremos tus semillas lejos de la gran ciudad, para que tu linda sonrisa, así, pueda viajar.



7.- los sorbetes de limón
Érase una vez la banda municipal de niños y niñas tocando en el parque.
La directora de la banda, batuta en mano, dirige sus movimientos.
Al terminar la primera sinfonía, el público aplaude:
-       ¡Qué grandeza, qué armonía!
-       ¡Qué belleza, que alegría!
Tras el descanso, comienza la segunda composición.
Cuatro niños y cuatro niñas de la primera fila, escuchan atentos mientras chupan un sorbete de limón.
Los niños y las niñas de la sección de viento, que los observan, no pueden seguir soplando. Su boca se ha llenado de saliva y ni una buena nota sale.
Dejan flautas, trompetas y saxofones parados entre sus manos y esperan nerviosos a que los niños terminen su sorbete de limón.
La directora que se ha dado cuenta, con su batuta, les indica a los golosos que se den la vuelta. Y así, con los sorbetes de espaldas a la orquesta, la música puede continuar.
Aplausos, ¡plas, plas, plas!

8.-El peral de la estación.
En la estación hay un altísimo peral cargado de peras verdes y sonrojadas.
Los niños miran las peras maduras y jugosas, pero no pueden cogerlas.
¡Es tan alto el peral! ¡Están tan arriba las peras!
Los niños y niñas saltan, intentan trepar por el tronco, se suben unos a las espaldas de otros. Pero no llegan a atraparlas.
El perro de María también lo intenta y no para de saltar para llegar a las ramas más cercanas.
En ese momento, un cuervo grande y muy negro, se posa en el centro de la copa del frutal y se dirige a los niños con su voz profunda:
-       ¿Queréis peras?
-       Si, si, -contestan todos a coro-
-       La próxima semana ellas solas se caerán. Y mientras, podéis seguir jugando a la sombra del peral.
-       Gracias, cuervo –dijo María, mientras ladraba su perro.


9.-el plátano verde
Qué tristón está ese plátano,
tan solitario en su frutero,
abandonado por los niños,
que se han ido al merendero.

Tan afligido está el plátano,
que ha venido el curandero,
le ha dado buenos consejos,
y le ha devuelto al tendero,
para que madure al sol,
con los demás compañeros.








lunes, 13 de marzo de 2017

No te digo...

La enfermera dejó en mi rostro su rúbrica bordada con fino hilo de sutura. Una cicatriz más para salir guapo en el retrato de mi careto del próximo ingreso.
Salí de urgencias sin haberme librado de los efectos de las copas de vodka y la botella de Martini bianco que me había trasegado yo solito. Había sido una noche movidita. Bebí como un descosido, intentando remendar el resquebrajado saco donde se apretujaban mis emociones, queriendo salir, jodidas y revueltas, a dar testimonio de cómo estaba mi alma. Si es que por aquel entonces me quedaba algo de ella. Ellas siempre ellas, no te digo.
¿Qué había pasado? ¿Otra vez metido en una pelea? ¿Es que no voy a poder salir a la calle? Y, esta vez, ¿con quién y por qué?
Hasta donde llega mi agrietada memoria, había salido de mi casa, cabreado, con la cornamenta recién estrenada, pero eso sí, maqueado, con mi elegante traje gris perla de americana cruzada y mi corbata azul a juego. Compruebo que ahora está todo hecho una pena, con varios desgarrones, una manga menos en la chaqueta y los pantalones con manchas de licor y sangre.
Solo en el hospital, como siempre. Mis amigos los policías, ni se molestan en esperarme para firmar la declaración. Saben que al día siguiente iré como un cordero a la comisaría y me denunciaré yo solito. Los años no perdonan. Y mis putas, las que fueron mis pupilas y que defiendo a muerte de cualquier agresión machista, también me abandonan en cuanto me ven débil y sin pasta. Puta vida, con lo que yo era hace unos años, hay que ver para lo que queda uno. Una piltrafa, eso es lo que soy. Y sin mujer con la que consolarme ahora.
Mi corbata de rayas verdes, ¿dónde coños estará? Ah, no, si era la de flores de lis azules. Otra que pierdo por mi mala cabeza. Qué importa ya una corbata de menos.
Me hace daño este sol que me cae a raudales sobre la cabeza y las pupilas. Qué dolor de coco. Y la puta enfermera esa que no me quiso dar un par de ibus porque había tomado mucho alcohol. No te digo, vaya chorrada.
Y, ¿mi navaja?. O la he perdido o esos cabrones me la han vuelto a quitar. Hasta la pasma admira mi destreza en el manejo de la cheira, esas cosas que hay que saber y que yo aprendí con un buen colega del talego. Lo de ayer debió de ser un bordao, porque el tipo se dobló como si tuviera ganas de apretar, quedó sentadito en el suelo sangrando como un cerdo, a mis pies. Sus colegas se largaron en cuanto apareció la pasma. Puede que no sepa donde he dejado el coche o las llaves, pero siempre recuerdo con detalle cuando le hago un cosido a un chorbo. Y es que a mí que no me toquen a mis chicas, vayan borrachos o empalmaos, me da igual, pero para todo tiene que haber una educación, no te digo. El caso es que estaban unos cuantos mamaos hasta más no poder, de esos que van de despedida de soltero a una casa de putas y allí estaba yo con mis cuatro o cinco copas de más, mirando cómo se las estaban gastando los guripas esos, cuando empezó uno de ellos a pasarse un huevo con la Yeni y ahí ya no pude más y salí en su defensa. Que te apartes viejo me dice, mira eso me llegó al alma, así que me empecé a cabrear en serio, vinieron las voces, los golpes, la bronca, el lío con todo el personal en jaque y en ese momento es cuando hay que aprovechar a usar la chori, porque si sacas un arma hay que usarla, sino te la llevas tú. Y en un descuido me fui al más chulo y se la metí bien metida, justo bajo las costillas y tirando parriba. Le pillas el pulmón o el corazón si se da bien y el tipo no vuelve a soplar nunca más. Solo nos enteramos él y yo. Hui del local, pero ahí me pilló uno de los suyos que me soltó un botellazo en toda la geta y caí redondo. Hasta el hospital.
Necesito otra y ahora mismo me la voy a comprar. Y una caja de ibuprofenos. Necesito un chute de algo que me quite este cabreo. Ah y un café.

Pero, coño, si también me han robado la cartera. No tengo un duro. Dios, que mierda, ahora sí que estoy jodido. Me voy pa mi casa, a arreglarme un poco. Y, ¿las llaves? ¿También sin llaves? De esta, otra vez a la trena, no te digo. 

martes, 14 de febrero de 2017

Ruina

El caserío, tras muchos años de abandono, se había convertido en una ruina. Donde en otro tiempo varias familias mantenían viva y fértil una extensa explotación agraria, hoy solo quedaban un muro desdentado, decorado con los grafitis más agresivos y absurdos, puertas desgajadas, ventanas rotas, habitáculos llenos de heces y basura, desfondados colchones, muebles hechos astillas… una inmensa colección de despojos, resultado del paso de las más diversas tribus urbanas, dedicadas a la violencia y a su propia autodestrucción.
Fue fácil llegar hasta él sin que se diera cuenta. El hombre estaba solo, acuclillado en el suelo, de espaldas a la entrada de lo que quedaba de cocina. Le envolvía una densa atmósfera formada por la humareda procedente de una hoguera moribunda, el humo del cigarrillo que colgaba de sus labios, el tufo de deposiciones y la fetidez de su propio cuerpo, sucio y desahuciado. Enfrascado en su tarea, absorto en lo que requería de toda su atención, ni se enteró de la llegada del que iba a ser su asesino. Este le plantó su mano de hierro en la base del cuello, estrujó, giró las cervicales y en unos segundos el cuerpo se dobló sobre sí mismo y quedó inmóvil, adoptando una trágica posición fetal. Junto a él botellas vacías, decenas de colillas de tabaco y marihuana y, colgando de su brazo izquierdo, una jeringuilla cargada de heroína. Con esas dosis de todo tipo de químicas adictivas, es posible que su enclenque cuerpo no sufriera el dolor del mortal torniquete.
Fue una maniobra precisa y certera, de esas que Frank tenía muy bien entrenadas. Era su trabajo. Un encargo menos en su listado de la semana. Diez mil euros en su bolsillo. Otro drogata al hoyo, un muerto viviente que dejaría de ser una carga para sus padres, para toda la sociedad, un cliente menos para nutrir el negocio mortal de las mafias, un potencial recluso que no habría que alimentar con el dinero de todos, una mierda expulsada del paisaje.
No dejó ninguna huella de su paso por aquel muradal de destrucción y desesperanza. Nadie pudo verlo en aquel escenario, envuelto por una matutina cobertura de niebla, que emanaba del río como un fantasma vestido con guedejas de algodón húmedo. Él era un profesional, nunca dejaba restos de su paso por la escena del crimen.  
Desde la posición de Ester, un paseo arbolado que dominaba el valle desde un altozano, apenas se distinguían los escombros de aquellas ruinas. Ella no había abandonado la comodidad y el calor de su coche. Esperaba a que el trabajo estuviera terminado, la vuelta de Frank, pagarle y volver al hogar, a la tranquilidad de su familia. Dejaba resuelto el problema. Se acabó para siempre la desazón y la desgracia, el dolor y la desesperanza en casa de sus padres. Resuelto así el odio acumulado durante años. Su hermano Teo, muerto, por fin. El dinero era lo de menos, su posición se lo permitía. Hoy terminaría una vida desdichada y daría comienzo una nueva existencia para sus padres y para ella. Libres al fin de tanta tragedia sostenida. La policía les notificaría la noticia, llorarían un par de semanas, pero tras ese duelo, tomarían conciencia de la tranquilidad que iba a suponer vivir sin esa agonía permanente, sin ese hijo desgraciado.
Frank se acercó al coche de la mujer. La miró tras los cristales oscuros de sus gafas y sin mediar palabra, ella le entregó el sobre. El hombre, que aún conservaba la braga que le cubría nariz y boca, lo abrió y comprobó que era lo acordado. Le entregó a Ester una pulsera de plata que había arrancado de la muñeca de Teo, se dio la vuelta y desapareció entre la niebla.
Ester subió el cristal de su ventanilla, respiró profundamente, cerró los ojos y se pasó las manos por las sienes. Por un momento pensó en acercarse hasta la granja abandonada, comprobar que su hermano estaba muerto, pero enseguida volvió a la cordura y desechó la idea. Tenía su pulsera. Ella misma se la había regalado por su cumpleaños. La guardó en el bolso. Dio la vuelta a la llave, metió la primera y abandonó el aparcamiento. El sol se abría camino entre los restos de la niebla.

Cuando llevaba recorridos unos cuantos metros, frente a ella, se dibujó una figura alta y desgarbada, cubierta con un raído abrigo que iba arrastrando los pies. Otro colgado, otro drogata, otro deshecho. Se miraron y frenó en seco. Los profundos ojos azules de su hermano se habían clavado en los suyos. Como movida por un resorte metió la marcha atrás y dio la vuelta. Aceleró al máximo y, movida por la ira y la furia, se abalanzó sobre la espalda de aquel ser, impactando con toda la potencia de su automóvil. Pasó varias veces sobre el cuerpo inerte. Salió de su coche, pateó lo que ya era el cadáver de Teo y un bramido de rabia y horror cruzó el aire. 

Si hubiera hecho esto que pasaba por su cabeza en aquel momento, hubiera encontrado su ruina y la de su familia. Sin embargo, se mantuvo serena, mirando por el espejo retrovisor como su hermano se alejaba hacia la casa, a la búsqueda de su efímero placer y su declive.

Inició la marcha hacia la carretera nacional, su cerebro aún roído por todo lo que había vivido aquella mañana y al llegar al stop, se lo saltó sin respetar la señal. Un camión, sin poderlo evitar, se empotró en el lateral derecho de su coche y la arrastró hasta topar con el muro de unas obras. Su cuerpo quedó tronchado, sus fragmentos orgánicos incorporados a la chatarra en la que quedó convertido el vehículo tras el impacto. Nada se pudo hacer por ella. Una ruina. 

martes, 7 de febrero de 2017

El bacalao es un pez

Se cuenta que en fecha y hora variables, sucede un hecho fantástico e inexplicable a las mismas puertas de la iglesia do Cristo, sita en el parque del mismo nombre, a las afueras de la localidad de Elvas, en Portugal. Hace tiempo algunos estudiosos de fenómenos paranormales dedicaron tiempo y esfuerzo en intentar dilucidar qué era lo que producía semejante fenómeno, pero desistieron por lo difícil de la investigación. A día de hoy se considera que forma parte de esas leyendas populares imposibles de constatar como ciertas.
Teresa y Dolores son dos entrañables y viejas amigas que vienen cultivando su inquebrantable amistad a base de recorrer mundo, entre otras cosas. Durante esas fechas se olvidan de compromisos familiares y demás grilletes que la sociedad impone y se dedican a recorrer lugares con lo que habían soñado cuando no tenían dinero para viajar.
Salvo entre las personas que nunca han tenido contacto con el nuevo testamento, con el catecismo o con diversas formas de adoctrinamiento cristiano, es muy famoso el milagro de la multiplicación de los panes y los peces que cuenta cada uno de los cuatro evangelistas en el nuevo testamento. Al parecer Jesús, con unos pocos panes y peces consigue dar de comer a miles de personas.
En todo Portugal existen celebres canteras de mármol de diversos colores que colocan al país como tercer exportador de esta material constructivo. Además, como no podía ser de otra manera, se dan excelentes canteros y artistas de esta roca tan hermosa, que a base de martillo y cincel consiguen dotar de una belleza y un naturalismo que diríase que la vida late bajo su piel de roca esculpida.
Ellas viajan muy a menudo a Portugal, entre otras cosas porque les queda muy cerca de su lugar de residencia y porque les apasiona el arte, el paisaje, la gastronomía y el contacto con sus gentes, amables y tranquilas. En especial, admiran y degustan con deleite el centenar de formas que los portugueses guisan el bacalao, famosas en todo el mundo. Un lugar donde saben que no van a ser defraudadas es el restaurante O Cristo que está, precisamente, en el parque del mismo nombre en las afueras de Elvas. Y allí toman bacalau dourada, la especialidad de la casa.
En el parque, frente a la iglesia, hay una fuente. Está compuesta por un pilón en forma de cilindro, en el que se inserta un prisma cuadrangular. En cada una de sus cuatro caras hay, como complemento decorativo y que a su vez sirve como surtidor, un pez, retorcido sobre sí mismo, formando una e. De sus bocas, que sobresalen del muro, brota una parábola de agua a través de un tubo metálico. Remata el conjunto una pirámide de base cuadrada, en cuyo vértice se inserta una farola de cuatro brazos con un pequeño farol en cada uno de ellos. Excepto estos elementos, todo el conjunto está construido con mármol blanco de la zona de Estremoz.
Según consta en antiguos documentos eclesiásticos, allá por el siglo once existió en la zona de Elvas una hermandad que fue declarada herética y demonizada por la curia católica. Varios de los más significativos miembros de la Comunidad de los Peces, que así se hacía llamar, fueron juzgados y sometidos a las más crueles torturas. El más importante de ellos, su líder y santo para esta comunidad, Joao Spiritu, fue quemado vivo en la hoguera. Es de destacar que la mayoría de los miembros de ese grupo eran trabajadores y artesanos de las canteras de mármol. Y su símbolo identificativo era el pez, con el que señalaban las piedras que trabajaban o decoraban los edificios donde trabajaban o sus propias viviendas.
El milagro de la multiplicación de los panes y los peces, viene a ser la metáfora del disfrute solidario de los bienes básicos para la vida, cuando la fe de un pueblo se moviliza a la búsqueda del bienestar, la igualdad, la solidaridad y la justicia colectiva en el reparto de la riqueza. Algo que nunca le ha gustado al poder establecido.
La pareja de mujeres salieron del restaurante cuando ya la noche primaveral, fresca y sin luna, se había adueñado del parque. Habían cenado una deliciosa ración de bacalao, regado con un exquisito vinho verde y decidieron dar un paseo antes de regresar al hotel. Se aproximaron a la fuente y antes de que intentaran siquiera acercar sus manos al agua que mana de los peces de mármol, unas pequeñas llamas parpadeantes de color azul comenzaron a brotar de la superficie ondulada del agua, como si esta se hubiera transmutado en alcohol y alguien o algo le prendiera fuego. En poco tiempo se extendieron y aumentaron su tamaño. De las bocas de los peces manaba un chorro de llamaradas azuladas, combustible que iba a añadirse al ardiente conjunto. Las mujeres reaccionaron con un tremendo sobresalto, retrocedieron varios metros y se alejaron de la fuente, convertida ahora en una hoguera vibrante, que curiosamente no despedía ni calor ni humo. En unos minutos, el fenómeno fue bajando en intensidad y al poco, el extraño incendio se apagó y la fuente de agua fresca y transparente volvió a su normalidad. En el aire quedó un aroma a azúcar tostado, como cuando se hacen flanes. 
La leyenda dice que esa fragancia es la del alma de Joao Spiritu.
Cuando las mujeres, alarmadas y confusas por lo que habían visto, fueron a denunciarlo al puesto de la guardia nacional, el agente las miró con ternura y les dijo:
- Ás vezes acontece.


(Todos habremos podido ver alguna vez, sobre todo en los coches, la utilización como adorno de un pez. Este pez es un símbolo cristiano que suelen utilizar los evangélicos.

El símbolo más conocido del cristianismo es sin duda la cruz, de la cual existen una gran variedad de formas. Sin embargo existen también otro tipo de símbolos cristianos como el símbolo del pez o "Ichthys" (del griego Ichthys) la cual se dice proviene del acrónimo I (Iesous), Ch (Christos), Th (Theou), Y (Hyos, la "h" el signo diacrítico en griego), S (Soter), o "Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador", el que fue utilizado por los Cristianos primitivos.

Al parecer el símbolo del pez tiene su origen durante los primeros siglos de la era cristiana, en los que los cristianos eran perseguidos y se veían forzados a reunirse en secreto. Frecuentemente los creyentes dibujaban el símbolo de un pez en la arena para identificarse con otros cristianos.

Hoy día el pez es utilizado como símbolo entre los cristianos evangélicos como adorno o simplemente para identificarse entre ellos.)



domingo, 29 de enero de 2017

Las llaves

Aprieto con el pulgar la parte móvil del mosquetón y, al mismo tiempo, desplazo mi mano hacia la espalda hasta que siento cerca de los dedos el contacto con una de las trabillas traseras de mi pantalón vaquero. No lo veo, pero estoy seguro de que está abierto. Lo engancho a la tira de tela y noto, tirando de él, que ha quedado prendido, seguro, para que el manojo de llaves que porta no se desenganche y se pierdan esos pequeños objetos metálicos que tanto valor tienen. Es mi modo de llevar las llaves con seguridad y siempre a mano. Es una forma antigua, nacida en el fondo de la infancia, cuando mi madre me otorgó la enorme responsabilidad de llevar colgadas de mis pantalones las llaves de la casa, la autonomía de acceso al lugar mágico donde residía la familia, el núcleo del poder y la vida. Aquella vida. Y las llaves había que defenderlas a muerte. Mi padre, siguiendo las instrucciones de mi madre, metió las tres llaves, grises y brillantes, en un anillo de acero, de esos que en realidad son una espiral de dos vueltas, y a su vez lo introdujo en el aro fijo del mosquetón, me las puso delante de la cara, haciéndolas sonar como la campanilla que yo, vestido de monaguillo, agitaba en la consagración y me dijo: como las pierdas, te mato. Joder, no estaba seguro de si mi padre hablaba en serio o era una exageración, pero jamás las perdí. Nunca las perdí, hasta el día que si las perdí. Y las he perdido tantas veces, he perdido tantas cosas, que si mi padre hubiera cumplido con su amenaza de entonces, yo llevaría muerto veinte veces, o más, que digo yo. Y, es que hay que joderse, lo que fastidia perder algunas cosas, como las llaves por ejemplo, o una cartera con todos los documentos, o una maleta en el aeropuerto, o los pasaportes en Gambia o yo que sé. Pero, a fin de cuentas, esas cosas las acabas recuperando o reemplazando por otras similares o sustituyéndolas en todo caso. Sin embargo, cuando pierdes aquel amigo que se marchó para siempre, el amor de tu vida que te dejó plantado en el baile, la abuela que te contaba las fantasías de su pueblo, tu padre que te organizó las llaves de casa, tu madre que creyó que eras capaz de no perderlas...esas personas nunca las vuelves a recuperar y entonces eres tú el que estás perdido.

viernes, 20 de enero de 2017

Una de romanos

Todos los domingos del curso escolar, a las cuatro de la tarde, Andrés y Antoñita, esperaban sentados en el poyo de granito que había a la puerta de su casa. Adela, su madre, les había peinado y puesto la ropa de fiesta para ir al cine. Los dos hermanos, obedientes, agarrados de la mano, no se moverían del sitio hasta que no llegasen a recogerles sus vecinas, Carmen y Luisa, mayores que ellos. Las dos se responsabilizarían de aquellos enanos de seis y nueve años y juntos irían a la sesión de las cinco. La película era gratis y la echaban en el salón que la parroquia disponía para los fieles más pequeños. Sesión infantil con películas de romanos o, para ser más precisos, de cine religioso, donde los héroes y heroínas eran decapitados sin piedad por fornidos soldados sin alma o comidos por leones insaciables en la arena del circo. Barrabás, Espartaco, Demetrius, Androcles, Ben-Hur, la túnica sagrada, o, ya de puestos, Maciste el coloso, Poncio Pilatos, Rómulo y Remo, todos entrando y saliendo de las mismas catacumbas y del mismo coliseo, vestidos con túnicas o minifalda, algunos con su reloj y todo, listos para morir junto a los animales del zoo, alzando sus pequeñas cruces de madera y sonriendo de forma angelical. Tras aquella sesión de épica de mártires cinematográficos, los hermanos volvían a casa en olor de santidad, convencidos de la necesidad de entregar cuerpo y alma por la defensa de la santa fe. Durante la semana, al volver del colegio, instalaban un improvisado altar en el pasillo de la casa, en el que Andrés, jovencísimo sacerdote de inquebrantable vocación, oficiaba sus misas, con gestos y maneras dignas del arzobispo al que aspiraba llegar a ser de mayor. Antoñita asistía, abobada y arrobada, como única feligresa de fe incorruptible y dispuesta al sacrificio con tal de salvar su alma y la de toda la cristiandad. Al finalizar la ceremonia ambos salían al patio, se tomaban de la mano y arrodillados mirando al cielo, esperaban que algún tigre o un gladiador pagano les hiciera el favor de liberarles del cuerpo pecador y les uniera a dios en el reino de los cielos.
- ¡A merendar!, les gritaba Adela, sacándoles de su éxtasis. Se comían sus bocadillos, no sin antes dejar una parte para los niños pobres del mundo.
- Anda, comeos eso, que nosotros también somos pobres.
- Si, mamá, pero tenemos casa.
Tras la cena, Ángel, el padre, fervoroso practicante de los ritos religiosos, disponía a la familia para el rezo del santo rosario. Adela seguía con los labios las oraciones, mientras repasaba la ropa de los miembros de su familia. Los niños, sentados y con las manos juntitas. Después a dormir. El padre entraba en la habitación de los niños y les recordaba sus oraciones previas al sueño: Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan. Ángel de la guardia (como tú, papá), dulce compañía, no me dejes solo ni de noche ni de día. Un ave maría, el gloria y la señal de la cruz. El beso paterno. Tras él entraba la madre para arroparles y hablar con Antoñita, solo un poco y muy bajito, para que no se despertara su hermano.
- Mamá, dice Andrés que me tiene que tocar por dentro porque es sacerdote y lo puede hacer porque es como si me tocara dios.
- ¿Qué?
- Si, quiere hacer lo que el padre Lucas le hace a él cuando estamos en el cine.
- ¿Cómo dices?
- Si, que le hace cosquillas por todo el cuerpo mientras estamos viendo las películas.
- ¿Y tu hermano se deja?
- Bueno, es el cura, es como si le tocara dios, ¿no?
- No hija, los curas no tienen que tocar a los niños ni a las niñas.
Le dio un beso en la frente y salió del dormitorio, cerrando suavemente la puerta tras ella.
- Ángel, ¿me estás escuchando? ¿has oído lo que me ha contado tu hija?
- Si, lo he oído. Y, ¿qué quieres que haga, que vaya y le pegue dos tiros? En todas las organizaciones hay garbanzos negros. También en la iglesia. Dios se lo demandará.
- Y, ¿ya está? ¿No vas a ir a decirle algo a ese cabrón? ¿Cómo tú, tan religioso, aceptas semejante infamia?. Y con tus hijos. Son niños. Cómo se entere mi padre, va a matarlo.
- Si, tu padre ya se pasó unos cuantos años en la cárcel por comunista. Algo sabrá de ello.
- ¡¡Ángel!!
- ¡Basta ya!. Los niños no vuelven a ese cine y sanseacabó el tema. ¿estamos?
Todo el barrio se enteró de por qué los niños de la Adela no volvieron al cine de la iglesia, pero nadie hizo nada. ¿Quién les iba a creer? o, peor aún, podrían ser ellos los que sufrieran las consecuencias por su atrevimiento. Eso si, todos avisaron a sus hijos de que su cuerpo, ni dios podría tocarlo. Y Adela no volvió a dejar que los niños jugaran a películas de romanos.
Una tarde entró Andrés como un ciclón con su balón en la mano.
- ¡Mama, mamá! ha venido un cura nuevo a la parroquia que va a formar un equipo de fútbol. ¿Me puedo apuntar?



miércoles, 18 de enero de 2017

Cinco monedas

En la vasija de barro que Elena escondía en el fondo del armario de su dormitorio, guardaba las cinco monedas de oro que le entregó la abuela en su lecho de muerte. Ella había sido la única nieta que atendió a la vieja en sus últimos días y la que hizo posible que el resto de la escasa familia se liberara de tan pesada carga. Nadie acudió a su entierro, nadie demandó nada de los bienes de que disponía, nadie volvió a querer volver a aquella casa del pueblo, nadie, en definitiva, quería remover en su memoria el odio que la abuela había generado en todos aquellos a los que trató. RIP y sanseacabó para todos.
Nadie, salvo Elena. Hija única de la única hija de su abuela; única hija, a su vez, del cacique más odiado de Remorhondo, conservaba la estirpe de esas mujeres fuertes, resueltas, independientes y solitarias, que saben que su papel en la vida es ofrecer amargura a cambio de obtener obediencia, sumisión y buenos rendimientos de la herencia recibida. Casadas por conveniencia, negadas para el amor, madres de una sola hija, depositarias del legado gris de la amargura, jóvenes viudas enlutadas para siempre.
En el entierro el silencioso enterrador fue el único que con un movimiento de cabeza dio el pésame a Elena, a cambio de un billete de 20 €. Ella se quedó mirando la recién sellada tumba en cuya lápida había grabadas tres palabras: Familia López Mencía. Musitó algo entre dientes y se dio la vuelta, volviendo a casa en su coche, el único que acompañó al coche fúnebre.


El Ser

Mat tenía plena libertad para acceder al diáfano estudio de Frank. A pesar de ello sabía que si Frank estaba de espaldas a la puerta, mirando hacía la bahía, debería entrar sin hacer ruido, acercarse despacio, ponerse a su lado y esperar.
- Dime Mat, ¿por dónde quieres que empecemos?
Llevaban tanto tiempo trabajando juntos, que no necesitaban muchas palabras para saber que es lo que cada uno quería del otro o lo que estaban pensando de los proyectos en los que estuvieran implicados.
-  Antes, quiero saber si estás bien.
-  Tranquilo, lo superaré. Todo es cuestión de tiempo. Si me embebo en el nuevo proyecto, mi cabeza no admitirá debilidades.
Hacía un mes que Frank había perdido a su querida esposa Nancy en un accidente de aviación. Durante ese tiempo no acudió a su despacho de coordinador jefe del equipo de producción. Él, que llevaba años al frente del diseño de juegos de la multinacional Lent, resultaba imprescindible para su empresa, líder en el sector. El día siguiente al accidente había recibido un escueto mensaje del director general: Algo nuevo, un nuevo ser.
Frank comprendió con ese mínimo comunicado lo que El Ser Supremo, el Desconocido, el Nuncavisto, el dueño del mayor entramado de empresas de ocio tecnológico del planeta, quería. Quería, según su intuitiva apreciación, que, con la tecnología de última generación pusieran a disposición del cliente, el juego definitivo, aquel que les convirtiera en lo que cada cual quisiera ser, pero de forma real. Ya estaba bien de jueguecitos de guerra o de rol o de estrategia, en los que después de unas cuantas horas o días de intensa pelea con los mandos, se acabara la misión y ya está. Ahora hacía falta otro reto, otro objetivo.
Mat, con sus chipeantes ojos azules, tras los redondos cristales de sus gafas, y apartándose el rubio mechón de su frente, miraba a su compañero-jefe con una expresión equidistante entre la pena, solidaria con su dolor y la alegría, al tenerlo a su lado y empezar con un nuevo proyecto.
Frank seguía mirando fijamente los barcos que se deslizaban silenciosos entrando y saliendo del puerto. Presentaba un perfil de hombre maduro, nariz recta, barbilla bien perfilada, frente despejada. Diríase que correspondía a un busto de emperador romano, de belleza clásica y solitaria. Ahora con un rictus de dolor que ensombrecía nuevas y profundas arrugas.
-  He hablado con él, Mat y quiere que trabajemos sobre un nuevo concepto, donde la aventura consista en que el jugador, al final del proceso, que debe de ser largo y complicado, se transforme en un SER con poderes inimaginables, incluso fuera del ámbito virtual. Es decir, amigo, que la terminar el juego, se convierta en un dios real o algo similar.
-  Pero, ¿qué dice nuestro Señor de las Tinieblas, nuestro amado jefe, el Inconmensurable?. Sabe que eso es imposible.
-  Por eso lo quiere, precisamente. Recibí su misión el día siguiente al accidente y durante este mes he estado compaginando mi dolor y mi instinto, mi pena y mi creatividad, mi rabia por lo irreparable y mi motivación por el reto. Mi cabeza ha sido un horno...
-  Y, ¿por qué no contestabas a mis llamadas? Te habría ayudado, habría estado junto a ti.
-  No, Mat, esto era cosa mía. Ya me conoces.
-  Si, lo sé. Bueno, y ¿qué has pensado?
Durante ese tiempo, Frank ojeó todos los guiones de los juegos que su equipo había puesto en el mercado, siendo siempre los números unos en ventas y adaptaciones al cine. Releyó los indices de todas las mitologías de todos los pueblos de la Tierra. Las antiguas y las modernas, las clásicas y las más recientes, la literatura fantástica y la de ciencia ficción. Buscó en biblias y coranes, en filosofías y teologías, en historias y leyendas, en todo lo que hablara de los anhelos del ser humano por saber por qué, de dónde, hacía dónde, qué hacemos aquí, cuál es el destino. El bien, el mal.
Y, al tiempo, su estado emocional le sumergía en el océano de las lágrimas y las sombras, del desconsuelo y la desesperanza, en la búsqueda de una razón al desatino, de una motivo para seguir vivo. Él era un hombre fuerte, capaz de reponerse y actuar con valentía y criterio ante cualquier situación. Lo había demostrado con creces a lo largo de su vida. Sin embargo, la muerte de su esposa, había superado lo imaginable y estaba poniendo a prueba su estabilidad anímica. A pesar de todo, arriba Frank, se decía cada mañana. Y con ese mensaje anclado en su piel, se levantó aquella mañana de su vuelta al trabajo.
Devolvió la mirada a Mat y le mostró su blanca dentadura con una sonrisa sincera y acogedora.
-  He conseguido lo que quiere el Capitán General, Mat. Tengo casi terminado el último capítulo, el final del juego. Fue una idea genial que me vino en un sueño. Ya sabes como funciona esto. A veces el inconsciente ayuda en el proceso. Pero no quiero contártela aún. Quiero que trabajes sobre lo que hemos hablado. Hay que utilizar todo lo que tengamos para el aprendizaje con realidad virtual. Recuerda Matrix. Eso es lo que vamos a usar. Dale vueltas. Ah, y una buena historia. Ok?
-  De acuerdo, tormenta de ideas. Matrix. Ósmosis. Transferencia. Superación. Hasta el infinito y más allá, jefe. Eso es lo mío. Mañana nos vemos. Descansa Frank.
-  Mat salió del despacho con la frente despejada y su privilegiado cerebro de creativo de primera línea burbujeante de ideas, dispuesto como nunca a empeñar todo su yo en crear. Volvió a pensar como hablar de estas cosas con su pareja Lucy le ayudaba en su proceso. Incluso el relax que le producía el contacto con sus dos crías de corta edad, le ayudaba a relanzar sus capacidades.
Cuando Mat abandonó el despacho, Frank se volvió hacia su ordenador, observó su enorme pantalla curva translúcida, la encendió y abrió el archivo que, como una solitaria isla en el océano, flotaba fijo en el centro del escritorio, llamando su atención con un ligero movimiento palpitante. Lo señaló con su mirada y a una orden de su parpadeo, el contenido se desplegó por toda la superficie azul del cristal, inundando la sala con su espectral resplandor. Apartó el teclado. A ese nivel de juego que él ya había programado, el jugador no necesitaría ni teclado, ni joystick, ni input ninguno que no fuera su propio cerebro, su exclusiva mirada. Con ella ejecutaría las decisiones, o mejor dicho, la decisión final. Para entonces ya habría aprendido lo suficiente para decidir que iba a hacer en su última jugada. Pura lógica binaria, una disyuntiva. El Bien o el Mal.
Frank, como programador debería de orientar la salida del juego, haciendo creer al jugador que era el único que decidiría libremente que iba a pasar. Todo el poder para el Bien o todo el poder para el Mal. A partir de ahí quedará convertido en El Ser: Dios o Diablo. Recordó al Sublime Desconocido y algo le dijo que El estaba a sus espaldas, dirigiéndole.
Se apagaron todas las luces del edificio y se encendieron las del puerto. Sus reflejos en la ondulada superficie del negro mar, bailaban al compás del suave oleaje. En la última planta del edificio de cristal, Frank yacía muerto, con la cabeza apoyada en la mesa. La pantalla, negra y curva, reflejaba los rizos grises y brillantes de sus cabellos y emitía sin descanso un mensaje parpadeante.
-  Mala decisión, chico. Que pase el siguiente.