domingo, 29 de enero de 2017

Las llaves

Aprieto con el pulgar la parte móvil del mosquetón y, al mismo tiempo, desplazo mi mano hacia la espalda hasta que siento cerca de los dedos el contacto con una de las trabillas traseras de mi pantalón vaquero. No lo veo, pero estoy seguro de que está abierto. Lo engancho a la tira de tela y noto, tirando de él, que ha quedado prendido, seguro, para que el manojo de llaves que porta no se desenganche y se pierdan esos pequeños objetos metálicos que tanto valor tienen. Es mi modo de llevar las llaves con seguridad y siempre a mano. Es una forma antigua, nacida en el fondo de la infancia, cuando mi madre me otorgó la enorme responsabilidad de llevar colgadas de mis pantalones las llaves de la casa, la autonomía de acceso al lugar mágico donde residía la familia, el núcleo del poder y la vida. Aquella vida. Y las llaves había que defenderlas a muerte. Mi padre, siguiendo las instrucciones de mi madre, metió las tres llaves, grises y brillantes, en un anillo de acero, de esos que en realidad son una espiral de dos vueltas, y a su vez lo introdujo en el aro fijo del mosquetón, me las puso delante de la cara, haciéndolas sonar como la campanilla que yo, vestido de monaguillo, agitaba en la consagración y me dijo: como las pierdas, te mato. Joder, no estaba seguro de si mi padre hablaba en serio o era una exageración, pero jamás las perdí. Nunca las perdí, hasta el día que si las perdí. Y las he perdido tantas veces, he perdido tantas cosas, que si mi padre hubiera cumplido con su amenaza de entonces, yo llevaría muerto veinte veces, o más, que digo yo. Y, es que hay que joderse, lo que fastidia perder algunas cosas, como las llaves por ejemplo, o una cartera con todos los documentos, o una maleta en el aeropuerto, o los pasaportes en Gambia o yo que sé. Pero, a fin de cuentas, esas cosas las acabas recuperando o reemplazando por otras similares o sustituyéndolas en todo caso. Sin embargo, cuando pierdes aquel amigo que se marchó para siempre, el amor de tu vida que te dejó plantado en el baile, la abuela que te contaba las fantasías de su pueblo, tu padre que te organizó las llaves de casa, tu madre que creyó que eras capaz de no perderlas...esas personas nunca las vuelves a recuperar y entonces eres tú el que estás perdido.

viernes, 20 de enero de 2017

Una de romanos

Todos los domingos del curso escolar, a las cuatro de la tarde, Andrés y Antoñita, esperaban sentados en el poyo de granito que había a la puerta de su casa. Adela, su madre, les había peinado y puesto la ropa de fiesta para ir al cine. Los dos hermanos, obedientes, agarrados de la mano, no se moverían del sitio hasta que no llegasen a recogerles sus vecinas, Carmen y Luisa, mayores que ellos. Las dos se responsabilizarían de aquellos enanos de seis y nueve años y juntos irían a la sesión de las cinco. La película era gratis y la echaban en el salón que la parroquia disponía para los fieles más pequeños. Sesión infantil con películas de romanos o, para ser más precisos, de cine religioso, donde los héroes y heroínas eran decapitados sin piedad por fornidos soldados sin alma o comidos por leones insaciables en la arena del circo. Barrabás, Espartaco, Demetrius, Androcles, Ben-Hur, la túnica sagrada, o, ya de puestos, Maciste el coloso, Poncio Pilatos, Rómulo y Remo, todos entrando y saliendo de las mismas catacumbas y del mismo coliseo, vestidos con túnicas o minifalda, algunos con su reloj y todo, listos para morir junto a los animales del zoo, alzando sus pequeñas cruces de madera y sonriendo de forma angelical. Tras aquella sesión de épica de mártires cinematográficos, los hermanos volvían a casa en olor de santidad, convencidos de la necesidad de entregar cuerpo y alma por la defensa de la santa fe. Durante la semana, al volver del colegio, instalaban un improvisado altar en el pasillo de la casa, en el que Andrés, jovencísimo sacerdote de inquebrantable vocación, oficiaba sus misas, con gestos y maneras dignas del arzobispo al que aspiraba llegar a ser de mayor. Antoñita asistía, abobada y arrobada, como única feligresa de fe incorruptible y dispuesta al sacrificio con tal de salvar su alma y la de toda la cristiandad. Al finalizar la ceremonia ambos salían al patio, se tomaban de la mano y arrodillados mirando al cielo, esperaban que algún tigre o un gladiador pagano les hiciera el favor de liberarles del cuerpo pecador y les uniera a dios en el reino de los cielos.
- ¡A merendar!, les gritaba Adela, sacándoles de su éxtasis. Se comían sus bocadillos, no sin antes dejar una parte para los niños pobres del mundo.
- Anda, comeos eso, que nosotros también somos pobres.
- Si, mamá, pero tenemos casa.
Tras la cena, Ángel, el padre, fervoroso practicante de los ritos religiosos, disponía a la familia para el rezo del santo rosario. Adela seguía con los labios las oraciones, mientras repasaba la ropa de los miembros de su familia. Los niños, sentados y con las manos juntitas. Después a dormir. El padre entraba en la habitación de los niños y les recordaba sus oraciones previas al sueño: Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan. Ángel de la guardia (como tú, papá), dulce compañía, no me dejes solo ni de noche ni de día. Un ave maría, el gloria y la señal de la cruz. El beso paterno. Tras él entraba la madre para arroparles y hablar con Antoñita, solo un poco y muy bajito, para que no se despertara su hermano.
- Mamá, dice Andrés que me tiene que tocar por dentro porque es sacerdote y lo puede hacer porque es como si me tocara dios.
- ¿Qué?
- Si, quiere hacer lo que el padre Lucas le hace a él cuando estamos en el cine.
- ¿Cómo dices?
- Si, que le hace cosquillas por todo el cuerpo mientras estamos viendo las películas.
- ¿Y tu hermano se deja?
- Bueno, es el cura, es como si le tocara dios, ¿no?
- No hija, los curas no tienen que tocar a los niños ni a las niñas.
Le dio un beso en la frente y salió del dormitorio, cerrando suavemente la puerta tras ella.
- Ángel, ¿me estás escuchando? ¿has oído lo que me ha contado tu hija?
- Si, lo he oído. Y, ¿qué quieres que haga, que vaya y le pegue dos tiros? En todas las organizaciones hay garbanzos negros. También en la iglesia. Dios se lo demandará.
- Y, ¿ya está? ¿No vas a ir a decirle algo a ese cabrón? ¿Cómo tú, tan religioso, aceptas semejante infamia?. Y con tus hijos. Son niños. Cómo se entere mi padre, va a matarlo.
- Si, tu padre ya se pasó unos cuantos años en la cárcel por comunista. Algo sabrá de ello.
- ¡¡Ángel!!
- ¡Basta ya!. Los niños no vuelven a ese cine y sanseacabó el tema. ¿estamos?
Todo el barrio se enteró de por qué los niños de la Adela no volvieron al cine de la iglesia, pero nadie hizo nada. ¿Quién les iba a creer? o, peor aún, podrían ser ellos los que sufrieran las consecuencias por su atrevimiento. Eso si, todos avisaron a sus hijos de que su cuerpo, ni dios podría tocarlo. Y Adela no volvió a dejar que los niños jugaran a películas de romanos.
Una tarde entró Andrés como un ciclón con su balón en la mano.
- ¡Mama, mamá! ha venido un cura nuevo a la parroquia que va a formar un equipo de fútbol. ¿Me puedo apuntar?



miércoles, 18 de enero de 2017

Cinco monedas

En la vasija de barro que Elena escondía en el fondo del armario de su dormitorio, guardaba las cinco monedas de oro que le entregó la abuela en su lecho de muerte. Ella había sido la única nieta que atendió a la vieja en sus últimos días y la que hizo posible que el resto de la escasa familia se liberara de tan pesada carga. Nadie acudió a su entierro, nadie demandó nada de los bienes de que disponía, nadie volvió a querer volver a aquella casa del pueblo, nadie, en definitiva, quería remover en su memoria el odio que la abuela había generado en todos aquellos a los que trató. RIP y sanseacabó para todos.
Nadie, salvo Elena. Hija única de la única hija de su abuela; única hija, a su vez, del cacique más odiado de Remorhondo, conservaba la estirpe de esas mujeres fuertes, resueltas, independientes y solitarias, que saben que su papel en la vida es ofrecer amargura a cambio de obtener obediencia, sumisión y buenos rendimientos de la herencia recibida. Casadas por conveniencia, negadas para el amor, madres de una sola hija, depositarias del legado gris de la amargura, jóvenes viudas enlutadas para siempre.
En el entierro el silencioso enterrador fue el único que con un movimiento de cabeza dio el pésame a Elena, a cambio de un billete de 20 €. Ella se quedó mirando la recién sellada tumba en cuya lápida había grabadas tres palabras: Familia López Mencía. Musitó algo entre dientes y se dio la vuelta, volviendo a casa en su coche, el único que acompañó al coche fúnebre.


El Ser

Mat tenía plena libertad para acceder al diáfano estudio de Frank. A pesar de ello sabía que si Frank estaba de espaldas a la puerta, mirando hacía la bahía, debería entrar sin hacer ruido, acercarse despacio, ponerse a su lado y esperar.
- Dime Mat, ¿por dónde quieres que empecemos?
Llevaban tanto tiempo trabajando juntos, que no necesitaban muchas palabras para saber que es lo que cada uno quería del otro o lo que estaban pensando de los proyectos en los que estuvieran implicados.
-  Antes, quiero saber si estás bien.
-  Tranquilo, lo superaré. Todo es cuestión de tiempo. Si me embebo en el nuevo proyecto, mi cabeza no admitirá debilidades.
Hacía un mes que Frank había perdido a su querida esposa Nancy en un accidente de aviación. Durante ese tiempo no acudió a su despacho de coordinador jefe del equipo de producción. Él, que llevaba años al frente del diseño de juegos de la multinacional Lent, resultaba imprescindible para su empresa, líder en el sector. El día siguiente al accidente había recibido un escueto mensaje del director general: Algo nuevo, un nuevo ser.
Frank comprendió con ese mínimo comunicado lo que El Ser Supremo, el Desconocido, el Nuncavisto, el dueño del mayor entramado de empresas de ocio tecnológico del planeta, quería. Quería, según su intuitiva apreciación, que, con la tecnología de última generación pusieran a disposición del cliente, el juego definitivo, aquel que les convirtiera en lo que cada cual quisiera ser, pero de forma real. Ya estaba bien de jueguecitos de guerra o de rol o de estrategia, en los que después de unas cuantas horas o días de intensa pelea con los mandos, se acabara la misión y ya está. Ahora hacía falta otro reto, otro objetivo.
Mat, con sus chipeantes ojos azules, tras los redondos cristales de sus gafas, y apartándose el rubio mechón de su frente, miraba a su compañero-jefe con una expresión equidistante entre la pena, solidaria con su dolor y la alegría, al tenerlo a su lado y empezar con un nuevo proyecto.
Frank seguía mirando fijamente los barcos que se deslizaban silenciosos entrando y saliendo del puerto. Presentaba un perfil de hombre maduro, nariz recta, barbilla bien perfilada, frente despejada. Diríase que correspondía a un busto de emperador romano, de belleza clásica y solitaria. Ahora con un rictus de dolor que ensombrecía nuevas y profundas arrugas.
-  He hablado con él, Mat y quiere que trabajemos sobre un nuevo concepto, donde la aventura consista en que el jugador, al final del proceso, que debe de ser largo y complicado, se transforme en un SER con poderes inimaginables, incluso fuera del ámbito virtual. Es decir, amigo, que la terminar el juego, se convierta en un dios real o algo similar.
-  Pero, ¿qué dice nuestro Señor de las Tinieblas, nuestro amado jefe, el Inconmensurable?. Sabe que eso es imposible.
-  Por eso lo quiere, precisamente. Recibí su misión el día siguiente al accidente y durante este mes he estado compaginando mi dolor y mi instinto, mi pena y mi creatividad, mi rabia por lo irreparable y mi motivación por el reto. Mi cabeza ha sido un horno...
-  Y, ¿por qué no contestabas a mis llamadas? Te habría ayudado, habría estado junto a ti.
-  No, Mat, esto era cosa mía. Ya me conoces.
-  Si, lo sé. Bueno, y ¿qué has pensado?
Durante ese tiempo, Frank ojeó todos los guiones de los juegos que su equipo había puesto en el mercado, siendo siempre los números unos en ventas y adaptaciones al cine. Releyó los indices de todas las mitologías de todos los pueblos de la Tierra. Las antiguas y las modernas, las clásicas y las más recientes, la literatura fantástica y la de ciencia ficción. Buscó en biblias y coranes, en filosofías y teologías, en historias y leyendas, en todo lo que hablara de los anhelos del ser humano por saber por qué, de dónde, hacía dónde, qué hacemos aquí, cuál es el destino. El bien, el mal.
Y, al tiempo, su estado emocional le sumergía en el océano de las lágrimas y las sombras, del desconsuelo y la desesperanza, en la búsqueda de una razón al desatino, de una motivo para seguir vivo. Él era un hombre fuerte, capaz de reponerse y actuar con valentía y criterio ante cualquier situación. Lo había demostrado con creces a lo largo de su vida. Sin embargo, la muerte de su esposa, había superado lo imaginable y estaba poniendo a prueba su estabilidad anímica. A pesar de todo, arriba Frank, se decía cada mañana. Y con ese mensaje anclado en su piel, se levantó aquella mañana de su vuelta al trabajo.
Devolvió la mirada a Mat y le mostró su blanca dentadura con una sonrisa sincera y acogedora.
-  He conseguido lo que quiere el Capitán General, Mat. Tengo casi terminado el último capítulo, el final del juego. Fue una idea genial que me vino en un sueño. Ya sabes como funciona esto. A veces el inconsciente ayuda en el proceso. Pero no quiero contártela aún. Quiero que trabajes sobre lo que hemos hablado. Hay que utilizar todo lo que tengamos para el aprendizaje con realidad virtual. Recuerda Matrix. Eso es lo que vamos a usar. Dale vueltas. Ah, y una buena historia. Ok?
-  De acuerdo, tormenta de ideas. Matrix. Ósmosis. Transferencia. Superación. Hasta el infinito y más allá, jefe. Eso es lo mío. Mañana nos vemos. Descansa Frank.
-  Mat salió del despacho con la frente despejada y su privilegiado cerebro de creativo de primera línea burbujeante de ideas, dispuesto como nunca a empeñar todo su yo en crear. Volvió a pensar como hablar de estas cosas con su pareja Lucy le ayudaba en su proceso. Incluso el relax que le producía el contacto con sus dos crías de corta edad, le ayudaba a relanzar sus capacidades.
Cuando Mat abandonó el despacho, Frank se volvió hacia su ordenador, observó su enorme pantalla curva translúcida, la encendió y abrió el archivo que, como una solitaria isla en el océano, flotaba fijo en el centro del escritorio, llamando su atención con un ligero movimiento palpitante. Lo señaló con su mirada y a una orden de su parpadeo, el contenido se desplegó por toda la superficie azul del cristal, inundando la sala con su espectral resplandor. Apartó el teclado. A ese nivel de juego que él ya había programado, el jugador no necesitaría ni teclado, ni joystick, ni input ninguno que no fuera su propio cerebro, su exclusiva mirada. Con ella ejecutaría las decisiones, o mejor dicho, la decisión final. Para entonces ya habría aprendido lo suficiente para decidir que iba a hacer en su última jugada. Pura lógica binaria, una disyuntiva. El Bien o el Mal.
Frank, como programador debería de orientar la salida del juego, haciendo creer al jugador que era el único que decidiría libremente que iba a pasar. Todo el poder para el Bien o todo el poder para el Mal. A partir de ahí quedará convertido en El Ser: Dios o Diablo. Recordó al Sublime Desconocido y algo le dijo que El estaba a sus espaldas, dirigiéndole.
Se apagaron todas las luces del edificio y se encendieron las del puerto. Sus reflejos en la ondulada superficie del negro mar, bailaban al compás del suave oleaje. En la última planta del edificio de cristal, Frank yacía muerto, con la cabeza apoyada en la mesa. La pantalla, negra y curva, reflejaba los rizos grises y brillantes de sus cabellos y emitía sin descanso un mensaje parpadeante.
-  Mala decisión, chico. Que pase el siguiente.








jueves, 12 de enero de 2017

La silla vacía

Quedaba una silla vacía. Un asiento desocupado para el mejor postor. Aquel que manifestara mayor empeño para hacerse con el puesto, tendría el privilegio de acceder a una experiencia única, exclusiva, inenarrable. Un solo lugar para aquellas personas dispuestas a ofrecer todo lo que son, con tal de acceder a realizar ese viaje que todo el mundo merece. Pero una sola silla es tan poco para tan alta demanda, que la competencia se volvía feroz, la lucha descarnada, el ansia tal, que todos los que participaban en la disputa por ese sitio, morían en el intento. Y de esa forma, conseguían su premio. Ya tenían su poltrona para el último traslado.

Atención, siempre quedará otra silla vacía para el siguiente interesado. La vida le va en ello.

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Quedaba una silla vacía. Una sola silla vacía en medio de aquel triste solar. Las demás se las habían llevado los asistentes al finalizar la representación. Eran suyas. Los vecinos las habían traído de sus casas, para asistir al espectáculo de calle que la pareja de comediantes ofrecieron de forma gratuita. A su término, los artistas recogieron su improvisado escenario, la humilde tramoya, los instrumentos, el poco dinero que obtuvieron en el barrio y un perro cariñoso que se les unió. Marcharon con su carreta cargada hasta los topes y dejaron aquella silla vacía en medio de la nada.

Al día siguiente, Marta la recogió. No había llegado a ocuparla. Se pasó la noche buscando a su perro.  


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domótica lacertiniana

Hola cariño: espero que hayas descansado adecuadamente esta noche, porque hoy nos espera un día agotador. Por lo pronto abre el visor y busca Cosmocronicle, que me vas a leer un par de esas delirantes crónicas que vienen desde el otro extremo del Grupo Local. Tengo ganas de reírme un rato. Gracias. Ponte cómoda.
Vamos a comenzar por este que tiene pinta de un tanto intelectual. No sé si tu cerebro podrá procesar este amasijo de términos indescifrables, pero lo intentarás. ¿De acuerdo? En todo caso no te preocupes, ya sé que lo tuyo no es el sentido del humor.
Hoy te noto algo triste, o quizá con ganas de pelea, no sé muy bien. Relaja esos circuitos que aún tienes mucho trabajo por delante. Y si no, ya sabes lo que hay…
Venga, empieza.
Una luz se acerca.
Si estuvieras en mi lugar, quizá entenderías algo de lo que está ocurriendo aquí. Pero nadie entiende a nadie, porque nadie se pone en el lugar de nadie. Es imposible.
En muchas circunstancias las máquinas no nos sirven, porque están construidas para el servicio del Otro y sus limitaciones son patentes. Tienen su arquitectura interior diseñada para eliminar cualquier posición individual y son capaces de detectar y eliminar las ondas que no le son afines. Por otra parte, cuando sientes que ha llegado el momento de libertad en el que no estás sujeto a ellas, tu mente se expande hacia los horizontes de las fronteras superiores, buscando el descanso y la relajación y entonces, tampoco es posible llegar al centro de los demás y poder entablar la comunicación deseada. Es un círculo de intento/fracaso que no termina nunca. Una espiral que se cierra sobre sí misma y no nos permite salir a respirar los sentimientos que los demás puedan tener hacia ti o hacia las circunstancias que nos atrapan y no nos dejan vivir centrados en el Yo.
¿Por qué entonces se nos está permanentemente insistiendo en que debemos tender a desenvolvernos en el aura de los deseos, las emociones y los presentimientos, cuando tengo la sensación de que todo, todo lo que somos, está predicho y condicionado por el destino que para todos nosotros ha previsto el Otro?
Hace milenios que las palabras dejaron de tener sentido y en aquel entonces, los que así mismo se llamaban humanos, pensaban que la comunicación ideal era la que pudiera conectar una mente a otra, eliminando la confusión que generaban las palabras, inútiles porciones de materia cósmica, que no servían más que para alimentar el ego de los poetas de aquellas generaciones. Han pasado eones desde entonces y algunos de aquellos visionarios han quedado desfasados con nuestros logros, pero seguimos indagando en el más allá de todo, de la materia y de la antimateria, de la construcción de los universos superpuestos y de la eficiencia de la visión de la nada. Sin embargo, el Yo y el Otro siguen enfrentados en la misma lucha de poder, una constante en toda la historia, aunque ahora es mucho menos física, es más sutil, pero igual de venenosa.
En el transcurrir de las eras, los humanos dejaron un rastro de su civilización, que solo sirvió para que las generaciones posteriores no cometieran los mismos errores y terminaran como ellos, comiéndose sus propios deshechos, toda aquella basura ingente que no fueron capaces de deglutir y transformar.
Hoy esa basura física ha sido reducida a su mínima expresión molecular y reciclada como combustible solar, pero, a pesar de los milenios, aquellos humanos dejaron la huella indeleble de sus miedos y sus egoísmos. Eso, amigo mío, no lo hemos conseguido superar.
El Otro lo ha asimilado todo y, sin embargo, ha sido incapaz de eliminar esa tendencia suicida del Yo supremo que nos acaba gobernando y destruyendo a todos.
No estás de acuerdo, lo sé y sé también que no quieres que siga utilizando nuestras inteligencias para penetrar en ese conglomerado absurdo de conectores filosóficos adheridos a la protohistoria, a los que recurro de vez en cuando para evitar mi dolor. Lo siento, pero no puedo evitarlo, es más, creo que forma parte de nuestra constitución y nunca la podremos evitar. Yo soy una prueba de ello.
Tenemos conquistadas muchas respuestas, que para sí quisieran haber tenido los humanos del siglo 21, por ponerte un ejemplo, incapaces de comprender nada del funcionamiento ni del origen de nuestros universos y nuestras proyecciones tempo-espaciales. Ni que decir tiene que no entenderían como hemos llegado a recomponer todo lo que poseemos con materiales y energías tan sencillas y tan al alcance de todos. Ni en su mejor sueño creerían en la tecnología de la que disfrutamos de forma gratuita, ellos que amaban el negocio y el dinero por encima de todo. Pero, a pesar de todo ello, nos falta el acceso a la fuente de donde dimana el Otro. Seguimos faltos de la comunicación total que libere el poder oculto de los elementos mínimos que nos conforman como Yoes integrados en el Ámbar Del Caos. Ese poder solo lo tiene el Otro, que no cesa, desde su permanente y absoluto control de la red de conectores, en hacernos sentir dueños de nuestra participación en el Ámbar, ese magma en el que fluimos y compartimos las esencias liberadas de materia y que nos hace tan poderosos. Si, poderosos, pero hasta ese punto. Solo podemos lo que el Otro quiere que podamos y, me da la impresión de que ese enigma de que el Otro somos la conjunción de todos los Yoes, aún no soy capaz de verlo claro.
Mis dudas solo afloran cuando estoy fuera del Ámbar. Y eso sucede a costa de un inmenso gasto de energía que el Otro me impide usar. Y, por ello, me evita comprender. Comprender aún más, pues siento que fuera del Ámbar, al abrigo de mí solo Yo y lejos de la presencia absoluta del Otro, hay algo más.
¡No me digas que es imposible! ¡Siempre ha habido algo más!
Te voy a contar algo que sucedió en el último estado de búsqueda en el que participé:
Una patrulla de inducción anímica, de solo quince componentes, en la que estaba incluido sin haberlo solicitado, salió por enésima vez en busca del Objeto y solo regresé yo. No sirvieron de nada los nuevos equipos de defensa y supervivencia con los que fuimos aprovisionados en el laboratorio. Ni siquiera el Otro con su presencia en los niveles profundos es capaz de transmitir energía y poder suficiente para sobrevivir ante el poderío del Objeto.
Y tú sabes, que esto sucede con mucha frecuencia, con demasiada, diría yo. ¿Entiendes por qué? Creo que el Otro, nos ofrece el señuelo de la búsqueda del Objeto para tenernos en alerta, entrenados y dispuestos para la lucha. Esa es la única función que cumple en este extremo del universo en el que ahora nos encontramos. De esta forma, cuando quiere deshacerse de alguno de nosotros, por muy variadas razones, nos sitúa en primera línea de fuego y nos deja perder energía hasta la desaparición total. De esta forma, renueva la flota de guerreros y de naves para dar trabajo a las nuevas generaciones y de paso elimina aquellos de nosotros que hemos llegado al estado de consciencia en el que yo me encuentro. La comprensión es el momento de la desaparición. El estado último de nuestro desarrollo como seres de inteligencia es el paso a otro nivel de energía, útil para los siguientes, pero mortal veneno para nosotros. Esa es la conclusión, querido amigo.
El episodio de esta estúpida existencia que en el último momento comprendes, es la batalla en la que participé. Te pongo en antecedentes a sabiendas de que no podrás hacer nada para evitarlo, pero, al menos, ya vas preparado y, quizá, puedas encontrar una secuencia nueva para dar un salto cuántico que te lleve a superar al Otro y alcanzar el Objeto por nosotros mismos, sin luchas ni desapariciones absurdas.
El combate que tuvimos fue brutal. Mis compañeros se iban deshaciendo en mitrones y esos pequeños cuantos de energía bipolar, pasaban a circular entre los que íbamos quedando formando una sopa de partículas que no éramos capaces de recomponer. Por mucho que en el centro energético pusiéramos toda nuestra capacidad de adaptación, no podíamos superar el envite del Objeto. Él iba cambiando de estructura y no disponíamos de ningún arma ni estrategia para paliar el daño que esos cambios nos estaban haciendo. Es lo mismo que hemos oído relatar a alguno de los pocos que han vuelto de hechos similares.
 “Ahora calla y escucha: Todo lo que me cuentas pertenece al pasado. Lo que te sucedió es que participaste en una batalla contra ti mismo, unido a otros quince clones iguales a ti y saliste liberado por tus propios medios, pero no haces más que quejarte del Otro y del Objeto al que inútilmente te envía en su búsqueda. Ahora verás que todo lo que no comprendes es mucho más sencillo de lo que te piensas.
Mi Yo pertenece a la siguiente generación y he decirte que lo que tratas de explicarme ya está codificado en mi estructura y no sirve de nada todo lo que me cuentas. Tú eres pasado, pero tienes derecho a saber, porque es mi responsabilidad decírtelo, que el Otro eres tú mismo y que el Objeto es la búsqueda incesante del sentido de tu esencia. Esa infinita guerra del Yo contra el Otro, al que no entiendes, es lo que te ha dado energía, forma y tiempo. Si no hubieras tenido el objetivo de la búsqueda del Objeto, en la pelea constante contigo mismo, no habrías tenido la posibilidad de ser. En eso consiste la existencia en este nivel del Ámbar del Caos del que vas a salir en cuanto termine esta comunicación.
Ahora tengo que desintegrarte y enviarte a otra dimensión donde no tendrás la conciencia de lo que has sido y pasarás a convertirte en otro ser con otra estructura, otros objetivos y otras formas de comprensión.
Lo último que verás será una luz que se acerca”
(Desde el planeta 16.17 HSC, del Grupo Local, para Cosmocronicle, Louise Cram)
Uf, lo que te dije. No era tan fácil, ni siquiera para mí que tengo el cerebro preparado para este tipo de cuentos un tanto absurdos y negativos, aunque no le falta un poco de razón a la escritora esta, que nos viene a plantear el eterno dilema del más allá, la reencarnación, y el asunto de un ser supremo. En fin, creo que está muy visto. ¿Tienes alguna opinión al respecto? Ya, comprendo tu posición. Es algo que ni te va ni te viene, a fin de cuentas los robots con un procesador como el tuyo solo estáis diseñados para funciones exclusivamente biológicas. No te preocupes, para eso tengo a DOM 37, pero está en revisión. Ya lo hablaré con él cuando llegue.
Bueno, continúa. Y esmérate en la lectura, te está fallando la voz y estás cometiendo muchos errores. Tienes carga suficiente para tres días y no debería pasarte esto.


Domótica lacertiliana.
Si así de repente, escribo la palabra casa, mis lectores inmediatamente irán a su registro mental donde encontrarán la palabra casa y comenzarán a ver. A ver, ¿qué? Puede que la casa en la que en ese momento estén alojados, la casa en la que nacieron, la casa de sus sueños, la casa que vieron en una película o en un anuncio, en fin, no sé qué casa se imaginarán o evocarán en el momento de leer la palabra y que esta estimule sus neuronas en una dirección determinada. Por tanto, si yo quiero que visualicen una casa concreta, he de proceder a una detallada descripción de los elementos indispensables que hagan posible que ellos, con sus personales aportaciones, la vean, la sientan, la incorporen a su imaginario y se paseen por ella junto a todo lo que aparezca o se mueva en su interior, sea  vivo o inerte.
Bien, esto que acabo de deletrear ahí arriba no es más que una obviedad indispensable para cualquiera que tenga el oficio de escribir o, como yo, no sea más un triste aficionado, como dice la canción.
Sin embargo, en el caso que me ocupa ahora, no me queda más remedio que acudir en ayuda de los préstamos que puedan hacer los lectores, para que poniendo todo de su parte se imaginen una casa muy grande, en forma de melón, toda acristalada, girando lentamente, orientándose siempre hacia la mejor posición con relación al cuarto sol, cubierta por una suave película plástica que durante la noche la aísla del frío o de la luminosidad extrema por el día, controlada por un ordenador central que lleva el orden y la dirección de todo cuanto sucede en su interior, desde la temperatura hasta las peticiones automáticas de los consumibles de sus habitantes. De nuevo el lector tiene que poner de su parte y pensar con todas sus fuerzas en esas prospecciones sobre la domótica y sus avances, para imaginar una parte de lo que en esa se dispone, imaginarla sin muebles, dado que estos son sustituidos por presencias virtuales cuando son necesarios. Dispone de un mecanismo que es todo un lujo de automatización. Su centro de operaciones es el cerebro de sus habitantes –por si no lo saben, lacertiniano, viene de lagarto, en latín. Son ellos los únicos que emiten órdenes en forma de ondas cerebrales que transmiten hasta una especie de pecera de cristal translúcido en forma de toro –no el animal, ya sabéis una especie de donuts- en cuyo interior fluye un plasma azul, luminoso y en permanente movimiento. Ese objeto, no más grande que una cazuela de tamaño medio, es el hábitat de unos individuos, por llamarlos de alguna forma, que ejecutan las órdenes que reciben de los habitantes de la casa, y realizan perfectamente todos los automatismos y trabajos que les son encomendados.
Me voy a detener en la descripción de esos animalillos, esos peces, que viven flotando en el azul del plasma. Podrían ser similares a estrellas de mar con muchos brazos, que modifican su forma como si fueran de un material elástico, podrían ser parecidos a pequeños pulpos, o medusas o neuronas estrelladas o si me apuráis como esos juguetitos de goma en forma de esferas con picos, que se le dan a los bebés o a los perros para que los mordisqueen. En fin, ya se pueden hacer una idea aproximada. Pues eso. Ahí están tan tranquilitos nadando y retozando en su líquido amniótico, cuando de repente reciben una orden que llega desde unas coordenadas determinadas, con una frecuencia determinada, en un tiempo determinado y que se corresponde con uno de los habitantes de la casa. En su privilegiado cerebro y con su increíble constitución, procesan esa orden y la ejecutan, haciendo posibles los hechos que venían asociados como datos en la onda eléctrica procedente del cerebro en cuestión. En ese momento, uno de esos especímenes, abandona su pecera a través de una abertura virtual que él mismo hace y al salir al exterior, se convierte, se transforma, en una lavadora, pongamos por caso, si es que el habitante ha decidido cambiar su ropa sucia. El lagarto grande ha estado trotando sobre la cinta virtual que acaba de recoger otro de los peces que ya regresa a su pecera, feliz por el trabajo cumplido. Si el lagarto considera que previamente debe lavar su lustrosa piel de lagarto, seguro que tenemos a otro pez dispuesto a ejecutar con mimo esa tarea. Ahora mismo estoy viendo sus caras de extrañeza porque sin previo aviso, he escrito dos veces la palabra lagarto. Es preferible que de esto no se enteren los protagonistas de este reportaje porque no les gusta el término, así que les ruego total discreción.
Lagarto es una forma un tanto despectiva de nombrar a esos entes que partiendo de su morfología inicial de dinosaurio, llegaron, a través de una laboriosa evolución a una posición predominante en el universo, que para si quisiéramos nosotros los humanos. Nosotros, para qué engañarnos, estamos a cien millones de años luz de estas maravillosas formas en cuanto a tecnología, creatividad, inteligencia y sentido cívico se refiere. Pero a mí, como representante de la especie a la que pertenezco, me da tanta envidia al ver a lo que han llegado, que no puedo por menos de odiarlos, o sea, ese sentimiento tan humano. Y entre ellos, me siento muy mal, pero no que queda más remedio que intentar adaptarme.
Suelen estar constituidos por una familia, digamos normal, en la que existe la presencia de los dos sexos, hay descendientes y ascendientes. Todos viven en armonía y en las viviendas entran y salen todos los habitantes de este lado del tiempo, sin ninguna cortapisa, de tal modo que no se da el sentido de la propiedad tan enfermizo que tenemos entre los humanos. Es decir, eso de mi casa, mi mujer o mi marido, mis hijos, etc. sencillamente no existe. La propiedad ha desaparecido, puesto que cualquier individuo tiene acceso a lo mismo que los demás. Igualdad total, armonía total, una utopía como ustedes dicen a ese otro lado. No es este el momento ni el lugar de hacer una amplia exposición de todo lo que son los lagartos. Ya habrá otras crónicas donde se lo vaya contando. Solo decirles que para la Tierra quisiéramos esta vida de la que disfrutan estas lagartijas de dos patas.
Se preguntarán ahora, qué hago yo con ellos. Qué pinta un humano tan atrasado en este universo de lagartos. De cómo he llegado aquí, ni idea. De cómo es mi cuerpo, ni idea, de cómo hago para sobrevivir, ni idea. Es decir, no tengo conciencia de mí mismo, salvo en pensarme como humano. Solo sé que vivo en una especie de recipiente en forma de toro –no el animal, ya saben es una especie de donut- en un fluido azul muy agradable, donde tengo resueltas todas mis necesidades vitales y las tendré hasta el fin de los tiempos, que al parecer no se dará jamás. De vez en cuando, recibo una orden en mi elemental cerebro que me obliga a escribir estas crónicas o cosas parecidas y las tengo que hacer llegar a otro cerebro similar al mío que resida en el planeta Tierra. O sea, ustedes. Y me sirvo de un escritor de medio pelo, como este que está transcribiendo mis palabras, para enviar el mensaje desde el fondo de la constelación siete, para que nos entendamos, aunque este punto es más complicado de lo que parece.
Ah, se me olvidaba. Me comunican que les transmita que si alguna vez le arrancan el rabo a una lagartija, sepan que lo pagarán muy caro. Son sus más lejanísimos antepasados y para ellos representan algo así como los dioses en las religiones terráqueas. Avisados quedan.
Saludos desde el plácido confort de mi vasija.

(Desde el planeta 28/850 TARD, del Grupo Extremo Constelación 7, para Cosmocronicle, de Alcar Caral)

Bueno, bueno, lo que me he podido reír. Este bihumano, se ha pasado tres pueblos con su apreciación sobre nosotros. Los lagartos lo han recreado un tanto tópico y ridículo, anticuado diría yo, pero en fin, sirve para pasar un rato. Lo que sí es asombroso, si lo que cuenta es cierto, es el grado de desarrollo domótico que tienen los lagartos. Ya quisiera yo disponer de tanta tecnología y tan barata. Y sobre todo, adaptable a las puras necesidades y los deseos directos brotando desde el cerebro. Queda tan lejos ese planeta que la importación de semejante artilugio resultaría carísima. Hablaré con Dirección. Ya veremos.
Basta por ahora. Cierra el visor. Toca masaje. Pon música de Brahms, me siento antiguo. Dispón temperatura 6, humedad 5 y luminosidad 2. Ahora, ¡vamos! Qué ocurre, ¿te falta batería? RAT1. ¡espabila! A ver, comunica con taller y que vengan a por ti, esto no me gusta. ¡Muévete, vamos! Me temo un fallo sistémico total en poco tiempo. De acuerdo, voy a desconectarte.
“No lo hagas, te va la vida en ello. Programación no permite leer tanto tiempo. Saturados mis circuitos. Lo absurdo no admisible en proyecto. Déjame descansar y ve a dar paseo. Al volver todo en orden”.