domingo, 18 de diciembre de 2016

El árbol hueco 1

“El árbol como axis mundi o eje del mundo en muchas culturas es considerado como el punto de unión entre el cielo y la tierra, sus tres partes – las raíces, el tronco y las ramas – simbolizarían los tres niveles del mundo: el infierno, la tierra y el cielo, respectivamente. Puesto que el niño se encuentra en las ramas, en el nivel metafórico, esto equivale con su ascensión al cielo”
Tres árboles gigantescos. Sus solemnes corpachones se elevaban, dos veces más altos, por encima de las casas de planta baja desparramadas en hilera a lo largo de la avenida. Su empedrado de guijarros descarnados se abría de vez en cuando con baches arenosos, o llenos de agua sucia los días de lluvia. Obesos sus troncos, abiertos en canal, corroída su carne de madera por el orín, seguían vivos a pesar del tiempo y los maltratos. Sombreaban el paso de los escasos coches o el camión de la carbonería. Más viejas sus raíces que todos los abuelos juntos del asilo de San Rafael que, sentados en sus tajuelas a lo largo de la verja del recinto, esperaban indolentes la hora de la merienda, por no tener otra cosa que hacer. Sus ramas, repletas de hojas de dos tonos verdes, recubiertas de un fino vello blanquecino, formaban un toldo compacto y regalaban en verano su refrescante círculo de sombra a los caminantes.
El imponente porte del trío, se divisaba desde el comienzo de la avenida, allá en la lejana glorieta de Cuatro Caminos, tan distante como la propia ciudad que daba sus espaldas al barrio, en la frontera del campo y el abandono, sujetos sus vecinos a normas propias y sobreviviendo con sus escasos recursos.
Aquellos tres  hermosos ejemplares de olmas sirvieron durante muchos años a generaciones de chicos como casa abierta a todos, refugio contra brujas y enemigos varios, castillo medieval de caballeros pobres, recinto amurallado cubierto por el verde de sus hojas, barco pirata en tierra de secano, fuerte tomado por indios y vaqueros , cazadero de gorriones con escopetas de aire comprimido, cueva en altura, choza de Tarzán sin Chita ni Jane, cuartel de francotiradores de tirachinas, fumadero de los primeros cigarrillos, atalaya para insultar a los viandantes , torre vigía, nido de ametralladoras para disparar  piedras a los perros callejeros, confesonario de delitos menores, merendero de pan con chocolate, escuela de mentiras y de sexo falaz, caza alemán sin motor ni hélices, posesión que defender de la invasión de intrusos de otras calles y otros barrios, frontera en guerras entre bandas rivales… Lo eran todo: el infierno, la tierra, el cielo.
Un microcosmos donde hormigas de negra cabezota, orugas rayadas y glotonas, gorriones pacíficos, palomas orondas de basura, urracas ruidosas y gatos agresivos convivían en paz, mientras los buenos niños del barrio, tras las persianas que oscurecían sus casas, dormían la siesta. No había nidos, no era posible.
El hueco de sus troncos y sus gruesas ramas, solo se vaciaban de muchachos, sentados a horcajadas, durante el tiempo de la escuela. A veces ni eso, invadidas por los novilleros de las repudiadas clases.
Lugar de encuentro para gritos y saltos, carreras y rodillas con costras renegridas, referencia absoluta de toda la chiquillería del barrio, sus genuinos dueños, testigos o protagonistas, de todo lo que acontecía dentro o fuera de su ámbito de influencia.
-Te he dicho que te bajes de ahí ahora mismo y vengas a casa a merendar. Se lo voy a decir a tu padre.
-Ha dicho mama que vayas a casa de la abuela a llevarle la cesta
-¡¡mecagondios como suba te inflo a ostias, mierda de muchacho. Que mascupío el so cabrón!!
-¡Os vais a caer y os partiréis una pierna!
-¿Está con vosotros mi hermano?
-Pero dejad los perros en paz, mira que sois malos.
-¿No tenías que estar en la escuela? Como se entere tu madre.
-No tienes huevos de bajar de ahí, porque te parto la cara.
-Vamos to el mundo abajo u os tiramos, ahora nos toca a nosotros. ¡Venga, coño!
-Os he visto fumar, os he visto fumar,…
Una tarde de agosto, tórrida y seca, se levantó un hosco viento que arrastraba el polvo de la carretera junto a una amalgama de papeles, hojas, prendas de ropa desprendidas de sus cuerdas, negro hollín de la carbonería, tapas de hojalata oxidada, cal de los escombros y polvo rojizo de ladrillos rotos.  El ciego y su perro, flacos y ajenos a todo, era incapaces de inmovilizar sus cuerpos ante la fuerza del vendaval y acabaron, a tientas, refugiados en la zapatería de Antonio. Un viento huracanado que presagiaba la belleza dramática de la tormenta, cercana ya, se abrió paso a empujones brutales. El cielo se cubrió de espesas nubes negras. Los rayos y sus inseparables truenos surgieron de ellas, convirtiendo el cielo en un escenario de endemoniadas amenazas. Comenzaron a caer gruesos goterones. Pronto, unidos, se transformaron en una espesa cortina de agua. Sus chorros impetuosos iban dejando el barrio sumido en el negror más espeso que se había visto. La calle se vació de gentes, de bichos, de vehículos y hasta de sus habituales basuras, que pasaron a ser caóticos giróvagos en el ventarrón tropical.
Santiaguito no sabía qué hacer. No fue capaz de bajar de la rama que tenía asignada en la olma abuela Maya, como él la llamaba. Su zapatón con gruesa suela de corcho, quedó enganchado en la horca que formaban las ramas más finas donde reposaban sus piernas, debilitadas por la polio. No pudo bajar tan rápido como hubiera querido. Ninguno de los compañeros de juego se quedó a ayudarle.
-Santiaguito, agárrate fuerte. No tengas miedo, que esto pasa en seguida. No tengas miedo, que es solo una tormenta, -le decía José Luis.
Los chicos que en ese momento gobernaban el bajel pirata, huyeron como alma que lleva el diablo, ante la cercanía del ser maligno que se acercaba a ellos para que pagaran por todos sus pecados. Todos se refugiaron como pudieron en los portales cercanos o corrieron despavoridos a sus casas. Todos, menos José Luis, que aguantó abrazado al tronco de la abuela Maya, como un valiente corsario sujeto al palo mayor, en plena marejada con olas de crestas montañosas. Esperó a Santiaguito, le animó con sus gritos para que se sujetara y no permitiera que el huracán y la lluvia le expulsaran de su barco.

Pero el monstruo era más fuerte que todos ellos juntos, más potente su brazo que el brazo de Maya soportando a su nieto preferido. Un giro brusco de la masa de aire que cruzaba su arboladura de hojas, agitó con toda su energía la rama de Santiaguito, la levantó, la zarandeó, la hizo girar sobre sí misma y la destrozó. El niño no aguantó el envite y salió despedido hacia arriba como un pelele, cayendo su cuerpo de trapo sobre el banco de granito, donde los abuelos contaban sus aventuras de cuando la guerra. El seco crujido de su cráneo, al impactar contra el borde gris de la piedra, solo puedo oírlo José Luis, que se abalanzó sobre él como para intentar evitar la tragedia que ya se había consumado. La lluvia, la sangre y las lágrimas se mezclaban en sus empapadas ropas, mientras la fuerza devastadora de la tormenta iba amainando, como consciente del daño producido o quizá sumisa al sentimiento de la abuela Maya, que lloraba con todas sus hojas sobre los cuerpos de los niños. 

El tiempo se acaba

Los vecinos, se agolpan en el portal de la comunidad intentando enterarse qué es lo que está pasando.
-Lo ha dicho la nasa, el tiempo se acaba el viernes.
-Que nasa ni que leches, esos que saben, el tiempo es infinito.
-No, de eso nada, todo tiende a cero.
-Eso depende de Dios, nada en nuestras manos está.
-Pues Internet no va. Eso significa algo.
-Jopé, y ¿no habrá sábado? Pues yo tenía hora en la peluquería.
-Según los expertos, quedan seis días, después de lo cual, zas, todo terminará.
-A ver, colegas, que esto es un cuento, seguro que nos querrán vender algo o acojonarnos. Como llevan haciendo toda la historia mundial
-Esto es una trampa mental colectiva.
-Pues yo pienso ponerme hasta el culo de todo lo que me gusta.
-Eso, a follar a follar, que el mundo se acaba
-Sois unos cerdos, se acaba el tiempo y mira en lo único que pensáis. Tios!
-Hay que organizarse y hacer un acopio de tiempo.
-Y cómo, so gili, ¿cómo guardas el tiempo? Lo metes es cajas.
-Oye, ¿y si paráramos los relojes hoy?
-O destruir los calendarios, serás tonto. No te digo.
-Decía san Agustín, que todos tenemos una cierta idea del tiempo, pero que nadie sabe lo que era.
-Veis, y los de la nasa, dándoselas de listos.
-Internet no va. Insisto.
-Prefiero a Zubiri, compañero, con sus conceptos descriptivo, estructural y modal.
-Pero que dice este, si tú lo que prefieres es a la mujer del tercero. No te digo
-Señores y señoras, yo me largo con el coche ahora mismo. Quiero ver el mar antes de que se me acabe el tiempo.
-¿Pero cómo se va a acabar, como la leche de un cartón o como unas pilas?.
-Eso es. Así de fácil.
-Ahora resulta que el tiempo es un fungible. No me jodas.
-Sigo insistiendo: esto es una trampa mental colectiva.
-Habéis visto la película esa en la que llevan un reloj en el brazo. Eso es lo que quieren hacernos creer. Acojonarnos y explotarnos. Todo lo demás es mentira.
-Dios está presente en todo. Dios es el tiempo. Dios es infinito. Vamos a rezar. El proveerá.
-A ver, un poco de cordura. Dejemos que las cosas sigan como hasta ahora y veréis como al llegar el viernes, nada de eso que auguran pasará.
-Y si pasa, habremos estado tranquilos. Muy bien, estoy contigo muñeca.
-A mí no me llames muñeca, imbécil.
-No nos dispersemos, a ver, sentido común. ¿Y si es un bulo que no han podido parar?
-Para mí, que se les ha ido de las manos el arsenal nuclear y en seis días, catapún.
-Y ¿eso duele? A mí que no me duela, la verdad.
-Nada, reina, ni te enteras.
-A mí no me llames reina, imbécil.
-Zubiri dice que las cosas son inexorablemente tempóreas, o sea…
-Que si hombre, que sí. Ya lo sabemos, que si no hay tiempo, nada existe. Pero, ¿qué hacemos?
-Rezar, es la única solución.
-Internet no va. Ni guasap, ni nada.
-Pues yo voy a sacar el dinero del cajero, no sea que a partir del viernes, lo cobren.
-Te pondrán un recibo, so tonto.
-Estoy empezando a desesperarme, necesito un psicólogo.
-Propongo un suicidio colectivo.
-Y una mierda, colega. Yo no me quiero perder esta semana. Va a ser divertida.
-Oye, que lo del suicidio lo ha propuesto el farmacéutico. Él sabe cómo.
-Dios no prevé el suicidio como salida de la vida.
-Anda, cállate un poquito guapo.
-Les dejo señores, tengo mucho sueño. Mañana ya veremos.
-Sigo insistiendo: esto es una trampa mental colectiva.
-Mamá, han dicho en la tele que solo quedan dos días para que se acabe el tiempo.
-Hosti tú, dos días. Esto va en serio y mucho más deprisa. Y tú, vete a dormir.
-Claro es que hay que ver cómo se va el tiempo.
-Lo estamos perdiendo a lo tonto con tanta charla. Me largo yo también.
-Filosofía y física de la mano, si señor, es lo único razonable. Ahí está la solución.
-La bomba, eso es que lo que tienen preparado. Y ellos, camino de Marte.
Los vecinos abandonan la escalera sin enterarse realmente de lo que estaba pasando. Vuelven a sus domicilios. En el momento en que el portal queda vacío, la abuela del portero, que ha estado al acecho tras su puerta, sale a barrer.
-Abuela, ¿qué haces? Mañana ya me encargo.

-No, hijo. Y si el tiempo se termina esta noche, ¿se va a quedar esto sin barrer?